lunes, 4 de agosto de 2008

Capítulo 21


-Primum vivere deinde philosophari-

(Primero vivir, después filosofar)


El suceso que habían presenciado se había encargado de mantener amenazada por mucho tiempo su recta moral. Su… su mente, violentada hasta límites insospechados, no podía dejar de evocar una vez tras otra el terrible capítulo que, cual perversa y salvaje pesadilla, seguía transcurriendo ante ellos; se veían por completo incapaces de apartar su mirada del lugar en el que yacía inerte el humano… No querían verlo… pero a la vez… no podían evitar observarlo: aquel extraño, aquel por completo desconocido, muerto, con el rostro absolutamente destrozado, completamente irreconocible, desfigurado…

Pero ver al tzundhar levantando el cuerpo del humano y sacándolo del local por la salida trasera dejando un indescriptible y nauseabundo reguero de sangre tras sus pasos fue mucho más de lo que sus estómagos (doble y compartimentado el del dagarv) podrían sin lugar a dudas soportar.

Ninguno de los dos había visto nunca un cadáver, y menos después de haber contemplado una situación tan inhumana como aquella. Eran simplemente pensadores, eruditos, filósofos, personajes contemplativos; únicamente un profesor y un alumno destinados a compartir conocimientos con el resto de las razas; no… no estaban en absoluto preparados para presenciar tales condiciones… ¡Nadie debería estarlo! ¡Sencillamente aquello no podía estar sucediendo!

El anciano dagarv comenzó de repente a temblar y a vomitar con violencia entre jadeos; su amigo y alumno intentó levantarse, preocupado por su maestro, pero un fuerte y seco golpe en la base del cráneo atajó de inmediato su intención haciéndolo caer al suelo cuan largo era.

Uno de los dos kristallos arrastraba el cuerpo de su compañero muerto hasta dejarlo tras la barra, tal vez cerca del lugar por el cual había desaparecido el plovblos, mientras el otro, tras agacharse, agarraba por el cuello al joven Veridai impidiéndole prácticamente respirar e inmovilizándolo por completo.

Desde el inicial enfrentamiento de aquel humano con el oligoide, hasta la terminante ejecución, habían pasado cinco segundos infernales, dantescos, horrendos, miserables… acompañados en todo momento por el ensordecedor ruido de las armas disparando justo desde donde ellos estaban sentados.

El tzundhar reapareció al poco tiempo en la sala, caminando con la lentitud y pesadez propias de los de su raza; sus amplias ropas, en un principio marrones bajo un largo abrigo verde, estaban por completo impregnadas de la sangre del extraño. Se dirigió entonces hacia la mesa en la que el anciano y el joven estaban inmovilizados y miró hacia la esquina del local donde esperaba la mesa sumida en la penumbra. Sólo entonces habló.


-Señor Szawmazs, sus invitados están listos.


Los kristallos separaron del suelo al dagarv y al Veridai y los volvieron a sentar en la misma mesa en la que tan tranquilamente habían estado conversando hasta hacía bien poco. El profesor mantenía sus ojos bien cerrados con enorme esfuerzo intentando tal vez no volver a ser testigo de otra manifestación de violencia como aquella. Su pupilo, aunque aparentemente más tranquilo, apenas podía centrar su atención en detalle alguno; su mirada vagaba sin rumbo ni destino de un lado a otro, pasando por las figuras de sus captores (cada vez más borrosas para él) y por la amarilla y clara sangre derramada por el oligoide y la oscura del humano, que poco a poco se iban mezclando, expandiéndose hasta casi llegar a sus pies…

Los dos kristallos volvieron a situarse tras Boreazan mientras el tzundhar se sentaba al lado del viejo y cansado dagarv. Fue entonces cuando de entre las sombras que hasta el momento lo habían arropado surgió una imponente figura: un humano muy alto, de tez tostada y cabello oscuro; en cuanto se dejó ver, Boreazan no pudo reprimir un leve sonido de desasosiego.


-¿Estáis cómodos? – Preguntó sosegadamente mientras se acercaba a la mesa. – Espero que esta breve representación no haya causado pesar en vuestro ánimo. En mi defensa he de decir que no pretendía que algo así sucediese; siempre intento evitarlo. Por favor, permitid que me siente con vosotros.


Pero no esperó respuesta alguna; por supuesto se sentó. Su largo y sinuoso traje blanco estaba por completo fuera de lugar en aquel inmundo local, y más aún cuando no encajaba el advertirlo rodeado de aquella chusma que con seguridad eran parte de sus sicarios. Uno de los kristallos se alejó en dirección a la barra y comenzó a preparar una bebida.


-Usted debe ser el profesor Yoet Yke. – Continuó, dirigiéndose al trémulo dagarv. – Es todo un honor conocer a tan prestigiosa figura del pensamiento confederado, por lo que antes de nada vuelvo a repetir con mayor inquietud si cabe que lamento… profundamente la situación en la que se ha visto envuelto. Obvia decir de nuevo que no era mi intención; en el fondo, todo es culpa de su alumno, - su mirada se desvió hasta coincidir con la de del joven Veridai. - ¿No es cierto, Boreazan?


El profesor abrió entonces exageradamente los ojos. ¡Se conocían! ¿Cómo podía ser posible que su alumno, su protegido, su más adorado pupilo llegase a conocer a gente de una calaña como la de aquellos personajes? Su expresión se tornó confusa y desconfiada.


-¡Ah!, veo que le he despertado, profesor. – Comentó divertido Szawmazs. En aquel preciso momento el kristallo regresaba de la barra con una copa octogonal llena a rebosar de un líquido verdoso bastante oscuro. – No se preocupe por nada; sólo quiero hablar tranquilamente con un viejo amigo…


Y en aquel momento la voz del viejo Yoet estalló llena de furia.


-Pero… ¿¡Y por eso a matado a una persona!? ¡¡A un ser humano!!... a… a alguien como usted, nada menos, a un igual… ¿Por una simple conversación?


Pobre Profesor Yoet; todo un referente de la filosofía como él, nada sabía de la vida real. Estaba claro que el viejo dagarv no sabría nunca desenvolverse en aquel tipo de situaciones; parecía haber perdido completamente la cabeza.

Intentó levantarse y acompañar con gestos sus protestas, pero de nuevo la inmensa mano del tzundhar volvió a sentarlo con increíble fuerza en la silla. Sin embargo eso no refrenó su irascible reacción.


-¡Lo ha matado! ¿Es que no se da cuenta de lo que ha hecho? ¡¡Ha cercenado una vida!! ¡Es usted un carnicero…


Una violentísima bofetada acabó con la corta vida de la desafortunada y malograda disertación del profesor. Yoet no cayó al suelo gracias a la fuerte pinza que el tzundhar mantenía sobre su hombro pero tampoco perdió la conciencia, a pesar de seguramente haberlo deseado. Szawmazs no quería que la perdiese por el momento.


-Lo siento mucho, profesor. – Parecía no haber sucedido nada en absoluto. - ¿Boreazan no le ha hablado nunca de mí? Si lo hubiese hecho, sabría perfectamente que la paciencia no es mi punto fuerte. Ahora, si me disculpa, desearía no volver a oír su voz en lo que resta de velada.


Dicho lo cual, apuró su copa de un solo trago y se la dio a uno de los kristallos.


-Boreazan, querido amigo. – La voz de aquel individuo se tornaba ahora empalagosa y delicada. – Llevo tanto tiempo siguiéndote… tantas ciudades visitadas… tantos locales revisados… - Su voz caía por veces en el susurro. – Y al final sólo obtenía preguntas y más preguntas y ninguna respuesta. ¿Cuánto tiempo llevas en este planeta? No lo hiciste nada mal… en absoluto; todo lo contrario.


Y como si se tratase de dos auténticos amigos que se reúnen tras varios años sin verse, aquel individuo palmeó afectuosamente la espalda del cada vez más atemorizado estudiante y siguió hablando.

Mientras el joven Veridai soportaba estoicamente aquellas endulzadas palabras acompañadas de la mirada más torva y cruel que la imaginación de la naturaleza había tenido a bien en crear, el kristallo más joven estaba en la barra del local preparando de nuevo un combinado, en esta ocasión a base de gelatina de Kut sintético (de color rojo brillante) y zumo de Bharad (negruzco y poco menos espeso) que bajaría en breve por la garganta de su jefe. La realidad era que, a pesar de la escena anterior que terminó con la muerte de su compañero, no era nada habitual tener problemas al servicio del señor Szawmazs. Fht se había convertido en la única baja del grupo hasta el momento en varios años y seguramente no habría más, puesto que la búsqueda había terminado y únicamente restaría hacer lo que su jefe ordenase con el pobre Veridai.

Llevaban viajando mucho tiempo (unos cuatro años y medio, si no recordaba mal) siguiendo la pista del hábil y escurridizo Boreazan, y hacía aproximadamente seis meses que estaban en aquella capital de planeta; en tan corto período de tiempo, el señor Szawmazs se había fraguado una importante reputación en la ciudad.

Pero… ¿Sabía alguien por qué el señor Szawmazs perseguía a aquel desdichado?

Fht no lo sabía, eso seguro; las secretas pesquisas que había ido realizando pacientemente sobre su compañero habían terminado por demostrar que el oligoide simplemente había sido contratado porque era de lo mejor que se podía obtener como asesino a sueldo, y era seguro que no tenía ningún tipo de implicación personal en el asunto; además, Fht no solía hacer preguntas.


-Mi hermano no sabe nada de nada. – Susurró el kristallo para sí mismo mientras terminaba de preparar el combinado.


No; seguro que no. Al estúpido Kérates únicamente le interesaban el talnesad y las armas, y mientras un generoso sueldo como el que recibía le permitiese practicar lo uno con los mejores maestros y comprar lo otro en los mejores dispensarios, no mostraría el más mínimo interés por nada más.

¿Y en cuanto a él mismo?

Sinceramente no podía asegurar la causa última de tal despliegue de medios por parte de Szawmazs con el único e insistente objetivo de acabar con la vida de un joven y aparentemente carente de importancia estudiante de filosofía. Sólo sabía que se trataba de algún tipo de rencilla personal relacionada no sólo con Szawmazs, sino también con la familia Vezsmna en general.

Desde el primer día de la búsqueda del veridai se había dedicado sobre todo (por algo era su verdadero e inconfesable trabajo) a observar y grabar en sus negocios, delito a delito, agresión tras prevaricación, ilegalidad tras chantaje, crimen tras crimen, al señor Szawmazs; pero nunca siendo capaz de demostrar del todo una implicación directa de su jefe en tales actos; nunca en delitos perfectamente justificables en su contra; siempre siendo testigo de cómo se implicaba lo menos posible en las ilegalidades que a su alrededor se cometían en su nombre.

Pero lo que poco a poco fue descubriendo sobre su carácter le dejó enormemente asombrado: aquel individuo que los había contratado nunca desfallecería; nunca jamás cesaría en su empeño. Cuando un objetivo aparecía claro y manifiesto en su mente, no retrocedía hasta conseguirlo.

El día que lo supo con exactitud, advirtió que sin lugar a dudas el señor Szawmazs hallaría lo que estaba buscando, y que cuando lo encontrase, sería quien apretase el gatillo.

Sinceramente esperaba ansioso que tal situación llegase a producirse; lo documentaría todo sin tomar parte si pudiese evitarlo (aunque en absoluto dudaría al respecto en caso necesario), y enviaría después todos los informes recopilados hasta la fecha (nueve años completos de exhaustivos y perfectos informes) al Servicio de Inteligencia Confederada para poder hundir no sólo a Szawmazs, sino a toda su familia. Su labor, unida a la de otros agentes en su misma situación, provocaría la consecución de uno de los mayores deseos de la Confederación.

Cuando le asignaron el caso, supo que aquella podía ser la gran oportunidad que siempre había estado esperando. Su registro de vida fue renovado por completo, apartó todo recuerdo de su vida pasada como agente del Servicio de Inteligencia de la Confederación y perdió todo contacto (casi inexistente, de todas formas) con su entorno habitual hasta el momento; y desapareció, sólo para reaparecer en otro planeta años más tarde y retomar el contacto con su hermano, un delincuente sin apenas importancia seria para la Confederación. A su lado se vió obligado a realizar un par de violentos y sucios trabajos encaminados a llamar la atención de la familia del Hegemón Lozswas Vezsmna; si lograba entrar en contacto con algun componente de la familia tal vez, sólo tal vez, con algo de suerte, mucha paciencia y pocos escrúpulos, podría hallar las pruebas necesarias para inculparlos en algún delito mayor y mandarlos a todos a la peor de las prisiones. El asesinato sería la guinda del pastel: Si Szawmazs asesinaba él mismo a aquel joven veridai habría firmado su propia sentencia de cadena perpetua y la de toda su familia. Sólo faltaba ese último delito para sumarlo a los demás y poder encerrarlos de por vida.

Por fin, tras casi nueve años desde que había sido asignado al caso y seis al servicio del hijo pequeño del Hegemón, las cosas estaban a punto de solucionarse para la sociedad confederada, la cual tendría sin duda una existencia mucho más placentera sin personajes como aquellos.

Tal vez, además de Szawmazs, aquel enorme tzundhar podría estar implicado de algún modo en la búsqueda del Veridai, aunque por el momento no pudiese confirmarlo en modo alguno. Aquel gigantón hablaba sólo lo estrictamente necesario, y únicamente con Szawmazs.

De todas formas caería con él.


-Que esto acabe de una vez. – Susurró. El combinado ya estaba listo y el final de la historia se resolvería en breves momentos; mejor estar cerca e intentar documentarlo de primera mano; sin ningún error.

Pero lo que no sabía el confiado kristallo era que el final aquella historia, además de que nunca la verían sus ojos, nunca quedaría registrada en los documentos del Servicio de Inteligencia de la Confederación.

Una puerta situada a sus espaldas se abrió con furiosa y delirante violencia, dando paso a unos desgarradores gritos que se acercaban con velocidad; el kristallo comenzó a girarse pero sintió al instante un tremendo y fatal golpe en la espalda que le hizo caer muerto al instante. El tzundhar se incorporaba de su asiento al lado del profesor Yoet mientras desenfundaba su arma.

No lo suficientemente rápido.

El otro kristallo sólo tuvo tiempo de ver caer el cuerpo de su hermano e intentar ponerse en guardia talnesad. Antes de que su enorme compañero pudiese apuntar con cierta fiabilidad, Kérates sufría una presa que acabaría rompiendo en un feroz instante su frágil cuello. Un disparo; dos; tres, cuatro, mientras el atacante se acercaba con rapidez. Y el arma del tzundhar acabó por los suelos producto de una rapidísima y febril serie de golpes que fracturaron su muñeca.

Sólo entonces se dieron cuenta de quien era el atacante, aunque en lo más profundo de su mente ninguno de los presentes pudo dar crédito a lo que sus ojos advirtieron; el tiempo parecía haberse detenido durante un único y eterno segundo.

El profesor Yoet abrió los ojos, y una estúpida sonrisa apareció en su rostro.

Era el humano.


Aquel extraño había regresado de entre los muertos.

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