domingo, 6 de julio de 2008

Capítulo 17


-A verbis ad verbera-

(De las palabras a los golpes)


¿Sabes? No es nada difícil saber cuando hay problemas, y está claro que aquí los vas a presenciar. Porque siempre los presencias. Porque siempre eres el protagonista. Porque nunca podrás dejar atrás tu destino, y lo sabes.

¿Qué vas a hacer ahora? ¿Vas a matarlos? ¿Por qué? ¿Qué te han hecho?

No los conoces de nada. Sólo se acercan a la mesa de un antiguo amigo, seguramente. O tal vez les debe dinero y están allí para reclamar lo que por justicia es suyo; incluso puede que simplemente quieran pedirles permiso para fumar en el local.

De todas formas es muy sencillo, Odded: no tienen absolutamente nada que ver contigo. No son ellos los que mataron a Beatrice, y por supuesto no son los causantes de todas las desgracias que te han sucedido durante toda tu larga vida. Déjalos marchar; no te metas; no seas imbécil y no te busques más problemas.

O sí. ¡Qué diablos! Búscalos; empieza los problemas o termínalos ¿Qué importa? Mátalos a todos. A ellos y a sus familias. Nos da exactamente igual, pero no vuelvas a molestarnos por esto.


Aquellos cuatro individuos habían llegado hasta la mesa del Veridai y su anciano compañero. El verde casi temblaba de miedo mientras el rostro del dagarv seguía mostrando una expresión mezcla de asombro e incertidumbre. Comenzó de repente el anciano a protestar levantándose con decisión (Odded estaba algo lejos como para escuchar lo que decía), pero la enorme mano de aquel repulsivo y oscuro tzundhar volvió a clavarlo en la (podía atestiguarlo) incómoda silla.

Uno de ellos se movió entonces hacia la barra (el oligoide, al parecer) llamando con insistencia la atención del encargado. Cuando el plovblos llegó hasta él cruzaron unas pocas palabras y el encargado comenzó a desalojar el local social al instante. En general nadie se opuso, y si había alguien lo suficientemente estúpido o borracho como para protestar por el desalojo, el encargado le explicaba impaciente la situación y señalaba hacia una mesa vencida por la oscuridad, en una de las esquinas más alejadas del centro de la sala.

El Plovblos terminaba ya de avisar a casi todos los clientes: los pequeños klagüish habían desaparecido del local; mayaris, oligoides, humanos y demás razas salían en aquellos instantes por la puerta principal prácticamente sin articular palabra alguna, y los dos colus que hasta hace poco habían estado cuchicheando a su aire en la barra, estaban también a punto de salir. Poco después en todo el local sólo quedaba ocupada la mesa en la que Odded estaba sentado. El encargado se acercaba.

-Odded, deberíamos dejar el local social. Hay muchos otros lugares que deberías conocer para familiarizarte con el planeta y su sociedad, y que no entrañan absolutamente ningún peligro para tu persona.

-¿Qué mejor forma de conocer a la sociedad que ésta? – Susurró un divertido Odded. – No te preocupes, Cielo. No va a pasarme nada. Sólo prepárate para hacer la llamada que te dije. Por si acaso.

Llegando a la altura de la mesa, el desagradable (cuando algo asqueroso, desgraciadamente) plovblos se agachaba ligeramente para hablar con Odded.

-Tienes que irte; cerramos.

¿Era cosa suya o había un ligero tono amenazador en las palabras del encargado? A su vez, Odded se acercó despacio hacia el… rostro… (Si no se equivocaba demasiado, el lugar de la fisonomía al que se estaba acercando debería ser el rostro) del encargado para que sus palabras fuesen perfectamente entendidas. Todavía no comprendía bien el funcionamiento del traductor universal (tendría que pedirle a Central que se lo explicara a conciencia más tarde) y quería estar seguro de que lo que decía era comprendido sin problemas.

-Me da igual lo que esté pasando; regresa a tu sitio y no te metas. No voy a irme de aquí hasta que yo quiera.


No puedes evitarlo ¿Verdad?

Así perdimos la vida algunos de nosotros la última vez que se nos ocurrió hacer lo que tú estás haciendo. ¿Por qué no aprendes de nuestros errores de una jodida vez?


-No lo entiendes. – Replicó el sorprendido plovblos entre susurros acercándose todavía más. – Te lo digo por tu bien. Vete antes de que Szawmazs venga en persona a echarte de aquí.

Algo debió entrever en la mirada de Odded. Tal vez supo que por mucho que le contase o advirtiese, aquel humano no se movería de donde estaba. De inmediato se incorporó (por describir de algún modo sus movimientos) y regresó a su lugar en la barra para acabar desapareciendo bajo ella, obvimente por algun tipo de trampilla.

-¿Odded?

-¿Si, Cielo?

-Hazle caso, por favor. – Susurró ansiosamente Central.

Pero en realidad sus palabras no fueron escuchadas. Precisamente por ello, Odded no se percató del leve (muy, muy leve, en realidad; practicamente imperceptible) tono de preocupación que abrazaban las palabras de Central.

Aquello era interesante; lo que había dicho el encargado había sonado a consejo, más que a amenaza; aquel plovblos parecía saber exactamente por dónde se movía. Había hecho lo que le habían ordenado: desalojar a los clientes con la mayor celeridad posible; pero si alguien se resistía y no podía dominar la situación, simplemente desaparecía para dejar que sucediese lo que tuviese que suceder.

Las cosas no habían cambiado en absoluto. Si, cierto, se veían por doquier vehículos que viajaban por el aire; se habían desarrollado medicinas capaces de mejorar la vida de los humanos; podían realizarse viajes por el espacio en cortos períodos de tiempo gracias a los portales de desplazamiento (Odded había prestado mucha atención a ciertas explicaciones de Central); pero en el fondo, en lo más profundo del alma de… de todas las razas (imaginaba), o por lo menos del ser humano, nada había cambiado: el más fuerte seguía aprovechándose del más débil en cuanto la ocasión mínimamente lo permitía. ¿Y tanto se creía haber avanzado?


¡Si! ¡Eso es! ¡Mátalos a todos! Haznos caso… ¡O no nos lo hagas!


De… de todas formas guardaría en la memoria el detalle de una posible salida detrás de la barra, en el suelo, sin duda; sólo por si se presentaban problemas, claro. Además, si cabía aquella sebosa masa de carne (¿Carne?) que era el plovblos, él cabría sin problemas.

En la mesa del Veridai las cosas seguían más o menos igual: el gigantesco tzundhar todavía mantenía la mano en el hombro del viejo y éste continuaba con expresión de enfado (aunque sin decir palabra) en su sitio, mientras que los dos blanquecinos kristallos se habían colocado detrás del verde estirado. ¿Y el oligoide? Había desviado su atención por unos instantes hacia Odded, más tarde hacia la mesa inmersa en sombras y finalmente había asentido; en aquellos momentos se acercaba a la mesa de Odded.

-Cielo – Susurró Odded. - ¿Hay algo que deba saber sobre los oligoides?

-En realidad mucho, Odded; son muy distintos a vosotros.

-Ya, ya… pero no me refiero a la piel azul ni a los ojos amarillos; ni a su larga y lisa melena blanca; tampoco a si tienen dos brazos y dos piernas… ¡Por Dios! Todo eso ya lo veo yo… - Susurró ligeramente exasperado. - A ver si me explico ¿Hay algo importante que puedas decirme sobre su fisonomía?

-Tendrás que especificar más, Odded.

-¡Joder! ¡Sólo quiero saber dónde tienen las pelotas! – Era inútil; Central no entendía nada de lo que le estaba preguntando y además aquel tipo ya estaba allí. En caso de problemas tendría que improvisar.

-Disculpa que interrumpa tu conversación. – Dijo aquel individuo exhibiendo una torva sonrisa. - Creo que AmFeth ha estado por aquí y te ha dicho que te vayas. Ha sido muy amable; yo no lo seré tanto: Coge tus cosas y vete inmediatamente.

Y dicho lo cual sencillamente dio media vuelta dejando a Odded con la palabra en la boca y se alejó en dirección a la mesa del verde y el viejo. Ambos (también los compañeros del amable oligoide) estaban ahora pendientes del breve monólogo que se había sucedido. Odded no se movió.


¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mát…


-Odded, vámonos. Todavía podemos llamar a la Sección de Seguridad Terrestre y dejar que ellos se encarguen de lo que pueda pasar aquí, si es que en verdad va a pasar algo.


Pasará… no dudes que pasará…Todavía no conoces a nuestro amigo…


-No, Cielo. Mira… No puedo explicarlo pero… parece que siempre estoy en el peor de los sitios en el peor de los momentos. – Odded seguía hablando a voz en cuello sin dejar de observar las reaciones de aquel (por seguro) peligroso grupo. – Se que si estoy aquí ahora mismo es por algo; algo que no puedo acabar de entender pero que me obliga a arreglar ciertas cosas. Mis conocidos lo llamaban destino; mis enemigos incordio, y mis amigos mala suerte, simplemente.

El oligoide (ahora a escasos cuatro metros de la mesa de Odded) volvió el rostro hacia el humano apartándose delicadamente el largo cabello blanco para clavar su mirada en aquel estúpido cliente del local social. ¡Era increíble!, pensaba; a veces aparecía algún hijo de torg lo suficientemente idiota como para no saber dónde se estaba metiendo. Solían ser individuos recién llegados a la ciudad, por lo general; aquel era humano, sin duda, y sobrio, por lo que parecía.

Curioso.

Fht repasó mentalmente los rostros de los mercenarios y caza recompensas humanos de los que se tenía constancia en su trabajo. No, ni lo uno ni lo otro. Y además desarmado. A saber.

Se volvió hacia Odded. Tendría que sacarlo del lugar con sus propias manos. Pero sin pensarlo dos veces (y para evitar posibles heroicidades del extraño) reposó su mano derecha sobre la culata de su enfundada GalkoProvius; las cosas quedaban claras ahora: aquel cliente del local tendría que captar que si no se levantaba inmediatamente y salía por la puerta, no tendrían ningún reparo en matarle.

Y sin embargo aquel individuo seguía allí sentado, aparentemente tranquilo, apurando un zumo de mhyytka… ¡y mirándole directamente a los ojos!

Para cuando llegó a su altura, el hasta el momento impasible rostro de aquel oligoide parecía henchido de furia.

-¿¡Pero es que no has escuchado lo qu… - empezó a decir mientras levantaba una mano para abofetear al extraño. Pero antes de que pudiese terminar de hablar, con una velocidad y destreza asombrosas Odded sujetó firmemente la mano que descansaba sobre la pistola, al tiempo que le propinaba un golpe desde abajo tan rotundo y contundente en pleno rostro que el cuerpo del oligoide cayó hacia atrás completamente inerte.

-Odded… ¡Lo has matado!

Durante un par de segundos todo quedó en silencio a excepción del ruido provocado por el cuerpo chocando contra el suelo y derribando algunas sillas; mas como había supuesto, la reacción no se dejó esperar. Los que custodiaban al verde y al anciano sacaron sus armas y abrieron fuego a la vez. Odded saltó hacia un lado, lo justo para tumbar una mesa cercana y usarla de escudo para poder dirigirse hasta la mesa sumida en la oscuridad y acabar con el problema cortando directamente y lo antes posible la cabeza de la Gorgona.

Pero lo que no había supuesto sucedió: las armas con las que le disparaban atravesaron sin dificultad el material con el que estaba construida la mesa y alcanzaron de pleno el cuerpo de Odded. Cinco impactos; tres en el pecho, uno en el cuello y otro en la ingle.

A los pocos segundos el suelo oculto por la mesa comenzó a inundarse con la sangre del extraño. Los hombres de Szawmazs dejaron de disparar y enfundaron tranquilamente sus armas; desde donde estaban podían ver apenas un brazo del cuerpo tumbado e inerte. El tzundhar se acercó sin apenas cautela e informó de lo que veía. Recibió una orden desde la oscuridad de la esquina de la sala tras la cual asintió y cogió una de las sillas que descansaban todavía erguidas a su lado. La levantó sobre su cabeza y la destrozó con furia y sin miramientos al asestar ocho fuertes golpes en pleno rostro del extraño.

"Alguien tendrá que limpiar todo esto", pensó abstraido el tzundar mientras se deshacía de la silla y regresaba pesadamente hasta donde se encontraban sus compañeros.

1 comentario:

  1. pues si, este capítulo me ha gustado.
    Me gusta ver como los personajes hasta ahora dispersos se van juntando, dándose de hostias si la ocasión lo pide.
    lo he disfrutado.

    ResponderEliminar