lunes, 25 de agosto de 2008

Capítulo 23


-Ego sum qui sum-

(Yo soy el que soy)


-Qué… ¿Qué podemos hacer? - Desde donde ambos estaban apostados, podían ver con relativa facilidad la mayor parte del poco iluminado local, y perfectamente la zona en la que se habían desarrollado los violentos acontecimientos que se habían sucedido. En aquellos instantes todo estaba en calma; los cuerpos de sus captores estaban desperdigados y el humano yacía cerca de la barra, al lado del enorme tzundhar con el que hasta hacía bien poco había estado brutalmente luchando. Parecía que todo el suelo del local era un mar de sangres mezcladas.
-Es mejor que nos vayamos cuanto antes… Seguro que se las podrá arreglar sin nosotr…
-¡No! No podemos… no debemos dejarlo aquí en esas condiciones ¡Nos salvó la vida! Tenemos que sacarlo del local… Voy hacia él… Ayúdame… lo podemos coger por los pies y… ¡Venga, vamos!...
-¡Pero que dice! Quédese quieto, por favor… ¡Olvide ya esa idea! ¿Hasta dónde cree que llegaríamos llevando un cuerpo humano entre un anciano dagarv y un veridai? Tenemos que dejarlo aquí y salir en seguida…
-¡¡Que no!! ¡He dich…
-Espere, cállese… - Boreazan agarró al profesor por los brazos, intentando evitar que hiciese cualquier movimiento – Se… se está despertando.
Su sorprendida voz se convirtió de repente en un susurro que sólo el viejo Yoet pudo apreciar. Decidieron quedarse completamente quietos (si pudiesen, dejarían de respirar), escondidos tras el amasijo de cajas, sillas y mesas derribadas que habían apilado apresuradamente en una de las paredes laterales del local. El humano se estaba levantando, muy poco a poco; pesadamente se incorporaba cada vez más, hasta llegar a comprobarse totalmente erguido aunque tambaleante, apoyándose fuertemente en la barra hasta conseguir cierta estabilidad.

-¿Cómo es posible?... – Boreazan no pudo reprimir aquel leve cuchicheo, tal vez en un tono un poco más alto de lo que hubiese querido pronunciar; pero es que no le cabía en la cabeza cómo aquel simple humano seguía con vida; aunque… aunque aquello significaba precisamente… que no era tan “simple”.

Lo más asombroso había sido sin duda la lucha con el tzundhar. De siempre se ha asegurado que de las razas consideradas confederadas, los vardasianos y los tzundhar rivalizaban con algunos droides de carga en lo que a potencia muscular se refiere. Si a mayores tenías en frente a cualquiera de ellos con conocimientos de la lucha cuerpo a cuerpo…

-¿Puede…? ¿Puede explicarse esto, profesor? – Boreazan comenzó de nuevo a balbucear, más que a hablar, señalando lo que le parecía por completo inexplicable: que un ser humano estuviese no solamente vivo, sino erguido y aparentemente sin heridas graves después de haber recibido un disparo en el estómago y varios golpes tan contundentes que habrían dejado inconsciente a más de un fiero y salvaje torg.

-Sencillamente no puedo. – Respondió atónito.

Y mientras seguía pensando en la pregunta de su estimado alumno y su increíble respuesta, el profesor Yoet Yke salió de su escondite, seguro de que podría encontrar más soluciones al lado de aquel humano que encerrándose en cualquier maloliente esquina.

-¡Profesor! – Boreazan intentó agarrar al viejo dagarv. Pero el casi grito del veridai, unido al ruido provocado por los bruscos y azorados movimientos del anciano sólo acabaron provocando que aquel humano desviase su atención hacia ellos y su revelado escondite.


…¡Mátalos!... ¡Mátalos a todos!...


En aquel momento el profesor todavía estaba agachado, intentando salir e incorporarse tras haber quedado prendida su chaqueta en alguna de las barritas reposapiés de alguna de las sillas tras las que estaban. Comenzó a tirar del extremo de la pieza de ropa, nervioso, mientras su alumno tiraba a su vez de él hacia el interior del escondite, asustado; en aquel momento el humano se volvía hacia ellos y comenzaba a acercarse con tambaleante paso y furiosa expresión en su manchado rostro.

-¡Profesor! ¡¡Profesor!! – Boreazan veía como el humano estaba casi encima de ellos mientras el viejo seguía prácticamente inmovilizado. - ¡Tire! ¡¡Tire de la chaqueta!!

Pero ya era tarde. El veridai retrocedió rápidamente arrastrándose hacia el lugar más alejado del profesor y el humano sin dejar de gritarle al viejo que intentase soltarse. El humano estaba frente al anciano dagarv; y entonces estiró amenazadoramente un brazo en su dirección para agarrarlo por el cuello y rompérselo como a aquel kristallo. Yoet, sin llegar a creerse lo que estaba pasando, cerró los ojos con fuerza y los cansados músculos de su cuerpo se tensaron con furia esperando sentir cómo le rompían el cuello cual delgada rama de Arasquita, intentando todavía liberarse de la absurda presa que el destino le había lanzado.

Y esperó la cruel muerte pues había presenciado lo que era capaz de hacer aquel hombre.

Pero cinco segundos después seguía esperando. De pronto escuchó un fugaz ruido (como si se hubiese tratado del sonido de una tela al rasgarse), y a continuación la entrecortada y agitada respiración de su alumno. Abrió ligeramente un ojo; y luego, lenta y desconfiadamente, el otro. Allí delante seguía el humano, imponente, terrorífico, amenazador… y con un trozo de su desgarrada chaqueta en la mano; la otra estaba abierta ofreciéndosela para ayudarle a levantarse.

El viejo seguía esperando; el verde continuaba respirando con dificultad; Odded estaba perdiendo la paciencia.

-Coja mi mano, confíe en mi; deberíamos salir los tres inmediatamente de este lugar. – Dijo el extraño.

Muy lenta y torpemente el viejo y aparentemente humano comenzaba a levantarse, mientras su verde y estirado compañero se alejaba de ellos para dirigirse hacia la puerta de salida.

-¡Por ahí mejor no salgas! – El humano levantó la voz. – Salgamos por detrás; hay un estrecho callejón que da a una pequeña plaza. Por allí podremos desaparecer con más seguridad.

No tuvo que repetirlo dos veces. Boreazan se paró en seco, y como si se hubiera dado repentina cuenta de lo que había estado a punto de hacer, giró sobre sus talones (con cuidado de no resbalar entre tanta sangre) y comenzó a dirigirse hacia la salida posterior del local. Allí lo estaban ya esperando con la puerta abierta el humano y el profesor.


¿Por qué los dejas con vida? ¡Mírate! Ayudando a un inútil viejo a caminar mientras escapas como una rata por la puerta de atrás. ¿Otra vez con tus corazonadas? ¿Acaso no recuerdas la última vez que tuviste una? También pensaste que deberías haberla ayudado, pero no pudiste. Pobre Beatrice ¿No es cierto? Su muerte fue en verdad de las más crueles que hemos presenciado. No pierdas el tiempo y deshazte de ellos; pero hazlo ya, de inmediato. Tampoco esta vez podrás evitar sus muertes.


De repente el humano se detuvo implacable, impidiendo a Yoet y Boreazan atravesar el umbral, y miró hacia la puerta principal del local del que estaban a punto de salir. Desde la parte de atrás sólo podía ver la mitad superior de la entrada y algo del espacio lateral además del interior de la barra, pero le había parecido escuchar algo; algo… arrastrándose.

Al instante interpretó lo que sus oídos habían percibido y creyó oportuno concederle a aquel verde estirado una oportunidad para… para lo que quisiese o tuviese que hacer. Al menos él, en aquella situación, tendría claro qué hacer.

-Tú, estirado. En las escaleras de la entrada está muriendo el del traje blanco. Puede que le queden todavía un par de minutos de agonía. Si yo estuviese en tu lugar tendría algo que decirle. Te esperaremos aquí. Ve.

Para ser absolutamente sinceros, el atemorizado Boreazan no se planteó ni por un único instante la absurda idea de desobedecer al humano, tal había sido el tono que había utilizado al pronunciar aquellas palabras; y enseguida se giró, cual obediente y servicial soldado recibiendo órdenes de un alto cargo en plenas maniobras. Profundamente consternado y preguntándose todavía por qué lo estaba haciendo, avanzó lentamente hacia la puerta de entrada. Tal vez aquel humano tenía razón; tal vez no sería mala idea hacerle un par de preguntas. Dicen que a las puertas de la muerte todo ser acaba siendo sincero ¿No se rumoreaba eso? Creía haberlo leído en algún sitio, y comenzaba a molestarle no poder recordar dónde.

Allí, sobre las escaleras, avanzaba moribundo Szawmazs, intentando penosamente arrastrarse hacia la salida con la única ayuda de su brazo izquierdo, como si en el exterior fuese a hallar la solución a su maltrecho estado. Tenía el brazo derecho completamente destrozado, y su espalda mostraba dos perforaciones producto de los disparos del humano con el arma del tzundhar; Boreazan se arrodilló a su lado. Aquel traje tan elegante ya no era blanco.

El profesor observó atentamente cómo su alumno se acercaba a la entrada y llegaba hasta donde estaba el tal Szawmazs. Era triste, muy triste, verse en la obligación moral de preguntarle a tu asesino la razón de sus actos; porque aquel hombre vestido de blanco iba a matarlos ¿No? Si; seguro. Iba a… a… a interrogarlos primero y luego… luego… Bueno, mejor no pensar en lo que podría haber hecho. Por el momento estaban vivos, y todo gracias a aquel extraño.

Fue entonces cuando pudo fijarse con relativa calma en el humano, aunque ciertamente poco pudo ver con claridad: sus ropas estaban por completo impregnadas en sangre (la suya propia, en su mayoría), así como su rostro, sus manos y su cabello; lucía una barba perfectamente recortada (por supuesto también cubierta de sangre, cosa que comenzaba a provocar de nuevo verdaderas nauseas al profesor) y una mirada… una mirada… de muy difícil descripción; el viejo Yoet creyó llegar a percibir muchos tipos de expresiones dentro de aquel mirar, toda una miríada de sentimientos encerrados más que una única mirada de extraña expresión.

Sin embargo, lo que reclamó violenta y poderosamente su atención fue la total ausencia de herida alguna en su cuerpo, cuando todos habían presenciado lo que había sufrido; parecía… parecía que no podía ser dañado en modo alguno…

-Quién… - comenzó a decir el profesor. Dudaba si hacerlo, pero tenía que preguntárselo, a toda costa; sí: debía hacerlo; a pesar incluso de poder recibir por respuesta una o más mentiras - ¿Quién es usted? ¿Qué es lo que quiere?

-Mi nombre es Odded Tyral, - respondió el humano sin dejar de vigilar la puerta de entrada del local desde donde estaban. - y no quiero nada en concreto. - Su mirada, ahora llena de dudas, se volvió hacia el cada vez más confuso profesor. - Sólo que creo... que debo proteger a alguno de vosotros dos; pero no se a cual, ni tampoco de qué ni por qué. Solamente es una corazonada.

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