domingo, 2 de noviembre de 2008

Capítulo 30


- Amo homerum, ergo extat-
(Me gusta Homero, luego existe)



Odded había decidido acercarse hasta su habitáculo. Sólo habían pasado tres horas desde que había salido de la residencia del profesor Yoet y Central todavía no había regresado de donde diablos se encontrase, pero estaba harto de dar vueltas por el oscurecido y tormentoso cielo de Oeveey. Todavía continuaba lloviendo con fuerza.
Ante todo, tenía que admitir dos cosas: la primera, que durante al menos algún tiempo había logrado olvidarse de todos los problemas que asediaban su actual situación, y segundo, que las vistas desde allí arriba eran realmente espectaculares.
La ciudad se repartía en seis zonas muy diferenciadas, cinco de las cuales rodeaban a un sector central de mayores dimensiones; dicha zona central constaba de siete grandes torres (sobre cada una de las cuales se instalaba una ciclópea Sede médica) y, siempre según la información extraída de las interesantes y reveladoras conversaciones con el… taxista, se trataba del centro residencial de Oeveey: en las torres residía toda la ciudadanía de la ingente urbe, ademas de acoger cada una, en los niveles inferiores, cierta variedad de locales sociales, poco importantes sucursales empresariales y centros comerciales de escasa categoría; un poco de todo, pero a pequeña escala.
Al parecer las otras cinco zonas cubrían las importantísimas necesidades del comercio (una amplia zona en la que se encontraban la inmensa mayoría de los centros de distribución de comercio más importantes del planeta), la política (todo un sector habilitado para las reuniones de los máximos dirigentes empresariales y políticos de las que Odded ya conocía su existencia gracias a Central, además de acoger el alma mater de la educación de Oeveey, las Sedes centrales de Seguridad, y las principales sucursales empresariales confederadas), el ocio (donde se podían encontrar un sin fin de tipos de locales sobre los cuales Odded oía hablar por primera vez), los deportes (lugar de entrenamiento más desarrollado de los deportistas de élite de la Confederación) y los deplazamientos y transportes de medio y largo recorrido (sector de llegada y salida de las grandes naves de transporte de pasajeros interplanetario e intraplanetario, y también de las mercancías que posteriormente se trasladaban a la zona comercial).
En el corazón de la ciudad, justo en el centro, rodeado de las siete inmensas torres se emplazaba un parque de tales dimensiones que podría perfectamente competir con la (imaginaba destrozada e inexistente a estas alturas) selva amazónica terrestre.
¿Qué habría sido de la tierra? No podía decir que la recordase en buenas condiciones; ni siquiera podía decir que la añorase demasiado; simplemente se trataba de cierta curiosidad. La última vez que había estado allí había sido… Bueno, no podía recordarlo; pero hacía demasiado tiempo, eso seguro. Si no estuviese tan preocupado por el importante asunto que comenzaba a tener entre manos, posiblemente se embarcaría en un largo viaje para volver a ver su querido planeta. Pero sólo por curiosidad.
Un viaje. Claro; esa era otra. ¿Dónde estaba la Tierra?
-Disculpe. Hemos llegado.
El conductor lo había sacado de su ensimismamiento. Odded miró a través de la ventanilla y comprobó que estaban anclados a la entrada doce del bloque urbanita en el que se encontraba su habitáculo. ¿Había actuado correctamente desplazándose hasta allí? Sin Central guiando sus pasos, se sentía como un niño perdido intentando encontrar el camino de regreso a casa en un peligroso mundo de adultos.
Odded recordó de qué manera había abierto Boreazan la compuerta de aquel otro taxi; realizó los mismos movimientos y la puerta se deslizó hacia arriba.
-¡Oiga!
-¿Si?
respondió Odded a punto de salir del vehículo. Vaya, pensó de inmediato, tengo que pagar el viaje, claro.Disculpe; enseguida le pago la carrera. – Odded se detuvo un instante, y añadió: - ¿Podría decirme cómo?
Gracias al cielo aquel conductor era paciente, y tras guiar sus movimientos y las operaciones a realizar con el periférico, se despidió de Odded con un amable saludo y mucha mucha mucha suerte en el futuro, que la iba a necesitar. ¿Por qué habría sido tan insistente en eso último?
Ya en el acceso de la entrada doce se detuvo un momento, entre los cientos de personas que esperaban un vehículo o acababan de llegar, para calibrar seriamente su situación. Dirigirse hacia el complejo residencial en el que se ubicaba su habitáculo podría parecer una soberana estupidez (al menos, eso pensaba él mismo), pero, en cierto modo, quería pensar que prefería enfrentarse directamente a cualquier problema, antes que sentarse a esperar quién sabe qué.
Estúpido.
Absolutamente estúpido.
En la compuerta de acceso a los pasillos del complejo había dos guardas de la seguridad del edificio, lo que suponía el primero de los controles que debería atravesar antes de entrar en su habitáculo. Todavía no se decidía a acercarse a ellos, cuando la cítrica (pero esta vez también muy dulce) voz de Central llegó hasta sus oidos.
-¿Odded?
-… ¿Cielo?Susurró Odded. - ¡Estás aquí! Sabía que volverías de un momento a otro.Dijo en un tono todavía más bajo. - No me preguntes cómo, pero en el fondo estaba seguro. ¿Dónde estabas?Odded, todavía en la entrada de vehículos, se apoyó algo inquieto contra una de las paredes de la zona del tránsito peatonal que conectaba con los pasillos del complejo.
-Discúlpame por dejarte solo tanto tiempo, Odded. Sube inmediatamente a tu habitáculo y entra en el compensador neuronal.
-Llegas dando órdenes…Odded estaba sorprendido. - De acuerdo, como digas, pero explícame qué ha pasado.Dijo mientras se dirigía hacia los pasillos. - ¿Puedo pasar los controles de seguridad sin problema?
-Si, Odded. Todo está arreglado, pero debes entrar en el compensador antes de que conste tu negativa a usarlo.
Odded miró su periférico: las dos y diecinueve de la madrugada del día siete. ¿Cuándo había sido la última vez que había utilizado el compensador? En la madrugada anterior, sobre las tres de la mañana, creía recordar. Todavía quedaba tiempo para entrar en el compensador. Pero más importante era saber qué había descubierto Central y dónde había estado.
Juntos se dirigieron hacia el primer control donde esperaban pacientes los guardas, mientras Central comenzaba a narrar la terrible odisea que experimentó desde el mismo momento en que había decidido ayudarles a resolver su complicada situación.

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