domingo, 28 de diciembre de 2008

Capítulo 35


-Cave canem-
(Cuidado con el perro)



Un implacable y enérgico viento dominaba la totalidad del imponente espacio hasta donde la vista podía alcanzar: una enorme y vasta explanada de superficie rocosa, inerte, yerma, desértica y carente de vida alguna en apariencia, sometida siempre a la atenta mirada de un sol abrasador que sin duda provocaría el rápido desvanecimiento de todo aquello que yaciese dócil bajo su poder.
A lo lejos, en el horizonte, un gran número de angulosas montañas dominaban implacables las llanuras, y sólo las más pequeñas partículas de roca deshecha por el paso del tiempo se atrevían a desplazarse sin miedo por la superficie del planeta.
No habia nada, absolutamente nada en cientos de kilómetros a la redonda, exceptuando un pequeño caza de reconocimiento que descansaba inerte y brillante en medio de la ventisca.
El sencillo escáner del ST continuaba ofreciendo los resultados de sus lecturas, aunque Víctor conocía de antemano la mayor parte de los datos básicos de aquel planeta. Toda la información disponible al respecto le había sido transmitida por la Confederación días antes de partir a bordo de la fragata Spinder para una habitual y rutinaria (aunque siempre en potencia fluctuante) misión de reconocimiento.
El sistema direccional automático del caza los había dirigido hábilmente hacia un aterrizaje exitoso aunque no exento de dificultades, debido en gran parte a la alta gravedad a la que se vieron sometidos una vez alcanzado el perímetro de atracción de aquel mundo; los problemas de maniobrabilidad a consecuencia de tal situación habían provocado un consumo de energía mucho más elevado que el inicialmente previsto, por lo que tendría que recalcularse más adelante la autonomía restante del caza.
En aquel preciso instante era imperativo analizar otro tipo de cuestiones.
El Capitán configuró manualmente los transmisores de comunicación para enviar de manera repetitiva un mensaje descodificado de socorro a larga distancia mientras el soldado hacía recuento de las provisiones de comida y agua existentes en el caza; Isaías calculaba que, racionando los alimentos, podrían aguantar tal vez unos cinco, a lo sumo seis jornadas, siempre y cuando no gastasen demasiadas energías.
La atmósfera del planeta podría llegar a ser respirable, casi con toda seguridad, aunque las lecturas informasen de un cuasi inexistente porcentaje de oxígeno. Para el peor de los casos, de todas formas, la nave disponía en su interior de al menos treinta horas de aire respirable, además de las seis cápsulas de respiración individuales que incorporaba cada caza de reconocimiento confederado a mayores, cada una de las cuales les concederían tres horas de autonomía. Si tenían que esperar un hipotético rescate, deberían administrar de manera inteligente todos los recursos a su alcance; sobre todo cuando, dónde y cómo debían respirar.
El Capitán comenzó a reapacitar sobre cuales eran las posibilidades reales de ser rescatados por otra nave confederada. Sabía que el sector encargado a la Spinder no estaba asignado a una sola fragata, pero las perspectivas de que alguna otra nave de reconocimiento de la Confederación navegase por un subsector sobre el que en teoría ya se estaba actuando eran bastante ridículas, por no decir inexistentes.
Sin embargo, tenía perfectamente por seguro que la destrucción de la Spinder no podía haber pasado en absoluto desapercibida para los altos mandos; a pesar de los fallos en las comunicaciones ocurridos a partir del repentino abordaje del carguero que había traido consigo la amenaza de aquellas criaturas (y sobre todo debido a la verdadera naturaleza de la misión de la fragata), la Confederación caería ràpidamente en la cuenta de la ausencia de los periódicos contactos protocolarios con la fragata Spinder de reconocimiento. Intentarían primero reanudar las comunicaciones tal y como mandaban las ordenanzas, y ante el fracaso de tal conducta, enviarían algun pequeño transporte de exploración hacia la última posición conocida de la Spinder. Una vez alcanzado el lugar comprobarían (con toda seguridad profundamente estupefactos) la presencia de los desperdigados restos de la malograda y casi por completo desvanecida fragata confederada del Capitán Víctor Svarski; analizarían y acometerían la grave situación con la ayuda de alguna otra fragata de mayor importancia (tal vez la Odiseia, asignada a un subsector relativamente cercano) y comprobarían de nuevo las posibilidades de supervivencia de alguna cápsula de salvamento o caza de reconocimiento que hubiese podido evadir el desastre. De modo que no tardarían más de dos o tres días en rescatarles, a lo sumo cuatro, habiendo sido el planeta en el que se encontraban sin duda objeto de sus análisis.
Pero si se confirmaba la existencia de atmósfera irrespirable y se llegaba a la extrema situación de comenzar a quedarse sin el oxígeno de las reservas antes de las expediciones de rescate confederadas, le daría exactamente igual ser rescatado por un carguero corporativo, por una nave mercenaria o por una lanzadera a rebosar de hambrientos merodeadores aifargas.
De todas formas debería dejar de preocuparse al respecto; había hecho todo lo posible por solucionarlo: la señal de socorro sería enviada cada doce segundos, por lo que sería mejor no volver sobre el tema hasta que transcurriese algo de tiempo y recibiesen, o no, alguna respuesta.
-Lamento no poder impedir que esto sea un horno - La voz del Capitán llegaba algo solapada a la cabina del artillero. -, pero debemos evitar el consumo de la célula de energía del caza lo máximo posible.
-No me quejo del calor, Capitán, y tampoco de la pesadez de movimientos. Me alegro de haber dejado atrás cierto problema. – Isaías estaba guardando las provisiones repartiéndolas en varios compartimentos de una pequeña mochila vacía que debía haber pertenecido al artillero asignado a la nave que ellos ocupaban. En cuanto salieran del caza (pues en algún momento tendrían que salir) repartiría los suministros con el Capitán.
-La célula de energía de la nave todavía puede aguantar unas dos horas según la información del sistema, pero intentaremos que sean más – Dijo pensativo el Capitán al tiempo que reactivaba los motores. -. Lo primero que haremos será desplazarnos en el caza hasta las montañas del horizonte norte. Una vez allí podremos reconocer el terreno con más garantías y posibilidades que bajo este sol. – La nave se elevó lenta y dificultosamente y comenzó a deslizarse. – Seguiremos en todo momento el protocolo confederado trescientos treinta y nueve.
Isaías no pudo apenas balbucear un “Por supuesto, señor”, ocupado como estaba en intentar volver a ensamblar los arneses de sujeción del puesto de artillero, pero las palabras del Capitán no admitían objeción alguna; tenía toda la razón: en la protección que les brindarían las zonas de sombra de la montaña podrían establecer un perímetro de seguridad en el cual establecerse según el protocolo indicado. Le competería a él mismo asegurar el perímetro, pero tendría que disponer de toda la información existente sobre aquel planeta si quería obtener un resultado eficiente en su cometido.
Tras ganar cierta altura, el ST comenzaba a deslizarse ya con rapidez, no demasiada estabilidad, y no todo lo elevado que Isaías hubiese deseado sobre la llana y arenosa superficie del planeta. El escenario en el que se encontraban confinados se mantenía prácticamente inmutable: arena arrastrada por el cada vez más impetuoso viento a medida que se acercaban a las montañas y varias formaciones rocosas esparcidas en pequeños grupos que no ofrecían cobertura alguna al cada vez más intenso calor.
El sol parecía no haberse desplazado apenas desde el aterrizaje, lo cual hacía intuir un período diurno bastante prolongado. Por otra parte, según indicaban las pantallas, tardarían tres minutos cuarenta y seis segundos en llegar a la base de las montañas manteniendo estable la velocidad que habían alcanzado, tiempo que Isaías dedicaría a estudiar en la medida de lo posible las funciones básicas de los controles existentes en la cabina del artillero.
-Soldado, sujétese bien… - Las turbulencias se habían extremado en el último minuto de vuelo; imposible para Isaías hacer nada más que no fuese intentar agarrarse a algo y no vomitar lo poco que tenía en el estómago. – Intentaremos… tomar tierra debajo de aquel arco.
Ya más cerca de la inmensa cadena montañosa y a pesar de la tremenda ventisca, podían comenzar a diferenciarse extravagantes formas naturales que las rocas habían ido tomando con el paso de miles de años y la ayuda del viento. Aproximadamente unos doce grados hacia el este se apreciaba la formación de un inmenso arco en un saliente de una parte de la montaña. Tal vez allí podrían refugiarse del vendaval, pero para comprobarlo tendrían que llegar cuanto antes.
La fuerza del viento que apenas permitía la maniobrabilidad de la pequeña nave, unida a la fuerte atracción que el planeta ejercía sobre ellos, casi acabó por provocar en más de un par de ocasiones que sus huesos acabasen desperdigados por la base de aquella parte de la montaña, pero gracias tal vez a la suerte (gracias al Capitán, pensaba Isaías) lograron llegar a tomar tierra bajo el inmenso arco natural que se había formado en aquel (en realidad bastante extraño por inusual) imponente lugar.
-Parece que aquí casi no hay viento… - Pensó en alto Isaías. A través de la superficie acristalada de su cabina podía observar claramente cómo la arena y las pequeñas rocas del suelo en un radio de unos treinta metros alrededor del caza apenas se movían a causa de la ventisca. Posiblemente las corrientes de aire chocasen entre ellas o contra la roca en aquel concreto lugar y acabasen por crear una zona de relativa tranquilidad.
-En efecto, apenas. Soldado, prepárese para salir a mi orden.
Isaías introdujo con decisión en sus fosas nasales los conductos de una de las dos cápsulas de oxígeno que pertenecían a la cabina del artillero y desenganchó los arneses de sujeción; tres segundos después las escotillas de ambas cabinas se abrieron dejando entrar una fuerte brisa.
Los movimientos que cada uno había realizado dentro del caza habían sido sin duda más pesados desde que habían entrado en el planeta, pero al fin y al cabo se había tratado de movimientos que implicaban mover un brazo apenas unos centímetros o acomodar su cuerpo a cada uno de los asientos. Pero cuando la situación tuvo a bien en requerir de unos movimientos más completos como salir del caza a través de las escotillas, ambos sintieron como si todas sus ropas estuviesen confeccionadas con plomo.
Después de haberse esforzado tal vez en demasía para levantarse del asiento, Víctor cayó pesadamente al suelo nada más salir de la cabina del piloto e Isaías, apenas a tres metros y todavía saliendo del compartimiento del artillero, tardó unos quince segundos en llegar hasta la posición del Capitán para ayudarle a ponerse en pie.
-La verdad; no se si quiero levantarme. – Hacía ya tiempo que no se sentía como cuando lograron escapar de la fragata, y pensaba que no habría sido en absoluto mala idea haber traido alguna cantidad, por pequeña que fuese, de aquello que les habían inyectado los droides médicos para mejorar su estado físico.
Entre los dos pudieron llegar hasta una zona totalmente resguardada de toda intensidad de viento, y fue el soldado quien volvió a la nave (situada a escasos trece metros de la actual posición del Capitán) para recoger todo lo que pudiese servirles de ayuda: La rígida mochila que contenía los víveres, el pack médico, las dos cápsulas de oxígeno restantes, su rifle con su munición, y su pistola de descargas y la de proyectiles del Capitán con la poca munición compatible correspondiente que el soldado había cogido del almacén de armamento.
Tras cerrar de nuevo las compuertas de las cabinas de la nave volvió al lado del Capitán. Era curioso que aquella abertura o enorme grieta aislase no sólo del viento sino también en gran medida de los sonidos que la misma corriente provocaba en su feroz movimiento. De todas formas, debido a la resonancia que todavía se podía percibir, se verían obligados a hablar en un tono bastante más elevado que el habitual aunque sin llegar a gritar.
-Capitán, la mochila con las provisiones. – Dijo alargándole la mano que sostenía la resistente bolsa. – Tendremos que olvidarnos de la idea de aguantar seis días con estas provisiones si gastamos tanta energía diariamente. Lo mejor que podemos hacer es reposar… - Isaías miró a ambos lados de la abertura en la que se encontraban refugiados. - …e intentar no movernos a menos que sea esrictamente necesario…
-Establezca un perímetro de seguridad, soldado. – El Capitán estaba configurando su periférico para conectarlo al ST y recibir y controlar el seguimiento de las comunicaciones. Crearía en breve un enlace por ondas con el periférico del soldado para poder ponerse en contacto entre ellos desde cualquier lugar. – Cuando vuelva podremos descansar. Si tiene algo que decirme cuando se distancie, hágalo a través de su periférico.
-Por supuesto, Capitán. – El soldado dudó unos instantes. - Querría saber con qué me puedo encontrar ahí fuera, Capitán.
-Planeta deshabitado y carente de vida. Cumpla las órdenes.
Por supuesto. Asegurar el perímetro.
Isaías volvió al caza para probar suerte; unas gafas protectoras no le vendrían nada mal si tenía que salir de la protección actual de la que disfrutaban y se veía obligado, por la razón que fuese, a introducirse en la ventisca.
Treinta segundos de búsqueda y nada de gafas protectoras.
El arco bajo el cual habían tomado tierra tendría aproximadamente por su interior unos ochenta metros de alto, y el saliente de roca que conformaba tal ciclópea curva no era sino uno de los muchos que habían divisado poco antes del aterrizaje, dispuestos aleatoriamente a lo largo de toda la extensión de la montaña. La zona que brindaba cierta protección del viento abarcaba alrededor de novecientos metros cuadrados, poco más o menos.
Observando el espacio desde el frente de la brecha en la que el Capitán estaba inmerso en su periférico, todo parecía indicar que debía empezar a asegurar el perímetro desplazándose hacia la derecha.
Casi no podía con el rifle (por no hablar de la tremenda incomodidad que la armadura concedía al simple acto de caminar), pero cuanto antes comenzase, antes acabaría. Con toda seguridad poner un solo pie fuera de esta zona resguardada significaría sin duda salir volando a causa de la fuerza del viento, pero si no podían salir, nadie podría entrar.
Se sintió enormemente tentado a desaparecer de la vista del Capitán y sentarse a descansar mientras se suponía que debería estar asegurando el perímetro; la zona ya estaba perfectamente asegurada y únicamente una nave pequeña (un caza, casi nada más grande; tal vez una lanzadera) podría acceder al interior del improvisado refugio, ante lo que no tendrían ninguna oportunidad si los hipotéticos visitantes fuesen hostiles. Así pues no había nada de lo que preocuparse.
-Veamos – Dijo para sí. –. Treinta metros hacia la derecha hasta la zona de viento. Cuarenta más o menos hacia la izquierda. – Las rodillas comenzaban a fallarle.
Decidió asegurar el perímetro, pero llegaría completamente exhausto (eso si lograba cumplir la orden y regresar) y prácticamente incapaz como soldado.
-Órdenes son órdenes. – Se reafirmó. – Será mejor que me centre.
Mientras el soldado se separaba del caza y se disponía a cumplir las órdenes, Víctor acababa de configurar su periférico para poder conectarse con el del soldado. Sentado como estaba y ya extenuado, se quitó la chaqueta y la camisa y apoyó un hombro contra la rugosa pared, preparado para limpiar las heridas de su espalda. Apenas le molestaban (por suerte no parecía ser nada grave) pero tenía que cambiar el vendaje.
Según el periférico eran las cuatro y treinta y cinco de la madrugada del día quince, pero tendrían que observar al menos el transcurso de uno de los días naturales de aquel planeta para poder comparar su periodicidad con respecto a la contabilidad confederada del tiempo. El sol principal del sector desconocido 14F cuyo nombre asignado por la confederación había sido Tabellarius, parecía estar aproximadamente en el centro del cielo, por lo que cuando se pusiese por el horizonte podría realizarse un cálculo exacto para luego cotejarlo con el uso horario de la Confederación.
El planeta que más le había llamado la atención por su diferencia había sido Razgheor (pensaba Víctor mientras limpiaba sus heridas), cuyos nativos, los razoritas, soportaban en un solo día natural cuarenta y nueve días según la contabilización del tiempo confederada. Por supuesto sus metabolismos estaban adaptados al respecto, lo cual hacía de los razoritas unos excelentes trabajadores que cualquier empresa desearía tener en su plantilla.
Incansables y tremendamente fuertes y resistentes.
Y él estaba realmente agotado a pesar de no haberse movido apenas. No quería imaginar en que estado regresaría el soldado tras haber recibido la orden de asegurar el perímetro.
El viento seguía azotando con fuerza el exterior de la zona protegida por el enorme arco de piedra y casi con toda seguridad se podía afirmar que, al menos de momento, estaban a salvo de cualquier contingencia. Según los informes confederados, aquel planeta estaba practicamente exento de vegetación y totalmente de vida animal, inteligente o no. En cuanto Isaías regresase le dejaría descansar.
Sujetó con fuerza a su cuerpo las nuevas vendas y volvió a vestir dificultosamente su torso.
El pequeño piloto de avisos de su periférico comenzó entonces a parpadear, advirtiendo de una conexión entrante por parte del soldado: Una zona del perímetro estaba ya asegurada.
Realmente merecería un descanso en cuanto regresase. Con un poco de suerte, ambos podrían descansar sin advertir problemas hasta que llegase una nave confederada (ojalá) de salvamento.
Sólo podrían esperar.

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