lunes, 22 de septiembre de 2008

Capítulo 26


-Qualis pater, talis filius-

(Tal padre, tal hijo)

(Primera parte)


>Informe entregado. Fin de conexión.

>...

>05:11 – 13/09/3824. Monitor-comunicador Nº233 / Zona B6 – Complejo habitacional 32 – Sala de descanso 2Q.

>...


No podía recordar nada más, aunque pensaba que la historia estaba en realidad bastante completa, así que había decidido redactar y entregar el informe sin perder más tiempo.

Desconectó los cables de su periférico del monitor-comunicador ubicado en la sala de descanso perteneciente al complejo habitacional en el que se encontraba. Masato le había comunicado que en breve reclamarían su presencia en el hangar principal, por lo que León, aún con sus dudas, ya estaba listo; con dudas, puesto que por muy convencido que hubiese estado cuando le respondió a Masato que se uniría al grupo especial de asalto, reconocía que lo había dicho fuertemente influido por la muerte de Gyokudo… como si se sintiese responsable y con su “casi” voluntariado pudiese honrar su memoria… y el ánimo del agente Tundaro.

Le habían asignado un uniforme especial (algo mejor que los que habitualmente utilizaban los escuadrones de defensa de perímetro) que indicaba en el pecho el código P40, y un periférico totalmente actualizado con su registro de vida, más moderno que el que había sido destruido en su reciente accidente. Todavía estaba familiarizándose con su funcionamiento cuando un pequeño y poco estético droide de limpieza entró en la sala.

¿Por qué querrían que se uniese al grupo?

Se consideraba buen piloto, por supuesto, pero sin duda no tan bueno como para formar parte de un grupo especial donde estarían, con toda probabilidad, los mejores pilotos confederados de (por lo menos) los cinco o seis planetas más cercanos. Además ya había explicado detalladamente en el informe todo lo que había podido recordar en lo que a las tácticas utilizadas por ambas facciones en los enfrentamientos se refería, tanto contra el carguero como contra los extraños cazas, por lo que su presencia en el grupo tenía menos sentido todavía. Y sobre todo, lleno de angustiante vergüenza al recordarlo, había incluido en el informe su reacción con Jameson y el nerviosismo y el miedo que le embargaron en aquellos momentos.

No cabía otra visión de lo sucedido, ¿No? Lo había abandonado a su suerte; a uno de sus compañeros.

Había sido difícil de redactar pero se había sentido obligado a hacerlo; de todas formas no se arrepentía. Que las más altas instancias tomasen las medidas oportunas; le daba exactamente igual.

Imaginaba que recibiría una respuesta negativa en breve; observaría su periférico y leería que se le había excluido del grupo especial de asalto por cuestiones… Bueno, ¿Quien sabe? Dirían cualquier cosa y él se quedaría fuera. Mejor; casi lo prefería así.

Conectó de nuevo su periférico a la datored confederada y comenzó a buscar documentos de lectura para amenizar la espera. La puerta de la sala volvió a abrirse (el droide de limpieza ya no estaba en el lugar) y entraron tres soldados riéndose escandalosamente de algo que venían comentando. León los saludó y siguió con la búsqueda de algo para leer que le distrajese al menos unos instantes.

Se decidió al fin por ojear las novedades más importantes acaecidas en la Confederación en el último día; un breve vistazo a las noticias le bastó para saber que no había sido redactado nada sobre el suceso del intento de sustracción de las unidades de almacenamiento, ni sobre el enfrentamiento de su anterior escuadrón con aquel carguero. ¿Y qué esperaba? La Confederación nunca lo aceptaría públicamente. Aquella lección táctica ya había sido suficientemente vergonzosa para la confederación como para que encima la sociedad entera se enterase.

Desconectó los cables del monitor y se sentó en uno de los módulos de descanso.

¿Cómo serían las cosas en territorio Corporativista?

Se lo había preguntado en muchas ocasiones. Se había imaginado cómo vivirían, cómo sería el día a día de un ciudadano convencional; cómo transcurriría la vida de un piloto corporativo o cómo estaría estratificada la escala social. ¿Disfrutarían de las mismas libertades que la sociedad confederada? Es más… ¿Tendrían compensadores neuronales?

En la Confederación los civiles tenían que utilizarlos bastante a menudo (una vez al día la clase media, creía recordar), pero en el ejército las cosas eran bien distintas: quince minutos una vez a la semana era suficiente. Pero… ¿Suficiente para qué? Para estabilizar a la sociedad a nivel neuronal, decía las ordenanzas confederadas; para asegurar la libertad, la igualdad de oportunidades y la objetividad individual y el librepensamiento que debían ser inherentes a toda sociedad.

En realidad nunca había pensado que fuesen un férreo control social, como algunos sectores afirmaban: tras quince minutos en el compensador se veían las cosas de distinta manera, con más tranquilidad y estabilidad emocional. Si cualquier tipo de dudas rondaban tu mente, los tanques de contención se encargaban de equilibrar químicamente tu organismo y asegurar una libre elección en el campo emotivo. Básicamente era como… como ver la situación desde la lejanía, y poder así comprobar todos los factores implicados; el contexto integral de cada situación.

Bueno, pensó León, lo cierto era que aquel sistema funcionaba correctamente y ayudaba a la población, y por lo tanto a la Confederación, y por lo tanto al equilibrio de todo lo conocido; posiblemente sin los compensadores neuronales en más de una ocasión los sentimientos habrían vencido a la razón y cierto tipo de situaciones habrían devenido en catástrofe, ya fuese a nivel individual, colectivo a pequeña escala, o incluso global.

Uno de los chivatos de su periférico avisó de la entrada de un mensaje, y decidió leerlo en la pantalla de comunicaciones; se levantó, conectó los cables y leyó el mensaje.


>05:35 – 13/09/3824. Monitor-comunicador Nº233 / Zona B6 – Complejo habitacional 32 – Sala 2Q.

>...

>Sede Principal de Defensa - Base secundaria de Kundo.

>Informe recibido y analizado. Preséntese de inmediato ante el Capitán Bronos en el hangar principal. Confirmada su presencia en grupo especial de asalto. Salida inmediata.

>Sede Principal de Defensa - Base secundaria de Kundo.


Así que le habían aceptado a pesar de su reacción en combate.

Seguía sin entender quien podría desear su presencia en un grupo como el que se estaba formando. ¿Quién confiaría en él? ¿Cómo sabrían si les obedecería si ni siquiera él mismo lo sabía? Por supuesto sus intenciones eran siempre las de reaccionar de inmediato ante cualquier orden en combate y siempre había sido así, pero desde lo sucedido con Jameson… sabía que no podía fiarse de sus propias reacciones.

De todas formas iría de inmediato; si habían decidido su participación en aquella empresa tendrían sus razones; era de suponer que decisiones como aquella estaban cuidadosamente estudiadas por los técnicos estrategas de la confederación. Desconectó su periférico de la datored y salió de la sala de descanso en dirección al hangar principal; no estaba demasiado lejos, pero a pie tardaría aproximadamente unos veinte minutos, por lo que decidió hacer uso de unos de los desplazadores unipersonales verticales que encontraría a la vuelta de la esquina del pasillo que recorría. Tardó tres minutos en llegar al hangar.

Conocía a la perfección el hangar principal de la Base Secundaria de Kundo (había estado allí en un mas de una ocasión), pero nunca podría dejar de maravillarse; cabían aproximadamente unos seiscientos cazas, repartidos en tantas otras plataformas de despegue situadas a distintos niveles de altura. El espacio a ras de suelo estaba casi completamente despejado, brillante y metálico, y era el lugar de trabajo de los operarios de mantenimiento y reparaciones. En aquel momento, la actividad del personal de apoyo del hangar era frenética; cuarenta de las seiscientas plataformas de salida estaban desplegadas y varios droides de carga estaban acoplando los tanques de depósitos de energía a diversos cazas, mientras algunos de los pilotos ascendían hasta sus naves por medio de los elevadores. ¿Ya preprados? ¿Es que ya habían recibido sus órdenes? León se apresuró, pero no sabía exactamente qué hacer o a dónde dirigirse; aquel no era el procedimiento habitual de organización de escuadrones.

-¡Eh! ¡Aquí! Eres el nuevo ¿No? – gritó alguien no muy lejos de su posición.

Al lado de la compuerta de entrada que había utilizado León para acceder al hangar alguien llamaba su atención. Vestía un traje como el suyo con un indicador en el pecho que marcaba A40, y estaba apoyado contra un enorme droide de carga en suspensión inactiva. Se separó del droide y se acercó a él esgrimiendo un caluroso saludo y una alegre sonrisa. Parecía un drémone simpático.

-Mi nombre es Desio Zandaar, y seré tu artillero en esta misión.

Le parecía increíble, pero no se había fijado en absoluto en qué tipo de cazas estaban en las plataformas desplegadas. Desvió su mirada hacia las naves y observó, ahora plenamente consciente de lo que veía, cuarenta cazas Tarklass-V10 bipersonales; una de las joyas que la confederación se encargaba de proporcionar sólo a aquellas operaciones que realmente lo mereciesen y necesitasen; una fusión casi perfecta de tecnología veridai y alquiliana. Así que por primera vez en su vida tendría un artillero…

-¿Es que los pilotos os habéis olvidado de cómo se saluda? – Las palabras del drémone lo trajeron de vuelta. - ¿O eres de esos que piensan que un artillero no es más que un enorme grano en el pulido y brillante culo de un conductor que se encarga de soltar la mierda?

“Conductores”; así era cómo los artilleros llamaban a los pilotos. Las palabras de Desio no parecían en absoluto ofensivas; más bien todo lo contrario: eran afectuosas y divertidas.

-Lo siento. Me llamo León Svarski – respondió saludando. -, y no estoy acostumbrado a este tipo de organización…

-No, no; ni tu ni nadie, porque esto no es lo normal. Venga, sígueme. – Dijo el drémone mientras comenzaba a dirigirse apresuradamente hacia una de las plataformas de despegue. – Has de saber que el Capitán Bronos no es, digamos, de corte habitual; yo he estado bajo sus órdenes sólo en dos ocasiones además de esta. Nadie lo ha visto nunca, que yo sepa; siempre está en el interior de su caza cuando llegan sus hombres y no tiene ningún escuadrón permanentemente a su cargo; únicamente lo llaman para misiones especiales de suma importancia como la que por supuesto vamos a realizar. Todo un misterio de humano.

Desio se detuvo frente a uno de los elevadores individuales que los llevaría hasta la plataforma de despegue; se subió e invitó a su nuevo piloto a subirse en el.

-Me temo que son elevadores unipersonales; dudo que estén preparados para soportar nuestro peso. Sube tu primero.

Por toda respuesta Desio lo agarró con fuerza de un brazo y tras apretar el botón de activación del pequeño elevador comenzó la vertiginosa ascensión.

-¿Acaso crees que la confederación permitirá que nos suceda algo en sus propios hangares? – Respondió Desio gritando mientras subían. León apenas prestó atención a las palabras del drémone, tan ocupado como estaba en sujetarse lo más fuerte posible a la pequeña barandilla; tenía medio cuerpo fuera de la estructura y allá arriba el ruido era bastante molesto. Los motores de casi todos los cuarenta cazas estaban ya activados.

En seguida llegaron a la plataforma y se bajaron de la estructura, el drémone cómodamente y León no tanto. ¿Pero qué se le había pasado por la cabeza a aquel inconsciente? ¡Podían haberse matado! León se arriesgó a echar un vistazo al nivel del suelo; como poco estaban a cien metros de altura.

Se volvió hacia el drémone con expresión furibunda y con ganas de dejar las cosas claras desde un principio; pero nada más mirar sus ojos y su sincera e inocente sonrisa se dio cuenta de que nunca le habría dejado caer. Algunas personas provocaban ese tipo de reacciones y, curiosamente, casi siempre se trataba de aquellos que utilizaban con menor frecuencia los compensadores neuronales. Lo mínimo marcado por la Confederación, al menos, puesto que aquellas inmersiones eran imperativos confederados.

-Ni por un momento pensaste que podrías resultar herido ¿No? - Desio se acercó al abismo que les separaba del suelo. – Mira hacia abajo: ¿Ves los pequeños droides anaranjados? ¿A que nunca antes te habías preguntado cual era su función? Salvamento y rescate. Antes de que hubieses recorrido la mitad de la caída ya habrían desplegado toda una red sintética de seguridad para salvaguardar la vida de un piloto de rango seis.

-¿Cómo? – La expresión de León tornó a profunda consternación. – Es imposible… soy piloto de rango dos.

-¡No si estás con el Capitán Bronos! ¡Venga, sube! La mitad de nuestros compañeros ya han despegado.

León se apresuró a acceder a la pequeña cabina de control mientras Desio se introducía en el lugar destinado al artillero. En pocos segundos eran el último de los cuarenta cazas que salían del hangar principal de la base secundaria de Kundo.

-Imagino que me pondrás al día… - preguntó León. – No tengo ni la más remota idea de qué es lo que vamos a hacer ni de cómo se supone que vamos a hacerlo.

-¡Descuida! - La voz del drémone sonaba algo metálica a través de os comunicadores privados del Tarklass. - Quédate en el último lugar de la formación y actúa... o improvisa cuando lo creas necesario. Mientras te iré explicando cómo actúa el Capitán Bronos. ¡Ese carguero modificado está condenado al olvido eterno!

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