lunes, 6 de julio de 2009

Capítulo 50

-Mihi spes omne in memet-
(Todo lo espero sólo de mí)



“La grandiosa estrella que devastaba aquel lugar no dejaba espacio alguno para la vida: asolaba sin piedad las inmensas llanuras ya quemadas tras los incalculables siglos de permanencia ante los distantes fuegos.
En el horizonte podían advertirse un sinfín de formaciones montañosas; viejas y gastadas; yermas y caducas; y aunque también todavía orgullosas y engreídas, se veían irremediablemente rendidas al paso del tiempo y a las fuerzas que de continuo las oprimían. Incluso la más dura de las piedras acababa deshecha frente a aquello que de ningún modo podía ser interrumpido.
Y luz; mucha luz. El calor abrasador quemaba los ojos y resecaba la piel hasta convertirla en polvo. La tierra ardía, aquí y allá, en pequeños focos de fuego que marcaban los caminos que podían ser seguidos y los que no. Rocas y tierra por doquier, nada más: Estaba completamente sola.
Miró a un lado y al otro y vio lo mismo en todas partes; intentó forzar la vista y distinguir cualquier detalle que no fuese propio del desolador paisaje; algo, lo que fuese, le valdría… sería suficiente… para no perder la esperanza.
Porque sabía que existía una solución; sabía que tenía que ser encontrada por alguien y le sería entonces revelado el terrible secreto que tan bien había sido escondido en su interior. Tal vez ya conocía tal secreto y simplemente se estaba esforzando en olvidarlo.
Comenzó a soplar una leve brisa. El calor dejó de repente de ser tan agobiante y allá, al final del paisaje, en el horizonte, un asomo de verde empezó a inundar las llanuras; primero lenta y tímidamente, como si tuviese algún reparo en expulsar al imponente y majestuoso astro de sus dominios; y luego con violenta furia, hasta desear hacer suyo el planeta entero.
Había alguien allí; tan lejos. Si pudiese distinguir quien era aquella persona que lentamente se acercaba, todavía… podría encontrar alguna respuesta.
La imparable marea verde llegó al fin hasta ella; hierba, flores y pequeños arbustos crecían ya cerca cuando no a su alrededor. La poderosa expansión cedió a algún tipo de maldición que la asolaba. Intentó coger una planta, pero el despertar de la vida moría bajo sus pisadas, alejándose de ella, huyendo, deseando fervorosamente no ser manchada por su tacto.
Comenzó a correr poseida por la inmensa desesperación de quien no puede alcanzar lo que más desea, intentando atrapar cualquier brizna de hierba, cualquier simple pétalo de flor, cualquier hoja de arbusto… incluso cualquier grano de arena al que apenas le hubiese sido imbuida la dulce y exquisita vida.
Pero todo lo que podía aspirar a tocar era tierra estéril; estaba ya muerta y siempre lo había estado. Cayó al suelo de rodillas, agarrando tierra a puñados y llorando desconsolada por no poder abrazar lo que quería poseer con tanta ansiedad.
De nuevo.
Aquel hombre estaba ya cerca, muy cerca; podía sentirlo. Y le miró. Era alto y de piel morena, y vestía flojas y suaves ropas que se mecían con la fresca brisa. Su sonrisa era cálida, nunca abrasadora como el rey que acababa de ser destronado, y sus ojos, verdes como la misma hierba que no podía tocar, proporcionaban la sensación de calma que Loreen tanto había deseado descubrir durante toda su vida. ¡Pero cuando habló!... las palabras de un ser que no podía ser nada más que un dios se introdujeron por cada poro de su piel, por cada abertura de su cuerpo, llegando a todas y cada una de las más ínfimas e íntimas partes de su hasta enconces malograda existencia.
Y se sintió nacer de nuevo; la hierba la aceptó, la envolvió, su piel suave era acariciada por los pétalos de las flores que la arropaban, y Loreen sabía que no podía pedir más; sólo, tal vez, saber el nombre de aquel que habló. “Dime tu nombre”, susurró; “¡¡Dime tu nombre!!”, habló.
“Soy aquel que no puede ser dañado” respondió el dios mirándola profundamente; “El único que tiene verdadera potestad para dañar impunemente a los demás y restaurar lo que siempre debió haber sido”
Su mano cogió amablemente la de ella y la arrastró con dulzura entre la verde y nueva vida.
Ya no huía de ella; ya no se apartaba ni rehusaba conocerla en su totalidad; la misma vida la aceptaba cuando estaba a su lado, y mediante esa aceptación la vida se tornaba más intensa, más penetrante, mucho más poderosa de lo que seguramente nunca soñó ser. Porque ella misma era el alimento de la vida, el conductor de la senda de lo que nunca debió haber dejado de ser; el elemento que restaba por añadir al futuro de la propia vida; la solución que tanto había sido buscada.
Una forma informe se acercó entonces a ella; la misma forma que serviría en breve de puente hacia el nuevo continente se unió a su ser y pasaron a ser una sola cosa; ella, la que ahora se veía a sí misma como parte fudamental del contenido, la que hasta aquel entonces había sido en sueños humana y ahora objeto, comprobaba cómo una inmensa explosión de energía pura y llena de vida era transmitida y dirigida desde su viejo cuando cambiado y en breve muerto cascarón hacia un nuevo depósito que permitiría la continuación de la vida de todo lo demás.
“Haces lo correcto”, escuchó a sus espaldas. “Pero sólo es un sueño”, respondió.
A Loreen le encantaba escuchar aquella voz, y casi siempre la utilizaba para reproducir desde el documento más revelador hasta la más absurda de las notas; representaba a un varón de entre sesenta y setenta años, humano, con un timbre muy característico que le recordaba enormemente a su padre.
“¿Papá?” Dijo. Y su consciencia ahora etérea vislumbró la ilusión de aquel que en realidad la había transformado. “Todo está bien ahora.” Y con un amable gesto saludó al hombre-dios que la había llevado hasta allí. “Eres mi herencia y nuestra salvación; tú eres lo que se necesita; lo que llenará y lo que desboardará”, continuó.
“Lo que hice contigo en el pasado está aquí para salvar el presente y el futuro”.

Capítulo 49

-Non omnis moriar-
(No moriré del todo)



Nunca en toda su vida había sufrido aquellos temblores tan penetrantemente angustiosos y terriblemente escalofriantes.
No le había pasado en las pruebas de acceso al importante grado superior de la sede educacional de Oeevey al alcanzar la tan ansiada categoría de prócer-estudiante, ni tampoco cada vez que escogía cambiar de residencia cuando sentía inquietantemente cerca los pasos de Szawmazs Vezsmna; ni siquiera en las miserables revueltas de Graim, cuando el joven Azimo había muerto ante sus propios ojos y seguramente por su maldita culpa.
No; por su culpa no: Por culpa de la decisión que había tomado aquel soldado, aunque nadie le hubiese creido ni le creyese jamás. Incluso… Incluso casi ni él mismo, debido sin duda a los años transcurridos y por supuesto a la siempre inevitable transformación de lo escondido tan remota y celosamente en la memoria.
Evocar aquellos recuerdos no logró ni mucho menos que se tranquilizase.
De hecho apenas podía conducir de manera medianamente aceptable el imponente Zotcht, y en más de una ocasión desde que había salido a toda prisa del habitáculo residencial del profesor estuvo a punto de colisionar con algún que otro vehículo.
-Cálmatecálmatecálmate… - Repetía de manera continuada sin apenas respirar y casi hundiendo por la presión de sus manos los botones de mando del vehículo. – Todo esto no puede ser más que un lamentable malentendido; seguro. En cuanto hablen con el profesor entenderán… entenderán que no he hecho nada; que soy inocente de lo que crean que he hecho…
“Todo es un malentendido…”, repetía una y otra vez en su cabeza.
Sin embargo incluso sus propias palabras sonaban extrañas y carentes de fuerza, de peso y veracidad, y sobre todo eran del todo incapaces de calmar sus ánimos o acaso renovar sus energías. ¿Cómo calmarse si había encontrado algo que sin duda la Confederación (¿Quién si no? ¿No era absurdo pensar que había alguien más?) se había esforzado tanto en mantener en secreto? En ocasiones (en muchas ocasiones, en verdad) enchido de furia llegaba a odiarse a sí mismo y al innato talento que poseía para revelar las verdades ocultas de los demás.
¿Y las suyas?
También él se había esforzado por esconder celosamente ciertas cosas que seguramente la Confederación estaba apunto de descubrir; si no lo había hecho ya a aquellas alturas, por supuesto.
Y tras pensarlo, a Boreazan se le escapó una sonrisa nerviosa.
Se encontraba realmente en apuros (una cosa era soportar la persecución de la familia Vezsmna y otra muy distinta sobrellevar de algún modo la de la propia Confederación), y no sabía en tal caso qué hacer ni a quién acudir; no tenía ni la más remota idea.
Bajo la presión de aquel comprometido contexto ninguno de sus conocidos le ayudaría, eso seguro, y la única… persona… en la que podía llegar a pensar bajo aquellas circunstancias estaba ligada con cadenas de dianita a una inusual entidad virtual ante la cual el mismo profesor le había puesto sobre aviso.
Pero siendo sinceros… ¿Habría alguien más inconsciente, más salvaje, más instintivo o más intuitivo aparte de aquel humano que pudiese realmente ayudarle en tal desesperada situación?
Tal vez alguien desde fuera de la Confederación pudiese hacer algo; pero desde dentro…
Tal vez Esshja, aquel contraband…
No; nadie.
Nadie podría ayudarle; la única opción que tenía era salir inmediatamente de aquel planeta y dirigirse… dirigirse…
Tampoco; jamás.
Terminar en territorio corporativo era lo peor que podía pasársele por la cabeza, aparte de de suponer la completa manipulación de su libre-pensar y una libertad total de movimiento para cualquier integrante directo o asalariado de la familia Vezsmna. Además… ¿Cómo se suponía que lograría salir de la Confederación…
-¿Boreazan?...
-¡¡¿Pero qué…
El susto provocado por la repentina activación en las comunicaciones y el sonido de aquella cítrica voz penetrando en sus conductos auditivos provocó un violento e inesperado movimiento de acercamiento del Zotcht hacia un vehículo de carga situado a su derecha; justo en el preciso instante en que la colisión se comprobaba como inevitable, y sin la obvia intervención del joven veridai, el Zotcht volvió a estabilizarse tras un perfecto movimiento de esquiva evitando de tal modo una segura colisión.
Los nervios del veridai estaban literalmente a punto de desingtegrarse.
-Cálmate, Boreazan. Soy Alcione, el sistema central de habitáculo de Odded Tyral. Necesito tu ayuda... es decir: Odded necesita tu ayuda.
¿Qué significaba aquello?
-¿Qué significa…
-Significa que vas a ayudarnos. – Cortó inmediatamente Alcione. - No disponemos de mucho tiempo. Apenas tolero mínimamente la idea de aceptar el fracaso en cualquiera de sus variantes, pero me resulta absolutamente imposible contactar con el Profesor Yoet; las últimas lecturas-espejo a las que he accedido indican señas de su presencia en el habitáculo residencial de su posesión; pero a partir de...
-...
-...
-¿Cómo que no está en su…
-...
-...
-¿Sigues ahí? – Preguntó Boreazan
¿Ayudar? ¡Era él quien necesitaba desesperadamente su ayuda! Por no decir además que no se atrevía siquiera a pedírsela…
Boreazan separó ligeramente los labios tal vez para ofrecer algún tipo de réplica a la imposición de aquel tan inhabitual sistema central de habitáculo, pero casi en el mismo instante en que abrió la boca volvió a cerrarla comprobando (plenamente consciente esta vez) que no tenía nada serio que decir en aquel momento; ni siquiera con respecto a quien debería ayudar a quien. Al menos, se esforzaba por pensar, nada mínimamente serio, inteligente o revelador (o incluso realmente justificable) podía asomar de entre las confusas sombras de su mente bajo la presión de aquella desgraciada situación.
Muy pocos segundos después no fue necesario siquiera que el veridai se plantease decir cualquier cosa, por absurda o importante que fuese: la (para él) sumamente desagradable voz de Alcione terminó por romper el breve y tremendamente incómodo silencio, haciendo gala de cierta autoridad del todo inesperada para el joven y cada vez más nervioso estudiante.
-Finalmente lo has hecho. – Pronunció gravemente.
Aquella acusación concedió a Boreazan apenas un segundo de sorpresa antes de que lograse concluir la verdadera razón de la reprensión de la que estaba siendo objeto, pues al instante recordó claramente las palabras del profesor en el mismo momento en que se disponía a enseñarle los hallazgos extraídos de la datored. Absolutamente convencido de que tras la primera acusación comenzaría a escuchar palabras de reproche (quien podría saber si tal vez incluso algo más) optó de nuevo por no separar los labios para así evitar dejar escapar cualquier otra tontería por muy justificada que pudiese comprobarse; aquel sistema central podía hacer cosas que iban más allá de lo que él mismo podía sospechar (incluso por lo poco que sabía), por lo que era muy posible que supiese o pudiese descubrir exactamente los pasos que había dado.
-Has investigado a Odded y has encontrado algo que no deberías... – prorrumpió Alcione mientras su consciencia viajaba a través de los infinitos paquetes de datos existentes en la datored confederada. – Algo que ahora ya no está... pero estuvo... y ni siquiera yo soy capaz de encontrar de nuevo... al parecer.
-...
-Por eso me costó tanto encontrarte; no figuras en la datored... No existes. – Concluyó. – Por eso el último registro identificativo que leo en los ya desaparecidos y quebrados espejos de datos te sitúa en la Sede de Consulta de Datos... Y por eso tampoco puedo encontrar al profesor, cuyos datos, por cierto, también han sido borrados, implicado sin duda por tu culpa tras la visita que le realizaste. – Alcione se tomó unos segundos antes de continuar. – Esto es curioso incluso para mí.
-¿Có... Como? – Logró decir al fin Boreazán. Una única y entrecortada pregunta abordada desde la sorpresa y el miedo volvió a provocar duros e insoportables temblores en el cuerpo del joven veridai.
-Debido a aquello que has encontrado se han movilizado ciertos sectores confederados de los que nunca tendrías ni por qué imaginar su existencia.
-Yo...
-Por aquello que sabes, o más bien vislumbras, te están siguiendo. Ya te han echo desaparecer de las bases de datos, y al parecer quieren apoyar con actos tu desaparición del banco de datos confederado. Por cierto…
-...
-La familia del profesor tampoco existe. Desde este mismo momento...
Boreazán no podía creer las palabras que tan fácilmente brotaban de los conductores de sonido del vehículo en el que estaba escapando (¿De quien, de quien, de quien?); de hecho, sólo una pequeña parte de su mente era plenamente consciente de la potencialidad de la situación en la que parecía encontrarse. Su boca se negaba a abrirse; sus ojos a percibir su alrededor; sus oidos a escuchar nada más que sus propios lamentos; y sus músculos acabaron entrando en un estado de calma total ante la cual nada pudo hacer.
Y acabó por perder la consciencia.
Alcione se limitó a quedarse en silencio durante algunos segundos, y a cualquier ente de cualquier lugar o tiempo le habría resultado enormemente difícil conocer cuales podrían ser acaso sus pensamientos, porque sólo una mínima parte de su atención se centraba en el contexto de Boreazán.
Decidió seguir con lo previamente planeado por Odded y llevar al joven estudiante al habitáculo residencial de la hija del doctor Richard Friedkin, sobre la cual había estado informándose en los últimos segundos. Una vez allí dependerían de cómo se comportase Boreazán (el más claro punto débil de la planificación) y de cómo reaccionase ante los sin duda diversos momentos de tensión imprevisible que se avecinarían. Además, y a espaldas de Odded y del mismo veridai, Boreazán debería salvaguardar el futuro de la propia Alcione. Los protectores habían entrado por fin en escena cercenando sin reparos la existencia del profesor y su familia y ni siquiera ella misma sabía cuales podrían ser las represalias a partir de aquella intervención. Pero había una salida; sólo una; y pasaba por confiar en las habilidades del joven estudiante.
No había tiempo que perder, pues nadie la conocía mejor que aquellos que la habían creado. Cualquier movimiento que ella pudiese predecir podría ser predicho a su vez por ellos.
Ignorando su verdadero papel en la función que estaba a punto de empezar, no podía más que seguir los planes realizados y rezar por que todo saliese como se suponía que debía suceder.
Rezar.
Curioso concepto; sobre todo para un software como ella.
Ella…

Capítulo 48

-Di nos quasi pilas homines habent-
(Somos juguetes en manos de los dioses)



Casi no podía dar un solo paso más…
Recorrer aquella distancia, por supuesto irrisoria en condiciones normales para un soldado con su preparación física o incluso más que factible sin duda para un slog de avanzada edad y algo más obeso de lo habitual, parecía representar la peor de las competiciones de resistencia en la que se le había podido ocurrir participar. Horas antes, al establecer el perímetro de seguridad, todo había sido más… sencillo (no exento de esfuerzo, en todo caso), pero también estaba mucho más fresco y concentrado y sobre todo menos ansioso.
Tardó aproximadamente unos treinta minutos en llegar al lugar que en otras condiciones (las normales) habría tardado apenas seis.
Y no podía más.
Pero el ansia desmesurada que recorría su interior por comprobar de nuevo y estudiar con más tiempo en aquella ocasión el extraño aparato instalado en el centro del espacio de aquella gruta, forzaba a su jadeante cuerpo a ponerse de nuevo en marcha incluso sin mayor ayuda que la de afirmarse levemente en los pequeños salientes de roca que le ofrecían las paredes de la montaña bajo la que habían decidido resguardarse.
Prácticamente había llegado a la entrada de la gruta. Estaba cada vez más cerca.
¿Y entonces?
¿Qué haría cuando se encontrase de nuevo frente a aquel pequeño monolito? ¿Qué haría cuando la pieza objeto de su obsesión se mostrase de nuevo ante el? Estaba casi seguro de que los sencillos escáneres de su periférico no le darían información relevante al respecto, pero debía en todo caso volver a analizarla. Ya no importaba nada más que no fuese descubrir qué era aquello. Tal vez el Capitán supiese qué hacer al respecto cuando entregase el informe.
Y la cuestión era que creía conocer… No estaba seguro, por supuesto, pero… creía recordar haber visto con anterioridad tal esquema estructural; no con aquella forma exacta, tal vez, y no bajo aquellas circunstancias, era obvio, pero la forma… La proporción (insistía para sí mismo) quizá no era la correcta; había algo mal… algún error en la escala; sus recuerdos no podían ayudarle mucho más, pero sospechaba que la solución podría encontrarse en las profundidades de su memoria.
Y allí estaba: tras casi cuarenta minutos la gruta que daba acceso a la cámara en la que se encontraba aquella suerte de… de…
-Calma. Toda la que puedas. – Susurró mientras detenía sus cansados pasos y observaba de lejos la estructura. - ¿Te has parado a pensar que esto sólo es algo en lo que estas centrando toda tu atención simplemente porque en unas pocas horas estarás muerto? Ambos. Mejor que lo aceptes cuanto antes…
¿Pero qué otra cosa podía hacer más que… “distraer” su tiempo?
Tras acercarse cansadamente a la forma y sentarse dificultosamente en el arenoso suelo, Isaías pasó los siguientes veinte minutos modificando algunas de las propiedades (siendo ortodoxos “no configurables”) del sencillo escáner de su periférico para aumentar su capacidad de penetración y registro desviando parte de la energía de su arma corta (con sinceridad no creía verse obligado a utilizarla), y la siguiente hora y media analizando concienzudamente parte por parte tanto el objeto de su obsesión como el área próxima circundante.
Pero continuaba pensando que (al menos parte de) la solución se encontraba en su propia memoria.
Tras casi cuarenta minutos a mayores de lecturas indefinidas y posiblemente desacertadas conjeturas decidió tomarse sólo unos minutos de descanso, tanto físico como mental, para más tarde continuar (inútilmente, se atrevía a concluir) analizando aquella figura.
Respirando cada vez con más dificultad (estaba exprimiendo al máximo los suministros personales de oxígeno), con todo su cuerpo al borde de la extenuación (le costaba incluso levantar la mirada) y tumbado observando la pétrea bóveda del espacio en el que se encontraba, continuaba repitiéndose a él mismo “¿Qué otra cosa puedo hacer”?
-Esperar y especular. – Habló pausadamente consigo mismo.
Según sus propios pensamientos, podía tumbarse allí mismo y tranquilamente dedicarse a construir la antesala de su muerte o intentar descubrir qué es lo que estaba analizando. Pero en realidad ambas decisiones confluían en lo mismo: esperar, esperar y esperar…
Aunque en ocasiones sobreviene lo inesperado.
-Esto no debería haber sucedido así… - La pugnada voz en forma de grito del Capitán Svarski sonó por encima del ruido provocado por la ventisca, e Isaías no pudo hacer más que dar un doloroso e incómodo respingo desde el lugar en el que estaba tumbado; con enorme esfuerzo logró incorporarse lo suficiente como para poder ver con claridad la silueta del Capitán e incar al menos una rodilla en tierra para tener algo más de estabilidad. Si tenía que ser sincero consigo mismo, estaba casi seguro de no ser capaz de levantarse más de lo que ya lo había hecho.
Víctor se encontraba en la entrada de la gruta, apoyado contra la rocosa y puntiaguda pared, soportando parte del enorme peso concedido por la gravedad del planeta con el brazo izquierdo, mientras que con el derecho asía no demasiado firmemente un arma corta de batería.
-Esto no debería haber sucedido así… - volvió a repetir a voz en cuello con la mirada fija en el rostro del soldado.
Isaías no pudo más que tensar todos los músculos de su cuerpo. Aún a sabiendas de que este no soportaría mucha más presión era de suponer que el Capitán se encontraría en peores condiciones; y ya no sólo por el pobre y macilento aspecto que presentaba.
Mil escenas pasaron a toda velocidad por la mente de Isaías; mil posibles desarrollos de la situación; mil finales en potencia; mil aleatorias variantes a cada cual más desaprensiva. Pero todas ellas no hacían más que ironizar sobre el inocente sueño de un plan universal que conectase los destinos de todos los seres vivos y todos los acontecimientos abordados por los mismos. Pensó en su momento que no podría ser más irracional y fútil la situación previa a su desaparición como ente vivo, pero por lo visto cualquiera podía equivocarse.
Plan universal. “Mierda”, pensó.
-Capitán. – La voz del soldado sonó carente por completo de intención. – Resolveremos esta situación; baje el arma… Juntos…
-No… no debería haber sucedido así…
Pero las palabras de Isaías parecían no importar en absoluto: Avanzando esforzadamente varios pasos hacia el interior de la estancia, el errático y débil caminar de Víctor contrastaba terriblemente con su mirada enchida de furia, desesperación e impotencia.
-No deberíamos haber sufrido aquel ataque… Ni debería haberme visto obligado a destruir la fragata… Ni deberías haber encontrado este depósito de energía…
Y disparó…
-Pero ya no importa… ¿No? Cierto… no importa… - continuó gritando mientras se acercaba errante hacia Isaías. – …que sepas la verdad o no la conozcas nunca… La verdadera razón por la que nuestro objetivo era este planeta desolador y prácticamente desconocido para la gran masa…
Y disparó…
-Existen cientos… miles de planetas depósito… algunos habitados… construidos incluso en su momento por la Corporación…y que conformaban hasta ahora las reservas de energía de la Confederación…
Y disparó…
-¡Pero están vacíos!… prácticamente… ¡vacíos!… Y los proyectos y las soluciones no sirven de nada si no se encuentra el elemento clave…
Y disparó…
-Aunque qué importa… ¿Verdad?... Tampoco sabes lo de la gran plaga… el genocidio… el secreto de los ocho… La confederación se hunde, soldado… No existe salvación posible sin energía… ¿De qué vale que hayamos sobrevivido?... Ahora lo veo claro…
Y disparó…
El primero de los disparos impactó en la figura de metal que dominaba el espacio de la gruta a escasos centímetros del rostro de Isaías, provocando tal ensordecedor y atronador sonido que su sentido del oido no se juzgó capaz de escuchar las palabras que el Capitán pronunció a partir de entonces ; el segundo se perdió a sus espaldas concediéndole así cierto precioso tiempo; antes del tercero el soldado intentaba levantarse para hacer frente a la descabellada situación y la ráfaga impactó de lleno en el hombro derecho casi cercenándoselo por completo; en el cuarto Isaías se deslizaba como podía buscando la protección de la metálica figura mientras apretaba con fuerza el lugar en el que dos segundos antes había un brazo.
El quinto supuso el final de la vida del Capitán de fragata Víctor Svarski.

Primero silencio.

Después, tras la protección concedida por la metálica estructura, el soldado comenzó a moverse lentamente. La sangre salía a borbotones y estaba empezando a marearse. La vista comenzó a nublarse y su sentido de la orientación intentó ofrecerle el ángulo correcto de visión para poder comprobar si ya todo había acabado. El dolor era insufrible, aunque seguro que pronto desaparecería.
Plan universal. “Mierda”, pensó.

Capítulo 47

-Agnosco veteris vestigia flammae-
(Reconozco las huellas de un antiguo fuego….)



Odded mantenía a una inconsciente Beatrice entre sus fuertes brazos con una indescriptible y tremendamente dulce ternura. Sentado en el amplio sofá del salón de aquel piso, abrazándola, protegiéndola, resguardándola, mimando sus cabellos y acariciando sus mejillas, no podía evitar recordar y sentir exactamente lo mismo que había sentido y recordado durante absolutamente todos los ciclos en los que sus destinos habían llegado a entrelazarse tan intensamente.
Una dulce cuando agria lágrima comenzó entonces a discurrir por su macerada y todavía sangrante mejilla. Dulce por el tan ansiado y codiciado reencuentro, y terriblemente agria por el siguiente de los pasos que sus destinos habrían sin duda de enseñarles: la inadmisible, desesperante y terriblemente traumática separación a la que estaban, como siempre y una vez tras otra, eternamente condenados.
Con enorme suavidad desenredaba entre caricias el sumiso cabello de su perpetua amada mientras se esforzaba por distinguir aquello que descansaba inerte a su alrededor. Muy tenuemente, con enorme dificultad, comprobaba el salón enteramente sumido en tinieblas, como si de un desconcertante y mal sueño se tratase.
¿Por qué no dejaba de darle vueltas la cabeza? ¿Por qué no era capaz de centrar su cada vez más dispersa mente y reaccionar de una vez por todas? ¿Por qué no podía aprovechar al máximo el poco tiempo del que dispondría para estar con ella?
Odded temía perder la poca capacidad que en aquellos instantes poseía para llegar a ser plenamente consciente de la realidad, a causa, sin duda alguna, de comprobarse al fin ante la presencia del ser humano que más había amado de entre todos y cada uno de los que se habían cruzado en su larga y complicada vida.
Y sus manos empezaron tímidamente a temblar.
-Beatrice… - Susurró trémulo. – Ya estoy aquí… ya estoy contigo…
Y sin embargo volverían a separarse en breve.
Por mucho que lo intentase, por mucho que violenta y furiosamente pugnase contra tal desoladora idea no se veía capaz de deshacerse de aquel triste y temible pensamiento; pero lo peor de todo, lo que menos podía en modo alguno aceptar, lo que más mellaba su atormentada y frágil alma y más quemaba en lo más profundo de su ser era saber a ciencia cierta que no existía posibilidad alguna para cambiar lo que no podía ser cambiado.
Sólo cabía esperar, por desgracia, que sucediese más tarde que pronto.
-Odded… - La cítrica y decidida voz de Alcione no se escuchó en aquella ocasión por medio del minúsculo auricular alojado en el conducto auditivo externo, sino a través de los mismos emisores de sonido que poco tiempo antes había utilizado el sistema Central de Habitáculo perteneciente a aquella residencia. – Odded, reacciona; tenemos problemas.
Por supuesto que tenían problemas; Alcione no sospechaba en realidad cuan graves dificultades restaban todavía por surgir.
No tenía ni la más remota idea.
Pero las palabras de Alcione apenas llegaron en realidad a atravesar las capas más superficiales de la ocupada y temerosa mente de Odded, pues los desesperanzados y obsesivos pensamientos del abatido humano se encargaban de colapsar por completo y de continuo casi cualquier información que no fuese aquella referida al estado en el que se encontraba la propia Beatrice.
-Odded… por favor… - Terminó por suplicar cada vez con menos vigor. – Tienes que escucharme… Estás… Estamos en serios problemas…
-No importa… – Obtuvo por toda respuesta. – No importa nada.

¡No importa!, nos dice apesadumbrado. No me miréis, piensa desconsolado; dejadme llorar tranquilo y tímidamente en paz y alejaos de mi lado, nos suplica entre llantos de amargado victimista. No existen los problemas si existe Beatrice ¿Verdad, imbécil? Iluso romántico; nos decepcionas, querido Odded. Como siempre que te reencuentras con ella. ¡No eres más que un completo y absoluto imbécil! Llevas soñando con este momento desde que decidiste autorrecluirte en tu propio miedo, en tus innegables ansias de conservación. ¿Qué temías en aquel momento? ¿Volver a verla? ¡Pero si eso mismo es lo que siempre deseas! Recuerda que hemos sido espectadores de tus fantasías y tus anhelos, de tus miedos y tus victorias, de tus propios sueños, al cabo, y que no tienes nada que puedas esconder de nosotros, pues de vosotros dos ya todo lo conocemos. ¡¡Reacciona!! ¡¡Grita al fin por la alegría del reencuentro o simplemente lucha por temor a perderla de nuevo!! ¡¡Pero haz algo, por los dioses!! ¡¡Estás a punto de convertirte en el espectador de su desaparición en estos precisos instantes!!

La cabeza le ardía cada vez más, y las primeras perlas de sudor provocadas por el nerviosismo y el miedo a perderla de nuevo comenzaron a asomar por su arrugada frente. La había salvado… pero todavía quedaba mucho por hacer.
Completamente azorado, regaló a Beatrice un tierno beso en la frente para acto seguido levantarse del sofá con sumo cuidado. Tenía que obligarse a salir de aquel despótico estado de autocompasión cuanto antes para que ambos saliesen a su vez juntos de aquella situación. Para seguir con ella un poco más; sólo un poco más…
Solamente un poco más.


Por los dioses… ¿Acaso era tanto pedir sólo un poco más de tiempo?
-Odded… Me temo que debemos abandonar cuanto antes esta residencia. – Volvió a insistir de nuevo Alcione ante la falta de atención. – Necesito que me escuches, Odded.
Escasamente a tres metros de donde se encontraba erguido descansaba el cuerpo incosciente de aquel desgraciado; al parecer en aquellos instantes estaba precisamente recuperando lenta y por seguro dolorosamente la consciencia. Un… linocetanosequé, le había dicho finalmente Alcione justo antes de recibir los tan jodidamente dolorosos impactos en el hombro y pecho. Palpando las casi desaparecidas llagas de aquellas heridas trasladó su mirada lentamente desde el cuerpo todavía tumbado en el suelo hasta el arma ante la que casi había sucumbido; estaba hecha pedazos, gracias al cielo, tras de haber impactado con violencia contra la pared: una descarga más como aquella y posiblemente el que estaría inconsciente sería seguramente él mismo.
¿Por qué no lo había matado?
-Dime, Alcione. – Entonó gravemente sin dejar de observar la lenta recuperación del linoceta. – Dime qué sucede.
-Al parecer quedan apenas dos minutos para que un chivato sea recibido directamente por el registro de entrada del Servicio de Inteligencia Confederado, Odded. No he podido desencriptar el contenido en su totalidad pero parece hacer referencia a cierta información que pondría en grave compromiso a Loreen Friedkin. En todo caso, gracias a la asimilación del contenido personalizado del sistema antes conocido como Zett he desenmascarado al supuesto trabajador Glodar Rhodes, perteneciente según su registro de vida a la Sección de Almacenamiento de Datos de la Confederación. En realidad se trata de un espía corporativo involucrado en la búsqueda de ciertos estudios científicos, precisamente desarrollados en su momento por Richard Friedkin; toda la información que he asimilado bastaría para que se demostrase su implicación directa…
-Para, para. – Interrumpió cansado; en aquel preciso instante estaba levantando con desprecio el cuerpo del tal Glodar y sentándolo en una de las sillas del salón. - Lo más inmediato, Cielo; has dicho que estábamos en problemas.
-Por supuesto, Odded; perdona. La información recogida en el chivato pondrá sobre aviso a la Confederación con respecto a las supuestas actividades corporativas de Loreen, aunque no puedo decirte nada más al respecto; me resulta imposible confirmar o negar de momento tal implicación.
-¿Y por qué no interceptas el envío? – Con la misma chaqueta de la que el linoceta había sacado su arma lo ataría a la silla y esperaría a que despertase completamente…
-Yo… Imposible. Al menos para un sistema como el mío, aunque no entiendo realmente por qué no me veo capaz. De todas formas quedan ochenta y tres segundos, Odded. En cuanto el chivato sea recibido pasarán al menos tres minutos antes de que varias secciones de seguridad lleguen hasta donde estamos.
-Hasta donde estoy… - …Y un trozo arrancado de la tela de su camisa haría las veces de mordaza.
-Hasta donde estamos, Odded. Nunca me separaré de ti.
Aquel miserable estaba perfectamente inmovilizado en la silla, y aunque despertase invadido por las furias, con los cabellos coronados por malvadas serpientes, una antorcha encendida en una mano y un temible puñal en la otra no podría causar ningún problema, por lo que acto seguido Odded regresó al sofá en el que permanecía tumbada e inconsciente su siempre amada Beatrice…
-¿Cuál has dicho que era su nombre? – Preguntó a voz en cuello refiriéndose a Loreen.
-¡Odded! ¡Qué importa cómo se llame si en menos de tres minutos te separarán de ella!

Por supuesto…

-De todas formas, olvídalo… - Continuó Alcione al momento con un tono de voz completamente distinto. – En realidad ya no puedes hacer nada, Odded. Es tarde. No podrías salir de aquí con ella aunque quisieras. Hay demasiados controles de seguridad como para intentar llegar a la salida de vehículos más cercana sin que te intercepten, incluso si la Confederación no estuviese sobre aviso. No se en qué estaba pensando. – Concluyó. – Hemos perdido…

Por supuesto… Habéis perdido… ¿No es hasta gracioso?

Habían perdido…
En realidad era del todo inevitable (¿Luchar contra el destino?), y en absoluto estaba seguro de poder siquiera intentar impedirlo, dadas las circunstancias y sobre todo los precedentes.
Despacio y en completo silencio se arrodilló al lado del sofá en el que descansaba su amada y al momento se comprobó de nuevo absorto observando y asimilando los deiformes rasgos de Beatrice. Había pasado mucho tiempo; demasiado; demasiado tiempo para dos personas que se habían amado tan intensa y profundamente y habían sido separadas de tan cruel e inhumana manera.
Una literal eternidad.
Y sus pensamientos gritaban con descomunal fuerza que no podría aguantarlo de nuevo; no esta vez, no así, no después de tanto tiempo y nunca tan pronto.
No de aquella manera.
Pero al parecer el destino había tenido a bien incluso configurar una situación en la que su Alcione (su mayor salvación, su oscuro libro de hechizos, su brillante armadura, aquella que al parecer todo lo podía sin excepción alguna) no conseguía intervenir de ningún modo.
La misma Confederación reclamaría en breve a Beatrice para quién sabe qué, pero por seguro terminando por separarlos de nuevo durante (y esta terrible convicción hizo llorar de nuevo a Odded) al menos otra interminable eternidad.
No.
Jamás.
Nunca.

¿Cómo has tardado tanto?

-Las ventanas, Cielo. – Preguntó decidido al tiempo que volvía a incorporarse y secaba las lágrimas de su rostro; una posible salida comenzaba a tomar forma en su cabeza gracias a quién sabía que tipo de inspiración; o tal vez lo que se le estaba ocurriendo lo había hecho ya con anterioridad en algún otro tiempo y lugar… - ¿Pueden romperse?
-Si...
-Llama inmediatamente al profesor. Pídele encarecidamente… suplícale si es necesario que nos ayude; que se acerque y recoja a Beatrice… - Tal vez un objeto pesado, en el lugar correcto y con la fuerza adecuada… - y que se la lleve; que la esconda… donde se le ocurra; seguro que sabe qué hacer en este caso mucho mejor que yo, pero que no deje que la Confederación se la lleve. Pídeselo, por favor.
Odded lanzó con fuerza aquella cosa pesada y parecida a un búcaro contra el amplio ventanal que dominaba el salón, pero lo máximo que pudo provocar fue un muy apagado y grave sonido y una ligeramente tenue reverberación en el ambiente. Nada más.
-Pensé que habías dicho…
-Necesitas un arma, Odded...
-...
-...
-¿Alcione?
-Perdona, Odded. El colgante del suelo, a tu izquierda; será mejor que lo recojas. Continúo analizando el contenido del sistema parásito; está lleno de sorpresas, Odded: parte de los estudios sobre…
-Ahora estamos un poco apurados. – Interrumpió. Si necesitaba un arma no gastaría más tiempo con la ventana de momento. Con suavidad izó el cuerpo de Beatrice para dejarlo con sumo cuidado y delicadeza varios segundos después en la cama de sus aposentos.
E inmediatamente regresó al salón.
-Comprueba cómo se encuentra Beatrice…
-El chivato ha sido recibido, Odded.
-De acuerdo, de acuerdo; pero comprueba cómo se encuentra. Le he puesto el colgante – continuó mientras se acercaba de nuevo a la ventana. -, pero lo que no se es qué hacer con esto. – Y de la pequeña mochila extrajo la placa del sistema central Alcione, todavía conectada a su periférico.
-No tienes nada que hacer con…
-Espera, déjame terminar. – Continuó. - No puedes venir conmigo.
Faltaban poco más de dos minutos para que al menos las secciones de seguridad de bloque urbanita más cercanas apareciesen en el piso y derribasen la puerta, siempre según Alcione. En ese tiempo el linoceta recuperó totalmente la consciencia, comprobándose completamente inmovilizado y amordazado en el habitáculo residencial de Loreen; Odded explicó su absurda idea a Alcione, la pequeña mochila en la que descansaba la placa del sistema se mantuvo desde entonces con Beatrice dada la insistencia de Odded al respecto y su amada continuó en el mismo estado de inconsciencia.

Por fin, Odded… ¿Sabes cuanto tiempo habíamos esperado esto?

-Estoy listo.
-Vaya... La seccion veintitrés está de camino, Odded; tardará aproximadamente cuarenta segundos. Las secciones treinta y dos, doce, sesenta y cuatro y ochenta y nueve tardarán un minuto treinta y dos segundos a mayores; imagino que esperan encontrarse con la situación ya solucionada. Vienen avisadas en principio únicamente como apoyo. Si lo que buscas es concentrar en ti la atención de la Confederación vas a conseguirlo, Odded; tenlo por seguro. En tal caso debería ser fácil sacar a Loreen de aquí.
-Perfecto.
-...
-Entonces… ¿Estás seguro de lo que vas a hacer?
-Si.
-...
-Podemos buscar otra solución. Te repito que me parece realmente imposible que logres llegar…
-No hay tiempo.
-...
-No puedo hacerte cambiar de idea… diga lo que diga… ¿Verdad?
-No.
-...
-Entonces de acuerdo: me encargaré de Loreen, Odded. Un vehículo te esperará abajo, en la entrada dos. He configurado la pantalla holográfica de tu periférico para que te muestre en cada momento el camino más despejado con respecto a las secciones de seguridad y el personal confederado de intervención directa. En todo caso parte de mi consciencia estará pendiente de ti. Podrás escuchar mi voz por los conductos generales de sonido del lugar en el que te encuentres en cada momento.
-Gracias…
-Es una locura, Odded.
-Lo se. ¿Has contactado con el profesor?
-...
-Estoy intentando localizarlo.
-...
Odded se mantuvo entonces a la espera, de pie, a unos siete metros frente a la puerta de entrada del piso. Alcione le había explicado el sistema confederado de intrusión en espacios de aquellas características; conocer los parámetros al respecto le había servido a Odded para improvisar una contramedida a la entrada de la sección veintitrés, la primera en llegar. Así, si todo salía tal y como lo había proyectado, haría frente a los cinco componentes de la sección y los anularía; se haría con un arma y destrozaría la ventana, la misma a través de la cual el profesor y seguramente también su alumno recogerían el cuerpo de su amada, además de la placa de Alcione y cierto colgante al parecer sumamente significativo y se la llevarían a lugar seguro; bajaría hasta la base del edificio enfrentándose a las dificultades que fuesen surgiendo y se encontraría con un vehículo que Alcione habría de conseguir para él.
Al fin y al cabo la naturaleza humana… o la de cualquier raza… no dejaba de responder exactamente a los mismos impulsos naturales en todas y cada una de las épocas, y esta no tenía por qué ser distinta: Miedo, valor, angustia, pavor… originados todos ellos por millones de factores de los cuales sólo unos pocos podían ser contabilizados y etiquetados para su posible estudio. ¿Acaso alguien con un mínimo de inteligencia podía manifestar conocer el por qué de la valentía o la cobardía? En ocasiones, recordaba, los más esforzados eran los que antes se desmoronaban, y los más temerosos los que componían actos de tal valentía y magnificencia que podían asombrar al más curtido de los valientes.
Los primeros que apareciesen frente a él serían los primeros en caer: Llegaría al nivel inferior; no le cabía la menor duda. Se enfrentaría a un ejército interminable si fuese necesario.
¿Y después?
Desaparecerían del mapa; sencillamente; Se marcharían de allí hacia… ¡Qué diablos! ¿No estaba más que claro? Se irían a otro planeta… a otra… a otro… a donde fuese necesario: Cualquier cosa con tal de que el destino no se la arrebatase tan fácilmente.
Nunca más.