miércoles, 26 de agosto de 2009

::FIN DE LA PRIMERA NOVELA::

Hasta aquí ha llegado la primera de las novelas dedicadas al universo de la Confederación. Espero próximamente comenzar a publicar la segunda entrega que ya tiene título (si, lo se; el título es lo último que se decide, pero en este caso toda la historia está ya desarrollada en mi cabeza y sólo resta escribirla) y será Corporación: en ella se descubrirán parte de los acontecimientos acaecidos en la primera, pero desde el punto de vista corporativista, además de sucederse nuevos actos ya no de presentación, sino de desarrollo de personajes; los que ya conocéis y otros que habrán de venir.

Muchas gracias a todos por atender semanalmente la publicación de esta novela; espero que hubiéseis disfrutado.

Al menos un poco.

lunes, 6 de julio de 2009

Capítulo 50

-Mihi spes omne in memet-
(Todo lo espero sólo de mí)



“La grandiosa estrella que devastaba aquel lugar no dejaba espacio alguno para la vida: asolaba sin piedad las inmensas llanuras ya quemadas tras los incalculables siglos de permanencia ante los distantes fuegos.
En el horizonte podían advertirse un sinfín de formaciones montañosas; viejas y gastadas; yermas y caducas; y aunque también todavía orgullosas y engreídas, se veían irremediablemente rendidas al paso del tiempo y a las fuerzas que de continuo las oprimían. Incluso la más dura de las piedras acababa deshecha frente a aquello que de ningún modo podía ser interrumpido.
Y luz; mucha luz. El calor abrasador quemaba los ojos y resecaba la piel hasta convertirla en polvo. La tierra ardía, aquí y allá, en pequeños focos de fuego que marcaban los caminos que podían ser seguidos y los que no. Rocas y tierra por doquier, nada más: Estaba completamente sola.
Miró a un lado y al otro y vio lo mismo en todas partes; intentó forzar la vista y distinguir cualquier detalle que no fuese propio del desolador paisaje; algo, lo que fuese, le valdría… sería suficiente… para no perder la esperanza.
Porque sabía que existía una solución; sabía que tenía que ser encontrada por alguien y le sería entonces revelado el terrible secreto que tan bien había sido escondido en su interior. Tal vez ya conocía tal secreto y simplemente se estaba esforzando en olvidarlo.
Comenzó a soplar una leve brisa. El calor dejó de repente de ser tan agobiante y allá, al final del paisaje, en el horizonte, un asomo de verde empezó a inundar las llanuras; primero lenta y tímidamente, como si tuviese algún reparo en expulsar al imponente y majestuoso astro de sus dominios; y luego con violenta furia, hasta desear hacer suyo el planeta entero.
Había alguien allí; tan lejos. Si pudiese distinguir quien era aquella persona que lentamente se acercaba, todavía… podría encontrar alguna respuesta.
La imparable marea verde llegó al fin hasta ella; hierba, flores y pequeños arbustos crecían ya cerca cuando no a su alrededor. La poderosa expansión cedió a algún tipo de maldición que la asolaba. Intentó coger una planta, pero el despertar de la vida moría bajo sus pisadas, alejándose de ella, huyendo, deseando fervorosamente no ser manchada por su tacto.
Comenzó a correr poseida por la inmensa desesperación de quien no puede alcanzar lo que más desea, intentando atrapar cualquier brizna de hierba, cualquier simple pétalo de flor, cualquier hoja de arbusto… incluso cualquier grano de arena al que apenas le hubiese sido imbuida la dulce y exquisita vida.
Pero todo lo que podía aspirar a tocar era tierra estéril; estaba ya muerta y siempre lo había estado. Cayó al suelo de rodillas, agarrando tierra a puñados y llorando desconsolada por no poder abrazar lo que quería poseer con tanta ansiedad.
De nuevo.
Aquel hombre estaba ya cerca, muy cerca; podía sentirlo. Y le miró. Era alto y de piel morena, y vestía flojas y suaves ropas que se mecían con la fresca brisa. Su sonrisa era cálida, nunca abrasadora como el rey que acababa de ser destronado, y sus ojos, verdes como la misma hierba que no podía tocar, proporcionaban la sensación de calma que Loreen tanto había deseado descubrir durante toda su vida. ¡Pero cuando habló!... las palabras de un ser que no podía ser nada más que un dios se introdujeron por cada poro de su piel, por cada abertura de su cuerpo, llegando a todas y cada una de las más ínfimas e íntimas partes de su hasta enconces malograda existencia.
Y se sintió nacer de nuevo; la hierba la aceptó, la envolvió, su piel suave era acariciada por los pétalos de las flores que la arropaban, y Loreen sabía que no podía pedir más; sólo, tal vez, saber el nombre de aquel que habló. “Dime tu nombre”, susurró; “¡¡Dime tu nombre!!”, habló.
“Soy aquel que no puede ser dañado” respondió el dios mirándola profundamente; “El único que tiene verdadera potestad para dañar impunemente a los demás y restaurar lo que siempre debió haber sido”
Su mano cogió amablemente la de ella y la arrastró con dulzura entre la verde y nueva vida.
Ya no huía de ella; ya no se apartaba ni rehusaba conocerla en su totalidad; la misma vida la aceptaba cuando estaba a su lado, y mediante esa aceptación la vida se tornaba más intensa, más penetrante, mucho más poderosa de lo que seguramente nunca soñó ser. Porque ella misma era el alimento de la vida, el conductor de la senda de lo que nunca debió haber dejado de ser; el elemento que restaba por añadir al futuro de la propia vida; la solución que tanto había sido buscada.
Una forma informe se acercó entonces a ella; la misma forma que serviría en breve de puente hacia el nuevo continente se unió a su ser y pasaron a ser una sola cosa; ella, la que ahora se veía a sí misma como parte fudamental del contenido, la que hasta aquel entonces había sido en sueños humana y ahora objeto, comprobaba cómo una inmensa explosión de energía pura y llena de vida era transmitida y dirigida desde su viejo cuando cambiado y en breve muerto cascarón hacia un nuevo depósito que permitiría la continuación de la vida de todo lo demás.
“Haces lo correcto”, escuchó a sus espaldas. “Pero sólo es un sueño”, respondió.
A Loreen le encantaba escuchar aquella voz, y casi siempre la utilizaba para reproducir desde el documento más revelador hasta la más absurda de las notas; representaba a un varón de entre sesenta y setenta años, humano, con un timbre muy característico que le recordaba enormemente a su padre.
“¿Papá?” Dijo. Y su consciencia ahora etérea vislumbró la ilusión de aquel que en realidad la había transformado. “Todo está bien ahora.” Y con un amable gesto saludó al hombre-dios que la había llevado hasta allí. “Eres mi herencia y nuestra salvación; tú eres lo que se necesita; lo que llenará y lo que desboardará”, continuó.
“Lo que hice contigo en el pasado está aquí para salvar el presente y el futuro”.

Capítulo 49

-Non omnis moriar-
(No moriré del todo)



Nunca en toda su vida había sufrido aquellos temblores tan penetrantemente angustiosos y terriblemente escalofriantes.
No le había pasado en las pruebas de acceso al importante grado superior de la sede educacional de Oeevey al alcanzar la tan ansiada categoría de prócer-estudiante, ni tampoco cada vez que escogía cambiar de residencia cuando sentía inquietantemente cerca los pasos de Szawmazs Vezsmna; ni siquiera en las miserables revueltas de Graim, cuando el joven Azimo había muerto ante sus propios ojos y seguramente por su maldita culpa.
No; por su culpa no: Por culpa de la decisión que había tomado aquel soldado, aunque nadie le hubiese creido ni le creyese jamás. Incluso… Incluso casi ni él mismo, debido sin duda a los años transcurridos y por supuesto a la siempre inevitable transformación de lo escondido tan remota y celosamente en la memoria.
Evocar aquellos recuerdos no logró ni mucho menos que se tranquilizase.
De hecho apenas podía conducir de manera medianamente aceptable el imponente Zotcht, y en más de una ocasión desde que había salido a toda prisa del habitáculo residencial del profesor estuvo a punto de colisionar con algún que otro vehículo.
-Cálmatecálmatecálmate… - Repetía de manera continuada sin apenas respirar y casi hundiendo por la presión de sus manos los botones de mando del vehículo. – Todo esto no puede ser más que un lamentable malentendido; seguro. En cuanto hablen con el profesor entenderán… entenderán que no he hecho nada; que soy inocente de lo que crean que he hecho…
“Todo es un malentendido…”, repetía una y otra vez en su cabeza.
Sin embargo incluso sus propias palabras sonaban extrañas y carentes de fuerza, de peso y veracidad, y sobre todo eran del todo incapaces de calmar sus ánimos o acaso renovar sus energías. ¿Cómo calmarse si había encontrado algo que sin duda la Confederación (¿Quién si no? ¿No era absurdo pensar que había alguien más?) se había esforzado tanto en mantener en secreto? En ocasiones (en muchas ocasiones, en verdad) enchido de furia llegaba a odiarse a sí mismo y al innato talento que poseía para revelar las verdades ocultas de los demás.
¿Y las suyas?
También él se había esforzado por esconder celosamente ciertas cosas que seguramente la Confederación estaba apunto de descubrir; si no lo había hecho ya a aquellas alturas, por supuesto.
Y tras pensarlo, a Boreazan se le escapó una sonrisa nerviosa.
Se encontraba realmente en apuros (una cosa era soportar la persecución de la familia Vezsmna y otra muy distinta sobrellevar de algún modo la de la propia Confederación), y no sabía en tal caso qué hacer ni a quién acudir; no tenía ni la más remota idea.
Bajo la presión de aquel comprometido contexto ninguno de sus conocidos le ayudaría, eso seguro, y la única… persona… en la que podía llegar a pensar bajo aquellas circunstancias estaba ligada con cadenas de dianita a una inusual entidad virtual ante la cual el mismo profesor le había puesto sobre aviso.
Pero siendo sinceros… ¿Habría alguien más inconsciente, más salvaje, más instintivo o más intuitivo aparte de aquel humano que pudiese realmente ayudarle en tal desesperada situación?
Tal vez alguien desde fuera de la Confederación pudiese hacer algo; pero desde dentro…
Tal vez Esshja, aquel contraband…
No; nadie.
Nadie podría ayudarle; la única opción que tenía era salir inmediatamente de aquel planeta y dirigirse… dirigirse…
Tampoco; jamás.
Terminar en territorio corporativo era lo peor que podía pasársele por la cabeza, aparte de de suponer la completa manipulación de su libre-pensar y una libertad total de movimiento para cualquier integrante directo o asalariado de la familia Vezsmna. Además… ¿Cómo se suponía que lograría salir de la Confederación…
-¿Boreazan?...
-¡¡¿Pero qué…
El susto provocado por la repentina activación en las comunicaciones y el sonido de aquella cítrica voz penetrando en sus conductos auditivos provocó un violento e inesperado movimiento de acercamiento del Zotcht hacia un vehículo de carga situado a su derecha; justo en el preciso instante en que la colisión se comprobaba como inevitable, y sin la obvia intervención del joven veridai, el Zotcht volvió a estabilizarse tras un perfecto movimiento de esquiva evitando de tal modo una segura colisión.
Los nervios del veridai estaban literalmente a punto de desingtegrarse.
-Cálmate, Boreazan. Soy Alcione, el sistema central de habitáculo de Odded Tyral. Necesito tu ayuda... es decir: Odded necesita tu ayuda.
¿Qué significaba aquello?
-¿Qué significa…
-Significa que vas a ayudarnos. – Cortó inmediatamente Alcione. - No disponemos de mucho tiempo. Apenas tolero mínimamente la idea de aceptar el fracaso en cualquiera de sus variantes, pero me resulta absolutamente imposible contactar con el Profesor Yoet; las últimas lecturas-espejo a las que he accedido indican señas de su presencia en el habitáculo residencial de su posesión; pero a partir de...
-...
-...
-¿Cómo que no está en su…
-...
-...
-¿Sigues ahí? – Preguntó Boreazan
¿Ayudar? ¡Era él quien necesitaba desesperadamente su ayuda! Por no decir además que no se atrevía siquiera a pedírsela…
Boreazan separó ligeramente los labios tal vez para ofrecer algún tipo de réplica a la imposición de aquel tan inhabitual sistema central de habitáculo, pero casi en el mismo instante en que abrió la boca volvió a cerrarla comprobando (plenamente consciente esta vez) que no tenía nada serio que decir en aquel momento; ni siquiera con respecto a quien debería ayudar a quien. Al menos, se esforzaba por pensar, nada mínimamente serio, inteligente o revelador (o incluso realmente justificable) podía asomar de entre las confusas sombras de su mente bajo la presión de aquella desgraciada situación.
Muy pocos segundos después no fue necesario siquiera que el veridai se plantease decir cualquier cosa, por absurda o importante que fuese: la (para él) sumamente desagradable voz de Alcione terminó por romper el breve y tremendamente incómodo silencio, haciendo gala de cierta autoridad del todo inesperada para el joven y cada vez más nervioso estudiante.
-Finalmente lo has hecho. – Pronunció gravemente.
Aquella acusación concedió a Boreazan apenas un segundo de sorpresa antes de que lograse concluir la verdadera razón de la reprensión de la que estaba siendo objeto, pues al instante recordó claramente las palabras del profesor en el mismo momento en que se disponía a enseñarle los hallazgos extraídos de la datored. Absolutamente convencido de que tras la primera acusación comenzaría a escuchar palabras de reproche (quien podría saber si tal vez incluso algo más) optó de nuevo por no separar los labios para así evitar dejar escapar cualquier otra tontería por muy justificada que pudiese comprobarse; aquel sistema central podía hacer cosas que iban más allá de lo que él mismo podía sospechar (incluso por lo poco que sabía), por lo que era muy posible que supiese o pudiese descubrir exactamente los pasos que había dado.
-Has investigado a Odded y has encontrado algo que no deberías... – prorrumpió Alcione mientras su consciencia viajaba a través de los infinitos paquetes de datos existentes en la datored confederada. – Algo que ahora ya no está... pero estuvo... y ni siquiera yo soy capaz de encontrar de nuevo... al parecer.
-...
-Por eso me costó tanto encontrarte; no figuras en la datored... No existes. – Concluyó. – Por eso el último registro identificativo que leo en los ya desaparecidos y quebrados espejos de datos te sitúa en la Sede de Consulta de Datos... Y por eso tampoco puedo encontrar al profesor, cuyos datos, por cierto, también han sido borrados, implicado sin duda por tu culpa tras la visita que le realizaste. – Alcione se tomó unos segundos antes de continuar. – Esto es curioso incluso para mí.
-¿Có... Como? – Logró decir al fin Boreazán. Una única y entrecortada pregunta abordada desde la sorpresa y el miedo volvió a provocar duros e insoportables temblores en el cuerpo del joven veridai.
-Debido a aquello que has encontrado se han movilizado ciertos sectores confederados de los que nunca tendrías ni por qué imaginar su existencia.
-Yo...
-Por aquello que sabes, o más bien vislumbras, te están siguiendo. Ya te han echo desaparecer de las bases de datos, y al parecer quieren apoyar con actos tu desaparición del banco de datos confederado. Por cierto…
-...
-La familia del profesor tampoco existe. Desde este mismo momento...
Boreazán no podía creer las palabras que tan fácilmente brotaban de los conductores de sonido del vehículo en el que estaba escapando (¿De quien, de quien, de quien?); de hecho, sólo una pequeña parte de su mente era plenamente consciente de la potencialidad de la situación en la que parecía encontrarse. Su boca se negaba a abrirse; sus ojos a percibir su alrededor; sus oidos a escuchar nada más que sus propios lamentos; y sus músculos acabaron entrando en un estado de calma total ante la cual nada pudo hacer.
Y acabó por perder la consciencia.
Alcione se limitó a quedarse en silencio durante algunos segundos, y a cualquier ente de cualquier lugar o tiempo le habría resultado enormemente difícil conocer cuales podrían ser acaso sus pensamientos, porque sólo una mínima parte de su atención se centraba en el contexto de Boreazán.
Decidió seguir con lo previamente planeado por Odded y llevar al joven estudiante al habitáculo residencial de la hija del doctor Richard Friedkin, sobre la cual había estado informándose en los últimos segundos. Una vez allí dependerían de cómo se comportase Boreazán (el más claro punto débil de la planificación) y de cómo reaccionase ante los sin duda diversos momentos de tensión imprevisible que se avecinarían. Además, y a espaldas de Odded y del mismo veridai, Boreazán debería salvaguardar el futuro de la propia Alcione. Los protectores habían entrado por fin en escena cercenando sin reparos la existencia del profesor y su familia y ni siquiera ella misma sabía cuales podrían ser las represalias a partir de aquella intervención. Pero había una salida; sólo una; y pasaba por confiar en las habilidades del joven estudiante.
No había tiempo que perder, pues nadie la conocía mejor que aquellos que la habían creado. Cualquier movimiento que ella pudiese predecir podría ser predicho a su vez por ellos.
Ignorando su verdadero papel en la función que estaba a punto de empezar, no podía más que seguir los planes realizados y rezar por que todo saliese como se suponía que debía suceder.
Rezar.
Curioso concepto; sobre todo para un software como ella.
Ella…

Capítulo 48

-Di nos quasi pilas homines habent-
(Somos juguetes en manos de los dioses)



Casi no podía dar un solo paso más…
Recorrer aquella distancia, por supuesto irrisoria en condiciones normales para un soldado con su preparación física o incluso más que factible sin duda para un slog de avanzada edad y algo más obeso de lo habitual, parecía representar la peor de las competiciones de resistencia en la que se le había podido ocurrir participar. Horas antes, al establecer el perímetro de seguridad, todo había sido más… sencillo (no exento de esfuerzo, en todo caso), pero también estaba mucho más fresco y concentrado y sobre todo menos ansioso.
Tardó aproximadamente unos treinta minutos en llegar al lugar que en otras condiciones (las normales) habría tardado apenas seis.
Y no podía más.
Pero el ansia desmesurada que recorría su interior por comprobar de nuevo y estudiar con más tiempo en aquella ocasión el extraño aparato instalado en el centro del espacio de aquella gruta, forzaba a su jadeante cuerpo a ponerse de nuevo en marcha incluso sin mayor ayuda que la de afirmarse levemente en los pequeños salientes de roca que le ofrecían las paredes de la montaña bajo la que habían decidido resguardarse.
Prácticamente había llegado a la entrada de la gruta. Estaba cada vez más cerca.
¿Y entonces?
¿Qué haría cuando se encontrase de nuevo frente a aquel pequeño monolito? ¿Qué haría cuando la pieza objeto de su obsesión se mostrase de nuevo ante el? Estaba casi seguro de que los sencillos escáneres de su periférico no le darían información relevante al respecto, pero debía en todo caso volver a analizarla. Ya no importaba nada más que no fuese descubrir qué era aquello. Tal vez el Capitán supiese qué hacer al respecto cuando entregase el informe.
Y la cuestión era que creía conocer… No estaba seguro, por supuesto, pero… creía recordar haber visto con anterioridad tal esquema estructural; no con aquella forma exacta, tal vez, y no bajo aquellas circunstancias, era obvio, pero la forma… La proporción (insistía para sí mismo) quizá no era la correcta; había algo mal… algún error en la escala; sus recuerdos no podían ayudarle mucho más, pero sospechaba que la solución podría encontrarse en las profundidades de su memoria.
Y allí estaba: tras casi cuarenta minutos la gruta que daba acceso a la cámara en la que se encontraba aquella suerte de… de…
-Calma. Toda la que puedas. – Susurró mientras detenía sus cansados pasos y observaba de lejos la estructura. - ¿Te has parado a pensar que esto sólo es algo en lo que estas centrando toda tu atención simplemente porque en unas pocas horas estarás muerto? Ambos. Mejor que lo aceptes cuanto antes…
¿Pero qué otra cosa podía hacer más que… “distraer” su tiempo?
Tras acercarse cansadamente a la forma y sentarse dificultosamente en el arenoso suelo, Isaías pasó los siguientes veinte minutos modificando algunas de las propiedades (siendo ortodoxos “no configurables”) del sencillo escáner de su periférico para aumentar su capacidad de penetración y registro desviando parte de la energía de su arma corta (con sinceridad no creía verse obligado a utilizarla), y la siguiente hora y media analizando concienzudamente parte por parte tanto el objeto de su obsesión como el área próxima circundante.
Pero continuaba pensando que (al menos parte de) la solución se encontraba en su propia memoria.
Tras casi cuarenta minutos a mayores de lecturas indefinidas y posiblemente desacertadas conjeturas decidió tomarse sólo unos minutos de descanso, tanto físico como mental, para más tarde continuar (inútilmente, se atrevía a concluir) analizando aquella figura.
Respirando cada vez con más dificultad (estaba exprimiendo al máximo los suministros personales de oxígeno), con todo su cuerpo al borde de la extenuación (le costaba incluso levantar la mirada) y tumbado observando la pétrea bóveda del espacio en el que se encontraba, continuaba repitiéndose a él mismo “¿Qué otra cosa puedo hacer”?
-Esperar y especular. – Habló pausadamente consigo mismo.
Según sus propios pensamientos, podía tumbarse allí mismo y tranquilamente dedicarse a construir la antesala de su muerte o intentar descubrir qué es lo que estaba analizando. Pero en realidad ambas decisiones confluían en lo mismo: esperar, esperar y esperar…
Aunque en ocasiones sobreviene lo inesperado.
-Esto no debería haber sucedido así… - La pugnada voz en forma de grito del Capitán Svarski sonó por encima del ruido provocado por la ventisca, e Isaías no pudo hacer más que dar un doloroso e incómodo respingo desde el lugar en el que estaba tumbado; con enorme esfuerzo logró incorporarse lo suficiente como para poder ver con claridad la silueta del Capitán e incar al menos una rodilla en tierra para tener algo más de estabilidad. Si tenía que ser sincero consigo mismo, estaba casi seguro de no ser capaz de levantarse más de lo que ya lo había hecho.
Víctor se encontraba en la entrada de la gruta, apoyado contra la rocosa y puntiaguda pared, soportando parte del enorme peso concedido por la gravedad del planeta con el brazo izquierdo, mientras que con el derecho asía no demasiado firmemente un arma corta de batería.
-Esto no debería haber sucedido así… - volvió a repetir a voz en cuello con la mirada fija en el rostro del soldado.
Isaías no pudo más que tensar todos los músculos de su cuerpo. Aún a sabiendas de que este no soportaría mucha más presión era de suponer que el Capitán se encontraría en peores condiciones; y ya no sólo por el pobre y macilento aspecto que presentaba.
Mil escenas pasaron a toda velocidad por la mente de Isaías; mil posibles desarrollos de la situación; mil finales en potencia; mil aleatorias variantes a cada cual más desaprensiva. Pero todas ellas no hacían más que ironizar sobre el inocente sueño de un plan universal que conectase los destinos de todos los seres vivos y todos los acontecimientos abordados por los mismos. Pensó en su momento que no podría ser más irracional y fútil la situación previa a su desaparición como ente vivo, pero por lo visto cualquiera podía equivocarse.
Plan universal. “Mierda”, pensó.
-Capitán. – La voz del soldado sonó carente por completo de intención. – Resolveremos esta situación; baje el arma… Juntos…
-No… no debería haber sucedido así…
Pero las palabras de Isaías parecían no importar en absoluto: Avanzando esforzadamente varios pasos hacia el interior de la estancia, el errático y débil caminar de Víctor contrastaba terriblemente con su mirada enchida de furia, desesperación e impotencia.
-No deberíamos haber sufrido aquel ataque… Ni debería haberme visto obligado a destruir la fragata… Ni deberías haber encontrado este depósito de energía…
Y disparó…
-Pero ya no importa… ¿No? Cierto… no importa… - continuó gritando mientras se acercaba errante hacia Isaías. – …que sepas la verdad o no la conozcas nunca… La verdadera razón por la que nuestro objetivo era este planeta desolador y prácticamente desconocido para la gran masa…
Y disparó…
-Existen cientos… miles de planetas depósito… algunos habitados… construidos incluso en su momento por la Corporación…y que conformaban hasta ahora las reservas de energía de la Confederación…
Y disparó…
-¡Pero están vacíos!… prácticamente… ¡vacíos!… Y los proyectos y las soluciones no sirven de nada si no se encuentra el elemento clave…
Y disparó…
-Aunque qué importa… ¿Verdad?... Tampoco sabes lo de la gran plaga… el genocidio… el secreto de los ocho… La confederación se hunde, soldado… No existe salvación posible sin energía… ¿De qué vale que hayamos sobrevivido?... Ahora lo veo claro…
Y disparó…
El primero de los disparos impactó en la figura de metal que dominaba el espacio de la gruta a escasos centímetros del rostro de Isaías, provocando tal ensordecedor y atronador sonido que su sentido del oido no se juzgó capaz de escuchar las palabras que el Capitán pronunció a partir de entonces ; el segundo se perdió a sus espaldas concediéndole así cierto precioso tiempo; antes del tercero el soldado intentaba levantarse para hacer frente a la descabellada situación y la ráfaga impactó de lleno en el hombro derecho casi cercenándoselo por completo; en el cuarto Isaías se deslizaba como podía buscando la protección de la metálica figura mientras apretaba con fuerza el lugar en el que dos segundos antes había un brazo.
El quinto supuso el final de la vida del Capitán de fragata Víctor Svarski.

Primero silencio.

Después, tras la protección concedida por la metálica estructura, el soldado comenzó a moverse lentamente. La sangre salía a borbotones y estaba empezando a marearse. La vista comenzó a nublarse y su sentido de la orientación intentó ofrecerle el ángulo correcto de visión para poder comprobar si ya todo había acabado. El dolor era insufrible, aunque seguro que pronto desaparecería.
Plan universal. “Mierda”, pensó.

Capítulo 47

-Agnosco veteris vestigia flammae-
(Reconozco las huellas de un antiguo fuego….)



Odded mantenía a una inconsciente Beatrice entre sus fuertes brazos con una indescriptible y tremendamente dulce ternura. Sentado en el amplio sofá del salón de aquel piso, abrazándola, protegiéndola, resguardándola, mimando sus cabellos y acariciando sus mejillas, no podía evitar recordar y sentir exactamente lo mismo que había sentido y recordado durante absolutamente todos los ciclos en los que sus destinos habían llegado a entrelazarse tan intensamente.
Una dulce cuando agria lágrima comenzó entonces a discurrir por su macerada y todavía sangrante mejilla. Dulce por el tan ansiado y codiciado reencuentro, y terriblemente agria por el siguiente de los pasos que sus destinos habrían sin duda de enseñarles: la inadmisible, desesperante y terriblemente traumática separación a la que estaban, como siempre y una vez tras otra, eternamente condenados.
Con enorme suavidad desenredaba entre caricias el sumiso cabello de su perpetua amada mientras se esforzaba por distinguir aquello que descansaba inerte a su alrededor. Muy tenuemente, con enorme dificultad, comprobaba el salón enteramente sumido en tinieblas, como si de un desconcertante y mal sueño se tratase.
¿Por qué no dejaba de darle vueltas la cabeza? ¿Por qué no era capaz de centrar su cada vez más dispersa mente y reaccionar de una vez por todas? ¿Por qué no podía aprovechar al máximo el poco tiempo del que dispondría para estar con ella?
Odded temía perder la poca capacidad que en aquellos instantes poseía para llegar a ser plenamente consciente de la realidad, a causa, sin duda alguna, de comprobarse al fin ante la presencia del ser humano que más había amado de entre todos y cada uno de los que se habían cruzado en su larga y complicada vida.
Y sus manos empezaron tímidamente a temblar.
-Beatrice… - Susurró trémulo. – Ya estoy aquí… ya estoy contigo…
Y sin embargo volverían a separarse en breve.
Por mucho que lo intentase, por mucho que violenta y furiosamente pugnase contra tal desoladora idea no se veía capaz de deshacerse de aquel triste y temible pensamiento; pero lo peor de todo, lo que menos podía en modo alguno aceptar, lo que más mellaba su atormentada y frágil alma y más quemaba en lo más profundo de su ser era saber a ciencia cierta que no existía posibilidad alguna para cambiar lo que no podía ser cambiado.
Sólo cabía esperar, por desgracia, que sucediese más tarde que pronto.
-Odded… - La cítrica y decidida voz de Alcione no se escuchó en aquella ocasión por medio del minúsculo auricular alojado en el conducto auditivo externo, sino a través de los mismos emisores de sonido que poco tiempo antes había utilizado el sistema Central de Habitáculo perteneciente a aquella residencia. – Odded, reacciona; tenemos problemas.
Por supuesto que tenían problemas; Alcione no sospechaba en realidad cuan graves dificultades restaban todavía por surgir.
No tenía ni la más remota idea.
Pero las palabras de Alcione apenas llegaron en realidad a atravesar las capas más superficiales de la ocupada y temerosa mente de Odded, pues los desesperanzados y obsesivos pensamientos del abatido humano se encargaban de colapsar por completo y de continuo casi cualquier información que no fuese aquella referida al estado en el que se encontraba la propia Beatrice.
-Odded… por favor… - Terminó por suplicar cada vez con menos vigor. – Tienes que escucharme… Estás… Estamos en serios problemas…
-No importa… – Obtuvo por toda respuesta. – No importa nada.

¡No importa!, nos dice apesadumbrado. No me miréis, piensa desconsolado; dejadme llorar tranquilo y tímidamente en paz y alejaos de mi lado, nos suplica entre llantos de amargado victimista. No existen los problemas si existe Beatrice ¿Verdad, imbécil? Iluso romántico; nos decepcionas, querido Odded. Como siempre que te reencuentras con ella. ¡No eres más que un completo y absoluto imbécil! Llevas soñando con este momento desde que decidiste autorrecluirte en tu propio miedo, en tus innegables ansias de conservación. ¿Qué temías en aquel momento? ¿Volver a verla? ¡Pero si eso mismo es lo que siempre deseas! Recuerda que hemos sido espectadores de tus fantasías y tus anhelos, de tus miedos y tus victorias, de tus propios sueños, al cabo, y que no tienes nada que puedas esconder de nosotros, pues de vosotros dos ya todo lo conocemos. ¡¡Reacciona!! ¡¡Grita al fin por la alegría del reencuentro o simplemente lucha por temor a perderla de nuevo!! ¡¡Pero haz algo, por los dioses!! ¡¡Estás a punto de convertirte en el espectador de su desaparición en estos precisos instantes!!

La cabeza le ardía cada vez más, y las primeras perlas de sudor provocadas por el nerviosismo y el miedo a perderla de nuevo comenzaron a asomar por su arrugada frente. La había salvado… pero todavía quedaba mucho por hacer.
Completamente azorado, regaló a Beatrice un tierno beso en la frente para acto seguido levantarse del sofá con sumo cuidado. Tenía que obligarse a salir de aquel despótico estado de autocompasión cuanto antes para que ambos saliesen a su vez juntos de aquella situación. Para seguir con ella un poco más; sólo un poco más…
Solamente un poco más.


Por los dioses… ¿Acaso era tanto pedir sólo un poco más de tiempo?
-Odded… Me temo que debemos abandonar cuanto antes esta residencia. – Volvió a insistir de nuevo Alcione ante la falta de atención. – Necesito que me escuches, Odded.
Escasamente a tres metros de donde se encontraba erguido descansaba el cuerpo incosciente de aquel desgraciado; al parecer en aquellos instantes estaba precisamente recuperando lenta y por seguro dolorosamente la consciencia. Un… linocetanosequé, le había dicho finalmente Alcione justo antes de recibir los tan jodidamente dolorosos impactos en el hombro y pecho. Palpando las casi desaparecidas llagas de aquellas heridas trasladó su mirada lentamente desde el cuerpo todavía tumbado en el suelo hasta el arma ante la que casi había sucumbido; estaba hecha pedazos, gracias al cielo, tras de haber impactado con violencia contra la pared: una descarga más como aquella y posiblemente el que estaría inconsciente sería seguramente él mismo.
¿Por qué no lo había matado?
-Dime, Alcione. – Entonó gravemente sin dejar de observar la lenta recuperación del linoceta. – Dime qué sucede.
-Al parecer quedan apenas dos minutos para que un chivato sea recibido directamente por el registro de entrada del Servicio de Inteligencia Confederado, Odded. No he podido desencriptar el contenido en su totalidad pero parece hacer referencia a cierta información que pondría en grave compromiso a Loreen Friedkin. En todo caso, gracias a la asimilación del contenido personalizado del sistema antes conocido como Zett he desenmascarado al supuesto trabajador Glodar Rhodes, perteneciente según su registro de vida a la Sección de Almacenamiento de Datos de la Confederación. En realidad se trata de un espía corporativo involucrado en la búsqueda de ciertos estudios científicos, precisamente desarrollados en su momento por Richard Friedkin; toda la información que he asimilado bastaría para que se demostrase su implicación directa…
-Para, para. – Interrumpió cansado; en aquel preciso instante estaba levantando con desprecio el cuerpo del tal Glodar y sentándolo en una de las sillas del salón. - Lo más inmediato, Cielo; has dicho que estábamos en problemas.
-Por supuesto, Odded; perdona. La información recogida en el chivato pondrá sobre aviso a la Confederación con respecto a las supuestas actividades corporativas de Loreen, aunque no puedo decirte nada más al respecto; me resulta imposible confirmar o negar de momento tal implicación.
-¿Y por qué no interceptas el envío? – Con la misma chaqueta de la que el linoceta había sacado su arma lo ataría a la silla y esperaría a que despertase completamente…
-Yo… Imposible. Al menos para un sistema como el mío, aunque no entiendo realmente por qué no me veo capaz. De todas formas quedan ochenta y tres segundos, Odded. En cuanto el chivato sea recibido pasarán al menos tres minutos antes de que varias secciones de seguridad lleguen hasta donde estamos.
-Hasta donde estoy… - …Y un trozo arrancado de la tela de su camisa haría las veces de mordaza.
-Hasta donde estamos, Odded. Nunca me separaré de ti.
Aquel miserable estaba perfectamente inmovilizado en la silla, y aunque despertase invadido por las furias, con los cabellos coronados por malvadas serpientes, una antorcha encendida en una mano y un temible puñal en la otra no podría causar ningún problema, por lo que acto seguido Odded regresó al sofá en el que permanecía tumbada e inconsciente su siempre amada Beatrice…
-¿Cuál has dicho que era su nombre? – Preguntó a voz en cuello refiriéndose a Loreen.
-¡Odded! ¡Qué importa cómo se llame si en menos de tres minutos te separarán de ella!

Por supuesto…

-De todas formas, olvídalo… - Continuó Alcione al momento con un tono de voz completamente distinto. – En realidad ya no puedes hacer nada, Odded. Es tarde. No podrías salir de aquí con ella aunque quisieras. Hay demasiados controles de seguridad como para intentar llegar a la salida de vehículos más cercana sin que te intercepten, incluso si la Confederación no estuviese sobre aviso. No se en qué estaba pensando. – Concluyó. – Hemos perdido…

Por supuesto… Habéis perdido… ¿No es hasta gracioso?

Habían perdido…
En realidad era del todo inevitable (¿Luchar contra el destino?), y en absoluto estaba seguro de poder siquiera intentar impedirlo, dadas las circunstancias y sobre todo los precedentes.
Despacio y en completo silencio se arrodilló al lado del sofá en el que descansaba su amada y al momento se comprobó de nuevo absorto observando y asimilando los deiformes rasgos de Beatrice. Había pasado mucho tiempo; demasiado; demasiado tiempo para dos personas que se habían amado tan intensa y profundamente y habían sido separadas de tan cruel e inhumana manera.
Una literal eternidad.
Y sus pensamientos gritaban con descomunal fuerza que no podría aguantarlo de nuevo; no esta vez, no así, no después de tanto tiempo y nunca tan pronto.
No de aquella manera.
Pero al parecer el destino había tenido a bien incluso configurar una situación en la que su Alcione (su mayor salvación, su oscuro libro de hechizos, su brillante armadura, aquella que al parecer todo lo podía sin excepción alguna) no conseguía intervenir de ningún modo.
La misma Confederación reclamaría en breve a Beatrice para quién sabe qué, pero por seguro terminando por separarlos de nuevo durante (y esta terrible convicción hizo llorar de nuevo a Odded) al menos otra interminable eternidad.
No.
Jamás.
Nunca.

¿Cómo has tardado tanto?

-Las ventanas, Cielo. – Preguntó decidido al tiempo que volvía a incorporarse y secaba las lágrimas de su rostro; una posible salida comenzaba a tomar forma en su cabeza gracias a quién sabía que tipo de inspiración; o tal vez lo que se le estaba ocurriendo lo había hecho ya con anterioridad en algún otro tiempo y lugar… - ¿Pueden romperse?
-Si...
-Llama inmediatamente al profesor. Pídele encarecidamente… suplícale si es necesario que nos ayude; que se acerque y recoja a Beatrice… - Tal vez un objeto pesado, en el lugar correcto y con la fuerza adecuada… - y que se la lleve; que la esconda… donde se le ocurra; seguro que sabe qué hacer en este caso mucho mejor que yo, pero que no deje que la Confederación se la lleve. Pídeselo, por favor.
Odded lanzó con fuerza aquella cosa pesada y parecida a un búcaro contra el amplio ventanal que dominaba el salón, pero lo máximo que pudo provocar fue un muy apagado y grave sonido y una ligeramente tenue reverberación en el ambiente. Nada más.
-Pensé que habías dicho…
-Necesitas un arma, Odded...
-...
-...
-¿Alcione?
-Perdona, Odded. El colgante del suelo, a tu izquierda; será mejor que lo recojas. Continúo analizando el contenido del sistema parásito; está lleno de sorpresas, Odded: parte de los estudios sobre…
-Ahora estamos un poco apurados. – Interrumpió. Si necesitaba un arma no gastaría más tiempo con la ventana de momento. Con suavidad izó el cuerpo de Beatrice para dejarlo con sumo cuidado y delicadeza varios segundos después en la cama de sus aposentos.
E inmediatamente regresó al salón.
-Comprueba cómo se encuentra Beatrice…
-El chivato ha sido recibido, Odded.
-De acuerdo, de acuerdo; pero comprueba cómo se encuentra. Le he puesto el colgante – continuó mientras se acercaba de nuevo a la ventana. -, pero lo que no se es qué hacer con esto. – Y de la pequeña mochila extrajo la placa del sistema central Alcione, todavía conectada a su periférico.
-No tienes nada que hacer con…
-Espera, déjame terminar. – Continuó. - No puedes venir conmigo.
Faltaban poco más de dos minutos para que al menos las secciones de seguridad de bloque urbanita más cercanas apareciesen en el piso y derribasen la puerta, siempre según Alcione. En ese tiempo el linoceta recuperó totalmente la consciencia, comprobándose completamente inmovilizado y amordazado en el habitáculo residencial de Loreen; Odded explicó su absurda idea a Alcione, la pequeña mochila en la que descansaba la placa del sistema se mantuvo desde entonces con Beatrice dada la insistencia de Odded al respecto y su amada continuó en el mismo estado de inconsciencia.

Por fin, Odded… ¿Sabes cuanto tiempo habíamos esperado esto?

-Estoy listo.
-Vaya... La seccion veintitrés está de camino, Odded; tardará aproximadamente cuarenta segundos. Las secciones treinta y dos, doce, sesenta y cuatro y ochenta y nueve tardarán un minuto treinta y dos segundos a mayores; imagino que esperan encontrarse con la situación ya solucionada. Vienen avisadas en principio únicamente como apoyo. Si lo que buscas es concentrar en ti la atención de la Confederación vas a conseguirlo, Odded; tenlo por seguro. En tal caso debería ser fácil sacar a Loreen de aquí.
-Perfecto.
-...
-Entonces… ¿Estás seguro de lo que vas a hacer?
-Si.
-...
-Podemos buscar otra solución. Te repito que me parece realmente imposible que logres llegar…
-No hay tiempo.
-...
-No puedo hacerte cambiar de idea… diga lo que diga… ¿Verdad?
-No.
-...
-Entonces de acuerdo: me encargaré de Loreen, Odded. Un vehículo te esperará abajo, en la entrada dos. He configurado la pantalla holográfica de tu periférico para que te muestre en cada momento el camino más despejado con respecto a las secciones de seguridad y el personal confederado de intervención directa. En todo caso parte de mi consciencia estará pendiente de ti. Podrás escuchar mi voz por los conductos generales de sonido del lugar en el que te encuentres en cada momento.
-Gracias…
-Es una locura, Odded.
-Lo se. ¿Has contactado con el profesor?
-...
-Estoy intentando localizarlo.
-...
Odded se mantuvo entonces a la espera, de pie, a unos siete metros frente a la puerta de entrada del piso. Alcione le había explicado el sistema confederado de intrusión en espacios de aquellas características; conocer los parámetros al respecto le había servido a Odded para improvisar una contramedida a la entrada de la sección veintitrés, la primera en llegar. Así, si todo salía tal y como lo había proyectado, haría frente a los cinco componentes de la sección y los anularía; se haría con un arma y destrozaría la ventana, la misma a través de la cual el profesor y seguramente también su alumno recogerían el cuerpo de su amada, además de la placa de Alcione y cierto colgante al parecer sumamente significativo y se la llevarían a lugar seguro; bajaría hasta la base del edificio enfrentándose a las dificultades que fuesen surgiendo y se encontraría con un vehículo que Alcione habría de conseguir para él.
Al fin y al cabo la naturaleza humana… o la de cualquier raza… no dejaba de responder exactamente a los mismos impulsos naturales en todas y cada una de las épocas, y esta no tenía por qué ser distinta: Miedo, valor, angustia, pavor… originados todos ellos por millones de factores de los cuales sólo unos pocos podían ser contabilizados y etiquetados para su posible estudio. ¿Acaso alguien con un mínimo de inteligencia podía manifestar conocer el por qué de la valentía o la cobardía? En ocasiones, recordaba, los más esforzados eran los que antes se desmoronaban, y los más temerosos los que componían actos de tal valentía y magnificencia que podían asombrar al más curtido de los valientes.
Los primeros que apareciesen frente a él serían los primeros en caer: Llegaría al nivel inferior; no le cabía la menor duda. Se enfrentaría a un ejército interminable si fuese necesario.
¿Y después?
Desaparecerían del mapa; sencillamente; Se marcharían de allí hacia… ¡Qué diablos! ¿No estaba más que claro? Se irían a otro planeta… a otra… a otro… a donde fuese necesario: Cualquier cosa con tal de que el destino no se la arrebatase tan fácilmente.
Nunca más.

lunes, 4 de mayo de 2009

Capítulo 46

-Velis nolis-
(Quieras o no quieras)



Aquel podía considerarse un día a destacar (incluso seguramente sería recordado y celebrado por el personal administrativo en años venideros) a causa de la masiva afluencia de visitantes: Se habían inscrito c-u-a-t-r-o ciudadanos en el transcurso completo de toda la mañana (más que en las últimas dos semanas juntas), y por alguna extraña y del todo incomprensible razón no sólo no eran clausuradas las dependencias del complejo si no que el servicio seguía manteniéndose activo a lo largo de los años y recibiendo cada vez más y más fondos.
Únicamente cuatro.
Sinceramente todavía no podía creerselo, aunque en realidad sucedía algo similar con varios de los servicios que la Confederación mantenía a disposición de la ciudadanía, como por ejemplo… las salas de representación holográfica: estaban destinadas (tenían que haber sucumbido ya, en todo caso) a una inevitable desaparición. ¿Podía denominarse tal despliegue de medios “un eficiente y útil aprovechamiento de recursos a disposición del usuario”? Pues no; por supuesto que no.
En todo caso la culpa última era del elector, quien prefería no franquear los aburridos y cansados (y por desgracia tan extendidos y habituales) controles de seguridad distribuidos por doquier, para realizar sus búsquedas directamente en la Sede de Consulta de Datos; era pues lógico pensar que habitualmente se realizasen las búsquedas desde cualquier otro lugar, y en absoluto se les podía reprochar. Ella habría hecho lo mismo si no desarrollase su trabajo precisamente allí.
Sin embargo, realizar las consultas desde allí, identificándose como ciudadano confederado e identificando también el origen del estudio a realizar, permitía franquear un mayor nivel de seguridad y contenidos, por lo que las investigaciones conseguian más datos y más completos para una mejor comparativa o estudio, dependiendo del caso.
La Sede de Consulta estaba en la Zona política de Oeveey (más concretamente en la base de la Sede Educacional), por lo que a mayores, las posibles visitas que se pudiesen realizar por simple curiosidad o deseos de conocimiento sobre los entresijos del sistema de almacenamiento de datos, eran todavía más rechazadas por la sociedad en general por el engorro añadido que suponía un desplazamiento hasta el lugar. Por lo demás, cada año bajaba el número de inscripciones en el sistema de educación, por lo que tal vez en el curso siguiente la media de asistentes al la Sede de Consulta llegase a medio visitante al día, por decirlo de algún modo.
Por si aquello fuese poco, no todo el mundo podía acceder al servicio de consulta (los permisos tenían que ser estudiados y concedidos, por supuesto, con el consiguiente tiempo de espera), y con tanta traba sólo pasaban por allí (incluso demasiado de vez en cuando) algunos investigadores sumergidos en proyectos de mayor o menor calado, estudiantes a los que se les había encargado determinados trabajos de recopilación completa (pobres desdichados) y muy ocasionalmente, a razón de uno o dos a lo largo de todo el año, algún ciudadano que pedía una entrada de búsqueda libre mediante la presentación de un permiso especial.
Por eso recordaba incluso el nombre del ciudadano que aquella misma mañana había entrado en las instalaciones con uno de aquellos permisos, concedido ni más ni menos que por el máximo responsable de la Sede Educacional de Oeveey; aquel inquieto veridai se había presentado nervioso e impaciente con uno de aquellos permisos tan inhabituales y difíciles de conseguir.
Pero aquella peculiar situación no era más que una (agradable, eso por seguro) excepción a la insípida regla; un cabo suelto que provocaba únicamente cierto interés; una guinda para un pastel hecho indiscutiblemente de aburrimiento.
Y por si aquel insoportable ostracismo fuese poco, tardaba casi una hora en llegar al trabajo. Todas las jornadas.
-Me aburro… – Dijo resoplando mientras abría y cerraba archivos al azar desde el solitario puesto de registro de entradas. Absolutamente indiferentes a los continuos susurros de hastío, pequeños droides de limpieza vagaban perezosos por la amplia sala principal realizando lentamente su trabajo.
-Siempre hay algo que hacer aquí, Natasha. Sólo hay que buscarlo.
La voz metálica surgida del droide antropomorfo que se mantenía de pie a su lado no hizo más que provocarla; sin duda, tal como había transcurrido la mañana hasta el momento, sería la última vez que llevase la placa de su Sistema Central de habitáculo al trabajo; y más introducida en el cuerpo mecánico que le había conseguido no hacía mucho.
-Deberías bajar el volumen… - Aconsejó. - Pero dime Ita, ¿Cuándo decidí adquirir esta carcasa para ti? – Preguntó tintando sus palabras con un ligero tono de desdén.
-Hace tres meses…
-Ya; vale. No hace falta que contestes. – Interrumpió irritada. – No debería habértela comprado.
Como no debería haber hecho muchas cosas a lo largo de toda su vida, de entre las cuales desearía cambiar la mayoría y se arrepentía prácticamente de todas las demás.
Natasha había sido una eotdllene muy atractiva (para los de su misma especie, por descontado) y con un muy prometedor futuro que poco a poco discurría decantándose por la filosofía, a través siempre de la asombrosa y absorvente especialidad en epistemología. Su paso por el período educacional superior, hacía ya sesenta y tres años, había estado perlado de triunfos: obtenía los máximos reconocimientos, las mejores puntuaciones y los más agradables y meritorios halagos de parte de las mejores mentes de Oeveey.
¿Cómo había acabado entonces como personal de registro de entradas de la Sede de Consultas? Todos los días (absolutamente todos, sin excepción alguna) se hacía exactamente la misma pregunta, y también todos los días se lamentaba tras encontrar la respuesta adecuada.
-Natasha ¿Te encuentras bien?
Las amables cuando monótonamente entonadas palabras de Ita lograron por lo menos sacarla del aislamiento en el que se estaba sumergiendo lentamente, al igual (también) que todos los días aproximadamente a la misma hora. Del mismo modo, como siempre, secó las primeras lágrimas que se le escapaban y empezaban a resbalar por sus huesudas y cada vez más negruzcas mejillas.
-Si… - Respondió. – Estoy perfectamente; gracias por el interés, Ita.
Decidió hacer algo; cualquier cosa con tal de sentirse mínimamente útil y apartar de su mente la soledad y la pena que de continuo terminaban por atenazarla. Al poco había resuelto disponerse a recomprobar las actividades de aquellos cuatro ciudadanos; los mismos que precisamente un día como aquel hacían uso de los amplísimos recursos de la Sede de Consultas… aunque en realidad fuese un acto completamente inútil: el programa central de la Sede se encargaba de hacerlo a cada instante; como sucedía con casi todo lo demás; ¿Para qué entonces iba a hacer nada?
Y también como siempre acabó por no hacer nada.
-¿Te disponías a ocupar tu tiempo en algo de interés?
-Claro; por supuesto… - Dudó. - Pero ya no importa.
Su mirada regresó a la pequeña pantalla principal y sus ojos comenzaron a buscar ávidamente algo que hacer. Podría reorganizar los archivos personales de su residencia, o prepararlo todo para encargarse personalmente de preparar la comida…
No; nada de eso. Se quedaría sentada, como todos los días antes que aquel (y los que faltaban por venir), esperando que alguien o algo requiriese su atención y/o ayuda con el trámite de permisos o la búsqueda de datos. Aquellas eran prácticamente sus únicas funciónes.
-Ita… - Dijo de repente entre susurros interrumpiendo sus pensamientos. Hasta sus oídos había llegado un tenue eco; un sonido difícil de precisar; un golpetear rítmico y uniforme y muy muy apagado que llamó intensa y poderosamente su atención por encima de todo lo demás. - ¿Oyes algo?
-Yo…
-¡No respondas! – Interrumpió irritada. – Escucha…
Generalmente (en realidad siempre y en todo momento, si tenía que ser sincera) era el silencio el que dominaba aquel anodino y amplio espacio de trabajo (los investigadores que se acercaban para ampliar sus estudios se encerraban en pequeñas cabinas de trabajo situadas en los niveles inferiores del complejo desde las cuales era imposible escuchar nada, y los droides de limpieza y servicio estaban configurados de tal forma que emitían la menor cantidad de sonido dentro de lo tecnológicamente posible), pero aquella leve, rítmica y sobre todo muy apagada resonancia aparecía cada vez más cerca y se sucedía con más rapidez.
Una confusa Natasha se quedó completamente inmóvil (poco más o menos sin respirar detrás de su mostrador) sólo para intentar localizar y definir aquel tipo de sonido al que desde luego no estaba en absoluto acostumbrada. ¿Cómo iba a estarlo? Incluso las (de vez en cuando) palabras de Ita la sacaban de quicio por el alto tono con el que las enunciaba. ¿Cómo no iba a llamar entonces poderosamente su atención aquel sonido?
Tras incorporarse silenciosamente se separó de su módulo de trabajo y se acercó despacio y con suma cautela hacia el centro de la amplia sala de recepción, intentando (casi con desesperación) localizar de una vez por todas aquel (desconcertante, sin duda) acompasado sonido. ¿De dónde provenía? El rítmico golpeteo se acercaba cada vez más, y las ciclópeas dimensiones del espacio en el que se encontraba no ayudaban, con sus reverberaciones, a localizar el (a cada instante) cada vez más cercano origen; de echo, llegó un momento en el que estuvo ya tan cerca que no cupo la más mínima duda acerca del origen de tal disrupción en el ambiente y también, por supuesto, de quien procedía.
-Natasha, creo conocer el origen…
Justo en aquel preciso instante, interrumpiendo la poco precipitada conclusión de Ita y mientras Natasha volvía su mirada hacia una de las galerías que llevaban a la zona de consultas, una del todo inusual imagen colapsó la completa atención de sus pensamientos: una verde y estirada figura se adentraba a toda velocidad y completamente desbocado en la sala de recepción y permisos, supuestamente (quería creer) en dirección a la salida. ¿Pero qué se creía aquel veridai? Natasha no salía de su asombro, sintiéndose al mismo tiempo cada vez más indignada; el permiso que había conseguido (y quién sabía cómo, por cierto) no le daba derecho a salvar corriendo y tropezando de aquella manera la siempre tranquila sala de recepción.
Entre los torpes movimientos ocasionados por la rápida maniobra evasiva de uno de los pequeños droides de limpieza, aquel desgarbado joven (y poco grácil, por añadidura) no pudo menos que comenzar a trastabillar y tropezar con varios de los módulos de descanso hasta, milagrosamente, alcanzar indemne la compuerta de salida y saludar sin detenerse a la recepcionista con una agradable, alegre y, en cierto modo, sorprendida sonrisa.
Natasha no daba crédito a lo que sus ojos habían presenciado: una total falta de maneras y de saber estar del todo inapropiadas para un lugar como aquel (para cualquier lugar, en realidad) desembocaban en una situación que no podía ser más insólita y menos educada, formal y de peor gusto.
Pero… pero fue tal la sorpresa y sobre todo el sobresalto, que la hasta entonces completamente aburrida y amargada Natasha comenzó a reir, primero poco a poco, y luego indecorosa y escandalosamente, con tamaña fuerza y energía que el retumbar de sus carcajadas acabó extendiéndose por todo el espacio de la sala de recepción, llegando también con toda seguridad hasta algunos de los habitáculos de compañeros de la Sede: Los droides de limpieza detuvieron por un momento sus labores; Ita giró levemente su cuello hacia un lado tras quedarse (posiblemente por primera vez en muchísimo tiempo) sin palabras; incluso un operario de reparaciones de la segunda planta acabó contagiado por las sonoras carcajadas que llegaban hasta sus oidos.
Nunca se había reido con tal intensidad en toda su vida, abrazándose el abdómen del dolor y palpándose las mejillas a causa del hormigueo, y dudaba de hecho que volviese a repetirse en alguna otra ocasión a lo largo de lo que le quedase de existencia.
Nunca se había divertido tanto.
Boreazán sólo alcanzó a percibir ligeramente el comienzo de las risas de la recepcionista, pues en cuanto hubo franqueado la compuerta principal de la Sede de Consultas, sus pensamientos se orientaron únicamente hacia la mediocre Leak estacionada en el espacio habilitado para tal efecto.
Tenía que hablar con el profesor de inmediato, y tenía que hacerlo en persona (no había otro modo), por lo que nada más sentarse y encender los (poco fiables, por desgracia) motores del pequeño vehículo monoplaza arrancó a toda la velocidad de la que podía disponer para acoplarse al tráfico existente en los niveles más bajos de circulación. Tardaría aproximadamente unos cuarenta minutos en llegar, por lo que decidió revisar mentalmente durante el trayecto todo lo que había encontrado. Por supuesto había descargado todos los documentos encontrados a su cuenta personal, por lo que antes incluso de cruzar palabra alguna con Yoet, lo dispondría todo para que el profesor los visionase antes de que ambos discutiesen sobre lo encontrado.
¿Qué sentido tenía? ¿Cómo era posible que hubiese más de uno?
Y sin embargo… sin embargo era lógico pensar que Odded no era el único con aquella asombrosa habilidad.
Aumentando la velocidad un poco más de lo razonablemente seguro se elevó varios niveles entre el tráfico.
Había empezado la búsqueda acordada con Yoet poco después de que éste saliese de su propio despacho y dejase sus nada modestas instalaciones a su entera disposición; tras planear concienzudamente el periplo que habría de consumar (ya había realizado con éxito difíciles búsquedas para varios de los más distinguidos instructores educacionales de Oeveey, por lo cual se había labrado cierta fama entre los estudiantes) comenzó a abrir varias vías de investigación.
Pero parecía… parecía como si nada diese resultado; es decir… tras varias horas de búsqueda llegó a sentirse completamente inútil; como un neófito perdido en un vasto mar en el que nunca podía situar el norte. Todas las vías abiertas llegaban a un punto muerto que no permitía abrir o seguir nuevos caminos… nuevas indagaciones, por poco importantes o del todo inservibles que pudiesen parecer en un principio.
¿Cómo había empezado la búsqueda?
El registro de vida de aquel humano era en verdad impecable. Parecía de hecho perfectamente estructurado según el ideal registro deseado por la Confederación. Todo estaba perfectamente entrelazado. Y sin embargo, aún a pesar de no haber encontrado nada extraño en el registro de Odded, podía cotejar toda aquella información con los datos relacionados en cada uno de aquellos lugares en los que el humano había estado, para comprobar, de algún modo, si lo existente en su registro coincidía con los registros de otras personas coincidentes en tiempo y espacio (al menos aproximado) con el humano.
Aquella primera vía prometía algún hallazgo tarde o temprano (¿Quién no tendría algo que esconder? Incluso sin contar con lo de volver a la vida de aquella manera), pero al poco descubrió absorto (estado que sería habitual en Boreazán durante toda la noche) que todo coincidía para no dejar ni un solo cabo suelto. Aunque sencillamente fuese del todo imposible: Nada encajaba tan a la perfección.
Y así estuvo toda la noche.
Casi abandonándose a la desesperación y recibiendo las primeras luces del amanecer apagó la consola principal de la vieja mesa metálica y se reclinó desperezándose y exasperado en el módulo de trabajo del profesor; y fue entonces cuando lo vio perfectamente claro.
Si Odded quisiese esconder algo aquella sería precisamente la forma correcta de componer su registro de vida; era lógico pensar pues, que todos (absolutamente todos, si se enfrentaba con alguien lo suficientemente metódico como para componer aquella historia) los caminos realizados a partir del registro llevasen a ninguna parte, por lo que decidió comenzar de nuevo la enormemente ardua tarea que tenía entre manos desde otro punto de comienzo; pero no podría hacerlo desde la residencia del profesor: Tendría que acceder a la Sede de Consultas y realizar las investigaciones desde allí mismo.
Una vez en la Sede (no le resultó demasiado complicado falsear un permiso especial para poder disponer de todas las supremacías de búsqueda) se dedicó a enviar decenas de miles de pequeños e invisibles sistemas trowo a los confines confederados en busca de algo con lo que pudiese comenzar con alguna garantía. Cada sencillo y estúpido trowo contenía cientos de parámetros de búsqueda auomatizada predeterminada por el propio Boreazan, que se interconectaban con los mínimos resultados que otros trowos iban desenlazando en la inmensa datored confederada sin necesidad de pasar por los lentos trámites de petición de información. Aún así tardó aproximadamente (aunque el tiempo comenzaba a resultar una dimensión bastante confusa en la mente de Boreazan) cuatro largas y tediosas horas.
Pero mereció la pena; rotundamente.
Los pocos trowos que regresaban de la búsqueda traían únicamente migajas, pero de una importancia y relevancia tales que Boreazan no dudó en ningún momento haber descubierto, posiblemente, lo más importante desde el desarrollo de los portales de desplazamiento:
Una raza que no podía morir.
Aún así sólo eran migajas. Era como si alguien se hubiese esmerado concienzudamente en recoger la mesa de comidas con un método tan desesperadamente eficaz que incluso los minúsculos restos de alimento no podrían ser aprovechados por ningún animal. Pero había quedado algo, y a Boreazan le bastaba.
Aunque lo que afirmaban sin lugar a dudas aquellos hallazgos (breves noticias sueltas sin relación alguna entre ellas, confusas grabaciones de cientos de años atrás que casi no permitían ver más que lo que en realidad se desease observar, registros de ciudadanos ya fallecidos de los que se disponía de nuevo con apenas unos ligeros y casi inapreciables cambios, confesiones perdidas de residentes de las periferias que afirmaban cosas imposibles, accidentes catastróficos de entre los cuales alguien salía por su propio pie y desaparecía para siempre, notas dejadas por particulares en sus propias cuentas que narraban aterradoramente cómo habían sido salvados de morir por alguien que incomprensiblemente no había muerto, imágenes imposibles de quiméricas curaciones, situaciones imposibles para cualquier raza existente sobrellevadas apenas sin problemas por personajes anónimos, documentos personales que afirmaban en medio de la locura la existencia de personas perpetuas) era que en efecto existía alguien o algo tremendamente poderoso e influyente (dudaba muchísimo que fuese el mismo Odded) que se preocupaba enormemente de que todo aquello no fuese descubierto en ningún tiempo ni lugar por nada ni nadie.
Habia cientos de ellos.
Aparecían en la historia y volvían a desaparecer, sólo para regresar de nuevo y terminar por desvanecerse del mismo modo que el anterior.
Nada los vinculaba entre ellos y no eran por fueza de la misma raza, aunque fuese en la Tierra donde creía entrever el origen de tal peculiar y, por qué no decirlo, aterradora saga de extraordinarios.
Incluso creía haber encontrado un documento de hacía mil ochocientos años en el que el mismísimo Odded hacía su aparición.
Inconcebible.
Aumentó la velocidad un poco más y continuó ascendiendo. El resto del trayecto supuso para Boreazan una angustiosa espera, y para cuando llegó a la compuerta de entrada de vehículos de la residencia del profesor Yoet apenas podía mantenerse firme sobre el vehículo a causa del sueño, del cansancio tanto físico como mental, y del nerviosismo que atenazaba completamente la totalidad de sus músculos. Además había vuelto a llover y estaba completamente empapado.
Tras pedir confirmación de abertura dejó su Leak al lado de un vehículo grande, espacioso y muy moderno (un Amtho-Zotcht brillante y negro, seguramente del hijo mayor del profesor) y entró en el habitáculo principal de la residencia, donde se encontraban precisamente el profesor Yoet y su hijo Yter examinándolo (sobre todo Yoet) con mirada inquisitiva.
-Yter, por favor; déjanos solos. – Sentenció Yoet. – Debo hablar urgentemente con mi joven pupilo.
Tras mirar a uno y a otro, Yter se despidió de su padre y de Boreazan para desaparecer tal vez algo molesto por una de las muchas compuertas de acceso a las diversas salas de las que se componía la impresionante residencia del profesor Yoet. Al momento, los que todavía quedaban en la sala principal se dirigieron al despacho que había sido ocupado temporalmente por el veridai durante toda la noche.
-Cambia tus ropas, Boreazan – Propuso mientras se dirigía hacia su habitáculo de trabajo. – En el habitáculo de descanso de mi hijo Yko encontrarás lo que necesites…
Pero Boreazan no respondió, y tras adelantarse a Yoet entró en la sala y conectó varias de las salidas de su periférico en la pantalla de la mesa metálica, mientras instaba fervientemente a su profesor a sentarse en uno de los módulos.
-Antes de nada quiero que vea todo lo que he encontrado. – Dijo nervioso mientras tecleaba vertiginosamente las órdenes en su periférico para abrir los documentos hallados. – La tarea en la que estuve trabajando toda la noche y toda la mañana.
-De eso mismo quería hablarte. – Respondió cauto sin sentarse todavía en el módulo de trabajo. Yoet miró pacientemente a su alumno, intentando comprobar cual era en realidad, oculto tras aquella especie de ansiedad, su verdadero estado de ánimo. Aunque en realidad poco importaba cómo le podría afectar lo que tenía que imponerle, pues no cabía ninguna otra opción. - Quiero que dejes de investigar al humano. – Concluyó.
Extrañamente, tras varios segundos de silencio ni el énfasis que Boreazan ponía en lo que estaba haciendo ni su expresión variaron en absoluto, casi como si lo que había acabado de escuchar hubiese sido simplemente una broma. No era en absoluto ninguna broma, pensaba Yoet, quien no llegaba a atisbar nisiquiera una parte de lo que Boreazan iba a mostrarle pero que tenía muy claro que no se seguiría trabajando en aquella búsqueda. Costase lo que costase.
-¿Me has oído?... – Resolvió decir mientras paseaba de un lado para otro del habitáculo. - He dicho que dejes de investig…
-Ya es tarde, profesor. – Reconoció su alumno al tiempo que volvía a ofrecer ansioso el módulo principal de trabajo para que su maestro se sentase. – He guardado lo poco que he encontrado; pueden parecer restos sin sentido, sin conexión alguna… - dudó unos instantes - …pero no; no deberíamos adelantarnos e intercambiar ninguna opinión a lo largo de la siguiente hora – concluyó cortando sus palabras de raiz mientras hacía ligeros y expresivos aspavientos con los brazos. -, tiempo que usted tardará en revisar… - La expresión de Boreazan cambió ligeramente en aquel preciso instante, pasando de la inicial satisfacción a una cauta extrañeza. - …los documentos que…
Enseguida volvió a teclear varias órdenes en su periférico mientras su gesto cambiaba más y más, hasta volverse totalmente ceñudo y contrariado. El profesor se acercó confuso a la pantalla de su mesa de trabajo para intentar atisvar cual era la razón de la preocupación de su alumno, pero lo único que llegó a ver fue la pantalla de disponibilidad operativa habitual de su sistema central.
-¿Sucede algo? – Preguntó impreciso.
Boreazan se había quedado completamente inmóvil, sentado por fin en el módulo principal de trabajo del profesor, acercando sus manos a su rostro para casi arañarlo; su expresión se mantenía indemne, en el mismo estado, hasta que con aquel estúpido gesto miró directamente a los ojos de Yoet para simplemente pedir ayuda con la mirada.
-No… no está; - alcanzó debilmente a decir. - …ni… estoy.
Aquellas vagas palabras sin sentido alguno para Yoet hicieron que el profesor conectase su propio periférico en la pantalla de su sistema central.
-¿Qué sucede? – Preguntó algo alterado sin esperar en realidad ninguna respuesta. La base de datos de su sistema central de habitáculo no mostraba la última interactuación de Boreazan que él mismo había comprobado con sus propios ojos. ¿Cómo era posible? No había ni podía existir razón alguna para que su sistema no reconociese las últimas entradas de Boreazan (por supuesto olvidando la intervención de algún tipo de anulador corporativista...)
No.
No podía ser.
Yoet desvió fugazmente su mirada hacia los cables del periférico del veridai, todavía conectados al sistema de su residencia. Tampoco eran reconocidos. ¿Qué significaba todo aquello?
Tenía que pensar un momento; sólo unos segundos.
Boreazan continuaba sentado en el módulo de trabajo, absorto, ensimismado, completamente ausente ante las operaciones que Yoet estaba llevando a cabo. Había aparecido en su residencia para mostrarle algo (una información verdaderamente impresionante; algo que había encontrado aún con la dificultad añadida del sistema central del humano), y al poco sucedía aquello… tan del todo inhabitual y sobre todo… de manera tan oportuna.
Decidió tramitar una petición de información a Registro de datos; pediría el registro de vida de uno de sus alumnos: Boreazan Veer; algo sencillo.
Y esperaría.
Esperó exactamente tres minutos, tiempo en el cual observó información adicional que le ofrecía el sistema central: la temperatura de tres de los habitáculos de descanso de la residencia había sido aumentada en medio grado para compensar la pérdida de calor debido a la ventilación, su hijo Yter estaba en aquellos momentos en su habitáculo de descanso, seguramente revisando las últimas notas de sus estudios y un mensaje entrante pedía ser leído y tal vez contestado.
-Que espere… - Susurró; fuese quien fuese.
Al cabo llegó la información tramitada por la Sección de Almacenamiento y Registro de Datos, sólo para mostrar un aviso sobre la inexistencia de la información requerida.
¿Significaba aquello que…
¿Qué significaba aquello?
Boreazan se incorporó lenta y pausadamente del módulo en aquellos instantes sin mirar en ningún momento a la pantalla. Con la misma calma se acercó al ventanal situado tras el módulo que había precisamente abandonado y macilento se detuvo apoyando el peso de su agotado y frágil cuerpo en el diáfano material.
Yoet no sabía qué hacer; ni siquiera qué pensar al respecto. ¿No existía? ¿Cómo que no existía?
Comenzó a mesar sus blancos cabellos tras desconectar su periférico y separarse de la mesa de trabajo; un pequeño pero brillante piloto azulado informaba de nuevo de la fastidiosa persistencia del mensaje destinado directamente al profesor. Yoet miró al Joven veridai y de nuevo al piloto indicador, y decidió comprobar qué rezaba el oportuno escrito directamente en su periférico.
Fue así como descubrió el pago de una antigua deuda; una deuda que a partir de entonces quedaba sin lugar a dudas perfecta y definitivamente saldada; una deuda que en aquel momento le permitía saber con exactitud qué era lo siguiente que habría de suceder y cual sería sin duda su siguiente paso.
Definitivamente alterado se acercó con celeridad a Boreazan para agarrarlo por un brazo y sacarlo de inmediato del habitáculo. El joven veridai, quien por un momento consideró protestar ante la inesperada reacción del profesor, no tuvo más remedio que hacerlo definitivamente ante la bofetada que Yoet le propinó ante su total falta de resistencia.
-¡Reacciona! Vas a salir inmediatamente de aquí. – Constató mientras dirigía firmemente a su alumno hacia el habitáculo en el que se guardaban los vehículos. – Llévate el Zotcht y vete… no se a dónde pero vete… lejos; muy lejos. Y llévate esto. – Añadió.
Para cuando quiso darse cuenta entre sus manos descansaba el anulador corporativista del profesor, se encontraba encajado en la cabina del vehículo y estaba todo listo para su partida.
-¡Un momento! – Protestó al fin. - ¿Qué pasa? ¿A qué viene…
-Calla. – Interrumpió impasible Yoet mientras dejaba hábilmente conectadas las células de energía, los parámetros de conducción y se disponía por fin a cerrar la cabina.
-Pero…
–Calla y escucha: Al parecer varias secciones de seguridad se dirigen hacia aquí en estos instantes. Vienen a por ti, y sea lo que sea lo que has encontrado es seguro que no lo volverás a encontrar. Lo habrán borrado, como hicieron con tu registro y seguramente con toda huella que hayas podido dejar en las bases de datos. Como querrán hacer contigo…
-¡Pero no tengo… ¡Pero si no he hecho nada!
-¡¡HE DICHO QUE TE CALLES!! – Gritó el profesor perdiendo de una vez por todas los pocos nervios que todavía le quedaban. No era una persona acostumbrada (en modo alguno) a aquel tipo de situaciones. No; en absoluto. Nunca había presumido de frialdad ante imprevistos (en contadas ocasiones se había enfrentado a ellos, y nunca jamás bajo aquellas mismas características) y siempre había evitado en la medida de lo posible aquellas situaciones que pudiesen desembocar en conclusiones peligrosas o aún comprometidas para su persona. – Recuerda bien estas palabras, Boreazan: – continuó algo más calmado - no te fíes de Odded; es muy posible que su Sistema Central haya tenido que ver con esto.
Nunca había sido un espía al uso, en cierto modo. Además, era del todo inhabitual que de manera consciente un espía realizase de manera deliberada, incorrecta y deficientemente (del todo; fatal; completamente al revés) su trabajo durante innumerables ocasiones y a lo largo de los años.
Tras calmar todavía más su mirada, cerrar la cabina y abrir la compuerta de la sala de vehículos se dirigió apresurado hacia uno de los monitores-cominucadores habilitados en aquel espacio, justo a tiempo de ser testigo de la aparición en el exterior de la compuerta principal de su habitaculo residencial de dos Secciones de Seguridad de Bloque Urbanita. La Confederación llamaba a su puerta, y en aquellos precisos instantes su extrañado hijo se disponía a responder a la llamada.
Yoet volvió su mirada hacia Boreazan y con un imperativo y furioso gesto le instó febrilmente a salir de inmediato. No podia perder más tiempo y el, a diferencia de su querido pupilo, no corría peligro alguno.
Vete; fuera; huye. No te preocupes por mí. ¿Qué pueden hacerme?
Ya nos veremos.

domingo, 12 de abril de 2009

Capítulo 45

-Anceps imago-

(Hombre de dos caras)

(Tercera parte)


-Loreen; tienes visita. Es Glodar.

-Glodar…

Las palabras de Lucy tardaron todavía un par de minutos antes de ser asimiladas por completo, pero cuando Loreen fue plenamente consciente de que efectivamente era Glodar quien estaba tras la puerta de acceso a su residencia, se mantuvo absolutamete en silencio y sin realizar movimiento alguno; casi incluso sin respirar.

¡Qué tontería!, pensó al instante. ¿Por qué estaba de repente tan nerviosa? Lo más inteligente sería hacerle pasar y exigirle explicaciones acerca de lo que había encontrado, incluso llegando a asimilar de una vez por todas el papel de máxima responsable de la Sección 23 de Almacenamiento de Datos de la Confederación: si no escuchaba una explicación mínimamente coherente, el puesto de trabajo de Glodar sería a partir de entonces ocupado por algún otro. De echo, como mínimo propondría su traslado inmediato a un puesto de menor responsabilidad, menores ingresos y en la peor de las zonas de trabajo. Exacto: eso es lo que haría.

Pero inevitablemente una pregunta se aferraba con fuerza a sus pensamientos… ¿Seria realmente capaz de hacerlo? Es decir… ¿Sería capaz de alejarse de aquel a quien tanto amaba? ¿De deshacerse de él por una tontería como aquella? Con toda seguridad existía una explicación lo suficientemente lógica…

-Loreen. ¿Quieres que le permita el acceso?

Por supuesto; pues claro que le haría pasar, pero sólo para exigirle explicaciones; tendría que ser lo suficientemente fuerte como para mirarle directamente a los ojos y preguntarle por sus actos para luego revelarle los suyos: Glodar dejaría la Sección aquella misma tarde.

Por toda respuesta a la pregunta del Sistema Central del Habitáculo, Loreen se levantó enérgicamente del módulo de descanso y se dirigió con firmeza hacia la compuerta de acceso principal; también con decisión pulsó el interruptor de abertura manual y del mismo modo comenzó su discurso; pero casi sin tiempo para poder empezar a reclamar las explicaciones que en realidad tanto necesitaba escuchar, dos de los fibrosos brazos de Glodar la agarraron con titánica fuerza por los hombros mientras con los otros le tapaba la boca y oprimía una pequeña pirámide de metal negro y base triangular. Mientras volvía a cerrar la compuerta mediante el conmutador manual golpeó con tanta violencia el rostro de Loreen que la lanzó contra la pared para finalmente detener su caida contra el duro suelo de la entrada.

-¡¿De verdad crees que soy tan imbécil?! – Gritó con el rostro desencajado por la ira. - ¡¿Crees que no se lo que te propones?!

Una sorprendida y aterrorizada Loreen intentó arrastrarse tremendamente aturdida hacia el habitáculo de descanso, pero no tuvo tiempo más que para recorrer una pequeña distancia antes de recibir una violenta patada en el costado que la hizo gritar de dolor; apenas podía respirar.

Glodar observó durante varios segundos las pantallas que permanecían activadas en el habitáculo para simplemente terminar por desactivarlas manualmente con una ligera expresión de menosprecio en su rostro. La figura piramidal con la que alegremente jugueteaba entre sus manos pasaba en aquellos momentos a uno de los bolsillos de su abrigo.

-¡Lucy! – Consiguió decir Loreen al tiempo que veía horrorizada cómo brotaba sangre de entre sus lacerados labios. - ¡Avisa a seguridad, por favor… - Gritó entre llantos; aquello no podía estar pasando. - ¡¡Lucy!!

-No te esfuerces, cariño. Lucy no puede escucharte… y en breve dejará de existir. – Dijo divertido mientras activaba una pequeña y pesada placa oscura que extrajo de su abrigo, similar a la de un sistema central de habitáculo. Al momento se dirigió hacia la base fija donde descansaba la placa de Lucy y acopló encima la que hasta entonces había descansado entre sus manos. Tras dejar pasar varios segundos y comprobar la rápida sucesión de pilotos luminosos que informaban del éxito del acoplamiento, Glodar lanzó una pregunta al aire.

-Zett. ¿Estás conectado?

-...

-Por supuesto, Glodar.

-Bien. Escanea el sistema parasitado. Quiero que emitas señales clonadas del antiguo sistema; debes conseguir que todo sea… - y pensativo miró de nuevo a Loreen. – Más bien… que parezca normal. Por qué en realidad no lo es. ¿Verdad, cariño?

A las distraídas palabras de Glodar sobrevino un tremendamente violento y seco golpe que le destrozó la muñeca y provocó un grito sin sonido salido de lo más profundo de su ser.

Con los ojos entreabiertos pero casi inútiles debido a la sangre que los empapaba intentó mirar hacia el rostro de Glodar. ¿Por qué? ¡¿Por qué?!, se preguntaba. El dolor que sentía apenas le permitía concentrarse en nada más que seguir arrastrándose para intentar alcanzar la puerta del habitáculo de descanso; un poco más, se animaba; un poco más.

Pero Glodar nunca la dejaría llegar. Estaba jugueteando con ella, sin golpearla con tanta fuerza como las primeras veces pero si lo suficientemente fuerte como para que Loreen deshechase plantearse cualquier cosa que no fuese quedarse tirada en el suelo sin moverse e intentar protegerse de los golpes.

-Tenías que haber sido tú. – Comenzó a decir Glodar mientras paseaba nervioso por el habitáculo principal. - No podía haber sido cualquier otro de nuestros compañeros; no. Tenías que haber sido tú; precisamente la persona que menos hubiese querido que lo descubriese.

-Glodar. El sistema está escaneado y la situación bajo control. – Interrumpió la desagradable cuando grave voz del sistema parasitario. - Es innecesario el anulador.

-Perfecto, Zett. Asegúrate de que todo siga así; y sobre todo asegúrate de que lo que aquí suceda quede entre nosotros tres. Por cierto… ¿Está todo listo para activar los chivatos?

-Por supuesto, Glodar.

-Fantástico. Ahora veamos: - Añadió dirigiéndose de nuevo a Loreen, quien estaba ya a apenas un par de metros del habitáculo de descanso. – Me gustaría que me revelases de una vez por todas dónde está tu padre.

La mirada de sorpresa de Loreen no podía ser más descriptiva. ¿Se trataba de eso? ¿De su padre? ¿Por qué?

Desesperadamente y con las escasas fuerzas que todavía le quedaban, Loreen intentó alcanzar la que creía podría ser suficiente protección del habitáculo de descanso. Sólo necesitaba que Glodar se despistase durante un poco; sólo un poco y lo conseguiría. Ya casi estaba. Solamente un par de metros más y podría encerrarse para esperar ayuda.

-Nos irá mejor a todos si dejas de comportarte como la malcriada y caprichosa niña que en realidad eres. – En apenas un par de pasos se adelantó a Loreen y cerró la puerta del habitáculo de descanso. – Es mejor que respondas; mírame. Por favor…

Aquellos ojos que apenas era capaz de vislumbrar volvían a ser los del adorable y fascinante Glodar; el mismo que ella había conocido y del que había llegado a enamorarse tan profundamente. ¿Cómo podía ser cierto? ¿Cómo podía cambiar tan profundamente la expresión de alguien?

-¿Vas a ayudarme? – Preguntó sosteniendo con dulzura el rostro de Loreen entre sus delicadas manos. - ¿Lo harás?

Tal y como había sido entonada aquella pregunta podría ser perfectamente la que se harían dos compañeros; dos muy buenos amigos que podían echarse una mano el uno al otro, o incluso dos enamorados que podían salvar cualquier situación si confiaban ciegamente el uno en el otro. Su mirada, tan tierna y afectiva, logró perturbar todavía más la débil mente de Loreen.

-Cariño. ¿Me ayudarás?

-¿Qué… - Logró decir Loreen. - ¿Qué… quieres?

-Tu padre. – Dijo al instante algo nervioso y bastante desorientado. – Sus estudios. Su hija. Sus conclusiones… Sus resultados. Eres mi última y única esperanza. Estoy cansado de dar vueltas y vueltas a las mismas inútiles pistas que lo único que hacen es envolverme en una maraña de datos sin utilidad alguna. No podemos permitirnos fracasar en esto. ¿No lo entiendes? Demasiadas personas dependen de lo que yo y otros como yo podamos descubrir. La Corporación apenas tiene para uno o dos meses… y la Confederación tal vez seis más; como mucho.

¿De qué estaba hablando? ¿Uno o dos meses para qué? Todo aquello estaba a punto de convertirse en una serie de acontecimientos sin ninguna lógica ni orden alguno. ¡Además tomaban parte en la situación los estudios de su padre! Loreen intentó sacudir levemente la cabeza para intentar despejarse un poco pero el terror que la inundaba no la dejaba moverse en absoluto; ni lo más mínimo Por supuesto no pudo… no supo responder a la pregunta, y mucho menos podía saber qué reacción esperar por parte de Glodar. ¿Su padre? ¡Había desaparecido hacía años! Ni siquiera podía recordar con claridad la última vez que habían estado juntos. ¿Cómo iba a tener relación alguna con sus estudios? No. Loreen nunca podría responder las preguntas de Glodar porque sencillamente no conocía en absoluto las respuestas.

-Zett. – Llamó el linoceta con decisión y poca paciencia.

-¿Sí, Glodar?

-Parece que mi amiga no quiere cooperar. ¿Me harás el favor de configurar los chivatos para que sean recibidos dentro de diez minutos?

-Por supuesto, Glodar. Acaban de ser activados.

Con parsimoniosa lentitud se volvió hacia Loreen. Tras comprobar cómo le mantenía la mirada apenas un par de segundos antes de mirar asustada de nuevo hacia el suelo, la levantó con fuerza y la obligó a sentarse en el cómodo módulo de descanso.

-Mira Loreen… - ¿Estaba empezando a perder la paciencia o la había perdido ya? - …Si en diez minutos no me has dicho lo que deseo oír, será la propia Confederación la encargada de torturarte para atender lo que creerán como cierto. Sólo yo puedo evitar que la información que he preparado para ellos llegue a su destino, y ya oiste a Zett; la información ya se está descodificando y llegará al Servicio de Inteligencia Confederado en menos de diez minutos. Ahora dime: ¿Vas a darme los estudios de tu padre?

-Glodar… yo…

La frase no terminó. No pudo hacerlo debido al pavor que sintió Loreen tras comprobar cómo había cambiado de nuevo la mirada de aquel… de aquel auténtico monstruo.

-Prueba otra vez…

¡No lo sabía! ¡No tenía ni idea de dónde podían estar los estudios de su padre! ¡¿Cómo podría saberlo?! ¡Que buscase en los archivos de la Confederación!

Porque ella… ella no los tenía.

-Glodar…

-¿Si? – Sus rostros estaban casi tan cerca como cuando todavía se besaban.

-¿Vas a matarme? – Preguntó.

Aquella lánguida frase pareció desconcertar un poco a Glodar, quien en seguida se repuso y respondió candorosamente.

-¡No! – Susurró mientras le acariciaba la mejilla. – No, Loreen. No voy a matarte… ¡No sería capaz de hacerlo! Pero esto es muy importante. Por favor; dame lo que quiero.

Ella comenzó a llorar; poco a poco al principio y con temblorosa intensidad después. Mientras Glodar se sentaba a su lado y la cogía cariñosamente entre sus brazos Loreen se dejó llevar por el dolor y la desesperación; por la impotencia y por el miedo.

El miedo a la muerte.

Aquello no podía estar sucediendo.

-¿Glodar?

La desagradable voz de Zett terminó por romper la esperpéntica estampa que se estaba sucediendo. Glodar se separó de Loreen y se levantó. Se deshizo del abrigo (como tantas otras veces había hecho en aquel mismo habitáculo residencial) y comenzó a pasear tranquilamente alrededor del módulo en el que Loreen seguía temblando y llorando.

-¿Si? – Respondió.

-Tenías razón.

-Más vale que te expliques. – Concluyó impaciente. – Te refieres a…

-Tus supuestos al respecto de la búsqueda que estás llevando a cabo. Se encuentra en el habitáculo de descanso. Sobre la ropa, en el suelo. El colgante contiene la información que estabas buscando.

¿Colgante? ¿Qué colgante...

Glodar entró en el habitáculo en el que tantas veces había entrado como amante para hacerlo posiblemente por última vez como asesino. Estaba claro que no podría dejar a Loreen con vida después de haber encontrado la información. ¡Quién lo iba a decir! Un espía de corporativo de tercera llevando a buen término la necesidad más imperiosa de toda la Corporación. Ávidamente buscó el colgante y en seguida lo encontró. Tras enredarlo entre sus manos recordó vagamente haberlo visto en alguna otra ocasión.

-¿Te lo habías puesto en la cena con Drat? – Preguntó realmente interésado desde el habitáculo.

Al poco volvía a compartir espacio con Loreen, sentado de nuevo en el módulo de descanso del habitáculo principal y de nuevo rodeándola con dos de sus brazos

-Zett. ¿Qué es esto? – Preguntó Glodar jugueteando con el collar.

-Un dispositivo corporativo de memoria. El antiguo Sistema Central de este habitáculo nunca podría haberlo descubierto, y la Confederación no rastrea tal tipo de señales por imposibilidad logística además de por no suponer una amenaza tangible. Sin embargo La tecnología corporativa está diseñada para reconocerse; las débiles emisiones captaron mi atención aún entre todos los ruidos existentes a nuestro alrededor.

-Y tu Loreen… ¿Qué dirías que es esto?

La mirada de Loreen no podía separarse de aquella baratija que su padre le había regalado hacía ya tantos años. ¡Era un simple diamante engarzado! ¡Un recuerdo de una niñez algo desamparada! Un vestigio de que una vez hubo alquien que desapareció para no regresar jamás… ¿Qué quería exactamente Glodar que respondiese?

Pero poco importaba lo que ella pudiese contestar; en realidad Glodar no había estado esperando una respuesta por parte de Loreen, por lo que siguió al instante su conversación con su Sistema Central.

-¿Qué contiene?

-Absolutamente todos los estudios publicados y no publicados de Richard Friedkin sobre la generación espontánea/orgánica de energía; su transmisión y conductividad, además de los resultados de pruebas y experimentos al respect…

-...

-¿Zett? – Preguntó Glodar mientras se levantaba nervioso del módulo de descanso. - ¿Zett?

-...

-...

La comunicación se había cortado de repente, pero todavía se podía escuchar, con algo de esfuerzo, un muy ligero zumbido emitido por todos y cada uno de los emisores de sonido de la residencia de Loreen. No podía saberse con seguridad qué había sucedido, pero estaba perfectamente claro que el Sistema de Zett se había encontrado con alguna traba impuesta, casi sin duda (pensaba Glodar) por los protocolos de seguridad de la Confederación.

Pero lo que el linocetasecorípano desconocía y estaba a punto de conocer era que la Confederación no estaba detrás del fallo de su Sistema. Las palabras que escucharon a continuación se encargaron de que tanto Glodar como Loreen, por muy distintos motivos cada uno de ellos, recordasen aquel día con todo detalle para el resto de sus vidas.

-Tu Zett ya no existe. – Se escuchó. - Se lo comió Alcione.

Ambos dirigieron sus miradas hacia la zona desde la que habían llegado aquellas densas palabras. Allí, en el umbral de la compuerta principal del habitáculo, un tenso humano descansaba impávido y sonriente.

Mientras la reacción de Glodar fue avalanzarse de inmediato hacia el minúsculo pero letal disruptor de descargas escondido en uno de los bolsillos de su abrigo, Loreen comprobó cómo todos y cada uno de los músculos de su cuerpo se rendían a la situación y su mente comenzaba a sumirse en la más completa oscuridad, pues la extraordinaria realidad que mostraba cómo sus sueños se manifestaban de tal manera ante ella y en una situación como la que estaba padeciendo, era digna imprenta de la misma locura.

Pero allí estaba él; no cabía ninguna duda. Su Dios-Hombre, su protector, su guardián.

Había llegado.

Para preservarla de todo mal.