domingo, 4 de mayo de 2008

Capítulo 8



-Homo sum, humani nihil a me alienum puto-
(Soy hombre: nada de lo humano me resulta ajeno)



Éste era el pasillo. A su izquierda, aproximadamente a unos setenta metros de distancia, se hallaba la compuerta de acceso sellada que le había obligado a tomar una ruta alternativa a lo largo de los conductos de suministro de energía. Cerró la trampilla con sumo cuidado después de confirmar la ausencia de peligro en la zona en la que se encontraba. A la derecha, al menos ciento veinte metros más hasta otra compuerta de acceso y la misma tenue luz rojiza iluminando el enorme pasillo. La puerta que daba acceso al almacén general de armamento se encontraba allí mismo, a mitad de distancia de las dos grandes compuertas de acceso a la zona, y todo lo que quería estaba dentro.
-Analicemos esto: – El susurro siempre como gran compañero. – Como se les ocurra venir no tienes protección posible y lo sabes; mala posición. Será mejor que alcances cuanto antes el almacén. – No se había movido apenas desde que cerró la compuerta de los conductos, y empezaba a hacerlo ahora hacia la derecha, en dirección al dichoso almacén con el rifle siempre en posición y tres cargadores esperando no tener que ser utilizados de momento.
-No te muevas, escucha... - ¿Qué había sido aquello? ¿Golpes? ¿De donde venían?... ¿De más allá de la compuerta del final del pasillo? Podría jurar haber escuchado varios golpes continuados, dos o tres, muy apagados, y decidió esperar exactamente dos minutos sin moverse de su posición. Su rifle se mantenía apuntando hacia la compuerta; ciento diez metros más o menos y poca visibilidad. De nuevo activó el zoom: exactamente ciento doce metros y treinta y tres centímetros. Siguió avanzando poco a poco ¿Qué más podía hacer? Diez metros más cerca del acceso al almacén suponían diez metros más cerca de la compuerta del final del pasillo, la misma desde donde habían llegado rumores de problemas. Otros diez metros. Sin mover el rifle de su posición activó por voz la pistola enfundada en el lado izquierdo de su cadera y su arma corta emitió el habitual sonido casi imperceptible de inicio de disponibilidad de fuego. La V-Brückle de batería de carga lateral casi gemía deseando sustituir al rifle; sin duda tendría su oportunidad. El soldado estaba ahora a unos cien metros aproximadamente de cada una de las compuertas principales, y justo a su izquierda tenía la puerta de acceso al almacén general de armamento. Con un rápido golpe de vista comprobó el estado de la puerta temiéndose la peor de las situaciones. El piloto de accesibilidad indicaba que la puerta estaba cerrada y lo más probable era que estuviese sellad...
-¡Accesible! – Esta vez no pudo evitar subir algo el tono de voz algo más de lo sensatamente aconsejable. – Perfecto.
Con rapidez observó las puertas a su alcance visual, comprobando que absolutamente todas ellas se encontraban cerradas pero con los controles manuales activos.
-Entonces alguien ha activado los controles manuales de acceso… – Con un brusco giro interrumpió sus pensamientos y dirigió el zoom de su Gambler de largo alcance hacia el control manual de la compuerta principal que daba acceso a la zona N: aquel control de acceso también estaba activado. Gracias a quien sabe qué todo estaba saliendo bien. Introdujo rápidamente la clave general de apertura en el control de la puerta del almacén y al momento el pequeño panel digital indicaba el ansiado acceso permitido. Sólo restaba pulsar el pequeño conmutador situado a la izquierda de la puerta y dispondría del material necesario. Incluso estaba pensando que había resultado bastante fácil.
Pero nada era nunca tan cómodo.
De nuevo varios golpes, mucho más cercanos, fuertes y profundos esta vez, deshicieron el silencio en el que estaba sumido. Golpes cada vez más continuos, más fuertes; golpes que chocaban con violencia febril contra la compuerta principal que se encontraba a su derecha. La misma de antes. Una y otra vez se repetían con tal fiereza que la sólida barrera metálica que por el momento le resguardaba de aquello que fuese lo que había al otro lado pronto acabaría completamente deshecha. ¿Las criaturas? ¿Eran capaces de destrozar una compuerta de seguridad? La idea le parecía aterradoramente increíble, aunque a estas alturas se esperaba cualquier cosa. Al momento adoptó la posición que creía más adecuada: incó la rodilla derecha en el suelo y apuntó su rifle hacia la compuerta colocando los cargadores de reserva alineados frente a él, en el suelo. Los furiosos golpes estaban haciendo estragos en la compuerta, dañada ya en su mayor parte. Aquello sí constituía un problema de enormes dimensiones: si las criaturas podían atravesar las compuertas de la fragata (y si lograban derribar una de aquellas puertas, las paredes no supondrían mucha mayor dificultad) significaba que podrían moverse a sus anchas por toda la superficie de la nave; nadie podría estar preparado si no fuese por el tiempo que tardaban en destrozar cualquier barrera. Al menos era algo; no mucho, de acuerdo, pero al menos...
La compuerta estaba cediendo peligrosamente por su parte superior derecha y el soldado ya podía vislumbrar el otro lado; se lograban apreciar veloces movimientos que acababan en sonoros golpes, provocando un estruendo difícilmente olvidable. Ahora la esquina superior izquierda. La cabeza de uno de ellos asomó con rapidez por la hendidura y la Gambler gritó libre del silenciador por primera vez en el embate. Primer disparo; primer impacto; primera baja. Pero cuando al momento la compuerta cedió en toda su parte superior, tres de ellos entraron adheridos al techo con extraordinaria rapidez. Mientras uno bajaba al suelo, los otros dos iniciaban por sendas paredes el recorrido que los llevaría hacia su víctima, y una cuarta criatura salía en ese mismo momento del otro lado de la ya casi por completo derribada puerta. El zoom le hablaba: cincuenta y cinco metros y acercándose. Los tres se aproximaban al mismo ritmo y misma rapidez mientras el último de ellos se mantenía extrañamente a la espera justo delante de la puerta, algo encorvado. Segundo disparo; segundo impacto y segunda víctima. La pared derecha quedaba libre. Treinta y ocho metros y acercándose. No era nada fácil acertar si seguían moviéndose de aquella manera: un zigzag continuo que haría inútil al mejor de los tiradores y que desesperaría al más frío de los combatientes. Treinta metros. Por lo menos uno de ellos no avanzaría más. El tercer alarido de su rifle impactó de pleno en el pecho de la criatura, que reaccionó instantáneamente con un horrible grito de dolor cayendo inerte al suelo. Diecinueve metros y todavía un estridente sonido agudo tremendamente intimidatorio de la tercera criatura que había sobrepasado la puerta.
-¡Sigue acercándote! – Gritó el soldado. - ¡¡Acércate!! – Su potente grito fue respondido por otro mayor de la criatura. Un desagradable y molesto sudor frío recorrió su frente. – Sigue acercándote... – Susurró peligrosamente confiado.
Tres metros y una cuarta demostración de superioridad. El cuerpo de la última víctima caía a sus pies.
La otra criatura seguía encorvada, siseando y gruñendo en el lugar que había ocupado desde su entrada al pasillo. El soldado se levantó después de coger los tres cargadores que había depositado anteriormente en el suelo; con tranquilidad los guardó y apuntó con su rifle justo al centro del cráneo de su siguiente víctima. No disparó; todavía no. Algo le decía que ambos estaban librando otra especie de combate; la criatura estaba calibrando sus opciones, midiendo sus posibilidades. Sobre eso no cabía la menor duda y ambos lo sabían. Pero lo que sucedió después... Nunca podría llegar a olvidar en su totalidad el sonido que casi inutilizó por completo su capacidad auditiva; las fauces de la criatura se abrieron de una forma antinatural y surgió de ellas el aullido más espeluznante que ningún oído ha percibido jamás; su tremenda agudeza provocó que una de las manos del soldado intentase mitigar el dolor desplazándola hasta uno de los receptores de sonido del casco, perdiendo apenas el equilibrio de su rifle y apartando por unos instantes la vista de su enemigo. Cuando recuperó el contacto visual, avisadas por el sonoro reclamo más criaturas llegaban con rapidez al lugar. El soldado se preguntaba absorto cuantas habría en realidad.
Allí no podía hacer nada. Rápidamente se volvió hacia su izquierda y apretó el conmutador de la puerta que daba acceso al almacén general de armamento. Mientras la puerta se abría decidió disparar al menos dos veces más. Las criaturas ya habían empezado a acercarse velozmente. El soldado no falló dos rápidos disparos (imposible fallar contra tantos objetivos y tan juntos) y entró en el almacén cerrando la puerta a sus espaldas. Introdujo la clave general de sellado y se separó de la puerta esperando que ésta resistiese bastante más que la que hacía unos instantes había visto derribar con apenas dificultad.
-¡Vamos, vamos! No deberíais estar muy lejos. – Sus ojos recorrían ávidamente las cápsulas de carga de armamento buscando con urgencia el número de identificación de las ansiadas Unidades de Disparo Automático. – Donde demonios os habrán puesto…

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