domingo, 16 de noviembre de 2008

Capítulo 31


- Alea jacta est-
(La suerte está echada)



El Capitán Víctor Svarski no fue verdaderamente consciente de la realidad hasta varias horas después, cuando ya estaba situado ante los mandos del caza en el que habían logrado escapar; por fin podía relajarse. Sin embargo estaba herido; herido y cansado (sobre todo muy muy cansado) y comenzaba a reflexionar sobre los terribles y angustiosos acontecimientos que se sucedieron desde el momento en el que había sentido aquel terrible, agudo, abrasador y angustiosamente escalofriante dolor en la espalda; el simple recuerdo de tal sensación le hacía estremecer, pero sentía un enorme agradecimiento por su milagrosa salvación y de la del soldado que le acompañaba.
Estaban vivos.
Por otra parte el caza se pilotaba prácticamente solo, sobre todo en situaciones que no supusiesen combate directo, por lo que tras insertar las coordenadas del planeta de cuyo reconocimiento tendría que haberse encargado la fragata Spinder, únicamente tuvo que preocuparse de la herida de la espalda; a pesar del reducido espacio de la cabina del piloto (la del artillero permitía bastante más movilidad en su interior) pudo detener la hemorragia y tratar la herida haciendo uso del pequeño pack médico del que disponía todo caza confederado, aunque pensase seriamente que no estaría de más que alguien un poco más competente le echase un vistazo.
Conociendo el planeta al que se dirigían podría pasar bastante tiempo antes de visitar al médico
El soldado, a pesar de haber recuperado la consciencia en más de una ocasión, en aquellos momentos se encontraba dormido. Extraño; sobre todo cuando Matriz le había asegurado su pronta recuperación. De todas maneras, tal vez su cuerpo, al haberse visto sometido a tanta presión, había sencillamente rechazado la absurda idea de seguir despierto a pesar de los potenciadores que las Unidades Médicas habían introducido en su organismo; o tal vez era cuestión de algo más. ¿Quien podía saberlo? Últimamente las leyes confederadas habían abierto bastante la mano en lo que respectaba a añadidos y mejoras corporales, ya fuesen éstas sintéticas o mecánicas, lo que solía acarrear importantes dificultades en cuanto a las compatibilidades en cierto tipo de intervenciones médicas.
Víctor observó su periférico: Las siete horas y doce minutos de la madrugada del día trece de Septiembre del año tres mil ochocientos veinticuatro. La fragata confederada de reconocimiento Spinder-V3 había explotado hacía poco más de siete horas. No podía hablar por el soldado, pero él ya se había alimentado con parte de los suministros existentes en su cabina del ST.
Desvió la vista hacia la esquina superior izquierda de la pantalla holográfica principal del caza, donde aparecía la información sobre la ruta.
-Cálculo llegada según ruta establecida: 03:00 – 15/09/3824. Velocidad programada: 3200 Virls.
Tardarían casi cuarenta y cuatro horas a la máxima velocidad que el caza podía alcanzar, alternando períodos de motores activos con instantes de desplazamiento por inercia, lo que significaban cinco horas más que con la Spinder a mínima potencia; una vez en tierra dispondrían a mayores de apenas dos horas de autonomía si deseaban desplazarse por la superficie del planeta en el ST.
Por las provisiones de comida y agua no tendrían que preocuparse de momento (ya analizarían más adelante en el planeta sus opciones al respecto), y si todo salía bien, tomarían tierra con pocos problemas de estabilidad; según informaban los escáneres de larga distancia, la atmósfera del planeta estaba en calma.
Así pues no quedaba nada más por hacer.
El Capitán intentó encontrar una postura algo más cómoda para poder dormitar; no sería fácil, pero estaba tan cansado que podría dormir sin problemas en medio de una estampida de torgs, eso si, admitió, siempre y cuando dispusiese de un lugar algo más cómodo que el puesto de un piloto. Cerró los ojos tras comprobar la situación en la cabina del artillero: el soldado seguía durmiendo, bendito él.
Intentó recordar entonces, mientras se acomodaba; Matriz le había informado de la proximidad del soldado, en el pasillo… 3K; si. Luego escaparon con los droides médicos y el soldado inconsciente. ¿Y después?
Recordaba haber logrado a duras penas llegar al final del pasillo, y también cómo estaba a punto de doblar la esquina cuando de repente varios focos extremadamente potentes iluminaron de manera excesiva la plenitud del espacio perteneciente al corredor, cegando sin piedad su vista, dolorosa y momentáneamente. Recordaba el momento en el que pudo de nuevo abrir los ojos y volver a ser consciente de lo que sucedía a su alrededor; recordaba cómo ante él se elevaban las tres más poderosas figuras que había admirado nunca, pues aunque se tratase simplemente de los tres corpulentos droides de carga que minutos antes había ordenado desplazarse hasta su posición, en aquel momento, para el Capitán, un simple e inútil insecto habría parecido a sus ojos un vigoroso aliado protegiéndole en su desalentadora huída.
También recordaba cómo una de las criaturas saltaba ágilmente hacia él gritando, chillando frenéticamente, y cómo aquel negro cráneo era destrozado por una de las extremidades mecánicas de la Unidad de Carga mil ciento trece. Otro de los droides le agarró por un brazo lanzándole hacia atrás, hacia el espacio del pasillo momentáneamente protegido.
Pero lo que repasaba de manera más febril, lo que su mente había asimilado segundo a segundo a la perfección, fueron los aparentemente interminables dos minutos que tardó en llegar hasta el hangar; Nunca antes en toda su vida (y posiblemente nunca más en el futuro) había corrido tan veloz.
Para cuando había llegado al hangar había supuesto (y no se había equivocado) que ninguno de los cinco droides de carga que le habían servido de apoyo en la huída se encontrarían operativos, pero los segundos que habían logrado le concedían al Capitán la oportunidad para abandonar la fragata. Un rápido vistazo al caza ST le permitió en su momento apreciar que el soldado estaba situado en la cabina destinada al artillero, al parecer todavía inconsciente; por su parte, la estrecha compuerta de acceso al gabinete del piloto permanecía totalmente desplegada, lista para permitirle el ansiado paso al interior.
Mas… ¿Cómo pudo acordarse entonces de semejante cosa? La situación inminente exigía sin duda la rápida toma de decisiones a corto plazo con respecto a los acuciantes sucesos, pero cuando pasó al lado del droide que se mantenía todavía de pie al lado del caza, se detuvo y cogió las cuatro cápsulas de Pro4tec que la Unidad Médica guardaba en el pequeño depósito de su abdomen.
Extraño.
Extraño, pero no inusual.
No podía haberse acordado, eso seguro (no estaba pensando precisamente en su enfermedad de corazón), y tampoco lo podía haber hecho por costumbre (la rutina había marcado que la medicina le fuese suministrada momentos antes de su ingestión por algún droide o subalterno sin ninguna preocupación por su parte). Además, una ingente cantidad de aquellas criaturas estaban a punto de entrar sin duda en el hangar. No, tenía que haber sido por otra razón. E imaginaba saber cual.
Si tenía que ser sincero, debía admitir que en ocasiones le sucedía lo mismo en plena actividad militar: era una sensación extraña, inusual, como… como si además de toda su experiencia como estratega y además de todos los conocimientos adquiridos desde su ingreso en las academias confederadas hubiese algo más. En el momento oportuno recordaba algo que acabaría por ser definitivo en el posterior discurrir de los acontecimientos; como si su mente, además de trabajar a pleno rendimiento de forma consciente, fuese analizando y revisando desde lo más profundo de sus capacidades todas las posibles variantes a la situación enfrentada. Y entonces sucedía; se daba cuenta de las cosas mucho antes que los demás; advertía la mejor de las posibilidades para sus intereses.
Al menos casi siempre.
Porque para cuando hubo cerrado la compuerta lateral de la cabina del piloto y puesto en marcha el sistema de motores, las criaturas habían alcanzado el hangar 13/B, aunque ya poco importase; el caza despegó mucho antes de que pudiesen siquiera comenzar a acercarse. Por desgracia, también levantó el vuelo antes de que todos los sistemas fuesen correctamente comprobados y activados; el sistema inicial de equilibrado de vuelo se le había olvidado completamente, lo que provocó que la recién comenzada huida por poco acabase estrepitosamente en un absurdo accidente contra una de las brillantes y pulidas paredes del hangar.
Así que aquel… (No sabía en realidad cómo llamarle) sexto sentido… o aprendizaje subconsciente… o lo que fuese, no funcionaba siempre.
¿Desde cuando le pasaba?
Era de imaginar que desde que fue acumulando experiencia tras experiencia; desde que estudió, asimiló, practicó y supo qué ver y en qué momento; desde que pudo mirar un poco más allá de lo aparente para calcular y memorizar, a un nivel superior (humano, pero sin duda superior) todas las posibilidades implícitas a ésta o aquella situación. Eso, por supuesto, significaba que se trataba de una cualidad que se llegaba a adquirir tras haber ejercitado o entrenado lo suficiente las capacidades mentales (se aplicasen estas a función cualquiera) y que cualquier individuo podría llegar a obtener. Pero entonces ¿Por qué, si era producto de la mirada predatoria adquirida por la experiencia y el aprendizaje, no funcionaba siempre y en todo momento? ¿Dependería en gran medida, a pesar de surgir del subconsciente del individuo, de someter su estado mental superficial a una gran presión o concentración? ¿Había que concentrarse para darse cuenta de algo que no se advertía a nivel consciente? Y, en caso de ser da tal modo, si exigía de una enorme concentración, ¿No podría seguir entrenándose dicha facultad para que todo sucediese a nivel consciente?
La mirada del predador había sido tema de estudio en la academia durante siete meses enteros: trataba sobre el talento del cazador para calibrar la presa y su contexto; no sólo para advertirla y acosarla, sino para decidir cuando hacerlo y cómo hacerlo. Trataba sobre la facultad del observador que no veía simplemente el retrato de una persona, sino las tonalidades expresivas de la pintura, la influencia de los colores, la gestualidad del retratado y la historia global enmarcada en la pintura.
-Venga Víctor, ya basta… Divagas. Intenta dormir un poco. Se dijo el cansado Capitán.
Y se acomodó como buenamente pudo en el reducido espacio del que dispondría las siguientes casi cuarenta y cuatro horas. No podría moverse demasiado; algo, pero no demasiado; bastaría un pequeño golpe en el lugar menos adecuado para desconectar los motores o activar quién sabe qué.
Ojalá no tuviese pesadillas.

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