domingo, 28 de septiembre de 2008

Capítulo 27


-Pacta sunt Servanda-

(Los pactos son para cumplirse)


El vehículo de desplazamiento solicitado los había recogido en una de las salidas de las laberínticas callejuelas que daban a la zona trasera del local social. No era demasiado habitual que uno de aquellos vehículos descendiese al nivel del suelo en una zona tan solitaria y a horas tan intempestivas, pero el conductor resultó ser un viejo conocido del profesor (así lo había pedido explícitamente Yoet a la empresa de vehículos de transporte), por lo que tras un breve intercambio de saludos y amables y sinceras preguntas sobre las familias de ambos, el conductor no reparó siquiera (o no quiso hacerlo) en el terrible y desaliñado aspecto del humano que acompañaba a su antiguo y buen amigo y al veridai.

En aquellos precisos instantes (aproximadamente unos quince minutos después de lo sucedido en el local) el tormentoso cielo comenzaba a descargar la dulce y habitual lluvia mientras el vehículo se desplazaba a gran velocidad en medio del transitado tráfico a la altura del nivel de vía setenta y dos, lo que correspondía con una elevación de trescientos sesenta metros sobre la superficie del nivel uno; todavía tardarían, en gran medida debido al tráfico en cotas tan elevadas, al menos otros quince minutos. La residencia del profesor no estaba lejos.

Las desgracias nunca venían solas, o al menos eso era lo que pensaba el joven Boreazan: La primera de ellas, aunque no la más grave, era la aparición de su viejo amigo Szawmazs cuando ya creía haber escapado (y haber logrado olvidarse definitivamente) de los terribles y angustiosos sucesos del pasado; y la segunda (la verdadera desgracia que Boreazan no podía quitarse de la cabeza), la muerte del mismo Szawmazs a manos de aquel humano. A partir de entonces no existiría la compasión.

Si alguien tan obtuso y poco sutil como Szawmazs le había encontrado, era seguro que cualquier otro miembro de la familia Vezsmna podría hacerlo de nuevo. ¿Tanto se había descuidado en los últimos tres años? ¿Tanto había bajado la guardia? No lo creía: actuaba siempre con sumo cuidado cuando se conectaba a la datored confederada (cambiando continuamente las medidas de seguridad y los protocolos de identificación para que su identidad verdadera se mantuviese de continuo en el más absoluto anonimato); cambiaba de residencia física cada poco tiempo, y nunca frecuentaba los mismos lugares. Pero estaba claro que aquel planeta, y aquella ciudad en particular, se habían encargado de mostrarle cómo nacía en cualquier ser la sensación de poder llamar a algún sitio “hogar”, sobre todo después de tanto tiempo sin uno propio.

Al poco de conocer al profesor Yoet Yke, decidió instalarse permanentemente en Oeveey, por lo que tal decisión tuvo que ser lo que provocó que le encontrasen; sabía desde un principio que se arriesgaba mucho, tal vez innecesariamente, pero por aquellas fechas su deseo de vivir tranquilamente el tiempo que le quedase era sensiblemente superior al de continuar escapando. Cuando vio a Szawmazs en el local, además del lógico miedo, sintió que por lo menos aquellos tres últimos años los había vivido en paz y rodeado de verdaderos amigos como el profesor. El hecho de que aquel humano hubiese evitado su segura muerte en aquel local social sólo retrasaba el que sin duda volviesen a encontrarle, por lo que hasta entonces viviría esperando una muerte lenta y dolorosa.

Gran favor: Otro descendiente del gran Hegemon Lozswas Vezsmna cuya muerte se relacionaba directamente con Boreazan Veer. ¿O tal vez debería volver a cambiar de nombre y comenzar de nuevo su huida?

Pero hacia dónde, pensó el veridai, hacia donde podría escapar si nunca olvidaría lo feliz que había sido en Oeveey, su hogar…

-Mi hogar. – Dijo susurrando sin darse cuenta, mientras observaba el constante fluir de todo tipo de vehículos a través de las diminutas ventanas del transporte en el que se encontraban.

-¿Cómo? – Boreazan escuchó entonces la voz del profesor. Tanto Yoet como el humano habían salido de su propio ensimismamiento y lo miraban profundamente extrañados. - ¿Qué decías?

No quiso responder; no tenía fuerzas para explicar todo aquello que sentía. Desvió la mirada y siguió observando el artificial paisaje, sólo para darse cuenta de que ya estaban llegando al edificio en el que vivía el profesor. El vehículo se desvió apartándose ligeramente de las rutas por las que discurría el tráfico; pocos segundos después estaba sujeto al sistema de anclaje estándar del piso ciento catorce, justo enfrente del portal de acceso para vehículos de la residencia del profesor Yoet.

-Gracias por traernos, Jhalhajedh; saluda a tu mujer de mi parte. – Dijo el profesor mientras se diponía a insertar uno de los cables de su periférico en la entrada de registros del vehículo público.

-Profesor Yoet – replicó rápidamente el conductor. –, no se moleste en intentar pagar el viaje. El programa de registros lleva fallando un par de días, al igual que el sistema de seguimiento e imagen; tendré que llevarlo a que lo reparen.

Yoet observó el monitor de transferencia de créditos y las entradas del sistema de registros del vehículo; todo parecía estar en perfecto estado, al igual que la pantalla de la derecha del conductor, en la cual podían reconocerse perfectamente sentados los tres en la parte de atrás. Además, sólo había una cosa en todo el universo que Jhalhajedh mimase mejor que su vehículo: su mujer Vhrieida.

Así que era eso; el vehículo no necesitaba ninguna reparación. Todo funcionaba correctamente; y seguramente la pantalla ni siquiera estaba transmitiendo. Jhalhajedh era un buen amigo; tal vez debería invitarlo junto a su amable mujer a cenar alguna que otra noche, como hacían antes del ingreso de Yoet en la Universidad Central de Toram como instructor educacional.

-Pues muchísimas gracias por todo, Jhalhajedh. – Respondió el profesor mientras tecleaba en su periférico la clave para abrir la compuerta de acceso para vehículos de su residencia.

Boreazan, mientras tanto, ya había deslizado hacia arriba la compuerta del vehículo. Los tres entraron en un amplio y oscuro habitáculo que pertenecía a la residencia del profesor Yoet.

-Pasad, – invitó Yoet. – pasad mientras cierro la compuerta. Aquí solemos guardar nuestros vehículos, aunque ahora lo veais vacío. Eso sólo me hace pensar que mi mujer no ha llegado todavía de su ocupación y que mi hijo Yko ha vuelto a coger mi viejo transporte sin permiso.

Una vez cerrada la compuerta de acceso a vehículos, Boreazan y Odded siguieron al profesor sin decir palabra a través de la austera y ahora tenuemente iluminada sala, hacia una compuerta metálica y deslizante situada en el extremo más alejado.

-Pasad – volvió a repetir Yoet mientras abría la puerta. –… podeis sentaros donde querais, pero sobre todo intentad descansar, yo vendré enseguida. Central: Luces.

La sala se iluminó por completo mientras el profesor se alejaba hacia una de las innumerables puertas que se veían, pronunciando en voz bastante alta los nombres de los integrantes de su familia. Aquel habitáculo era sencillamente impresionante, decorado hasta cubrir todo el espacio disponible, suntuoso y avasallador, solemne y aparatoso. Boreazan nunca habría adivinado que este era el gusto del profesor; más bien se habría inclinado, en caso de verse obligado a imaginarlo, por algo más parecido al habitáculo que acababan de dejar atrás. Pero por supuesto no podía haberlo sabido, porque en casi tres años de gran amistad, aquella era la primera vez que Yoet le enseñaba a su alumno su residencia; y aquel humano el primer día ya estaba allí.

Claro que el contexto era bastante inhabitual.

Boreazan se tumbó cuan largo era en el enorme módulo de descanso del centro de la sala y cerró los ojos, manteniendo en su rostro una grave y preocupada expresión; Odded, sin embargo, prefirió quedarse de pie, aproximadamente en el centro del espacio al que habían accedido. Boreazan abrió de nuevo los ojos y se fijó en él pausadamente, tal vez por vez primera desde el altercado que habría de suponer la futura y horrible muerte del veridai a manos de cualquiera de los Vezsmna; aquel humano parecía hablar solo, moviéndose inquieto un paso adelante y otro atrás. ¿Por qué estaría nervioso?

Odded no dejaba de pensar en las consecuencias de lo sucedido en el local social.

-Cielo.

-Si, Odded.

-¿Podrías decirme cómo está la situación? – Odded no dejaba de preocuparse por no manchar demasiado el señorial y pomposo habitáculo de aquel dagarv; no quería recordar cómo había dejado el taxi.

-Por supuesto, Odded. Hace doce minutos el encargado del local avisó a la Seguridad Terrestre. Cuatro minutos más tarde las Seciones doscientos cuarenta y nueve, doscientos cincuenta y seis y doscientos cincuenta y siete de Seguridad Terrestre llegaron al lugar del suceso. Han sido introducidas en la datored confederada vuestras descripciones aproximadas. He de decir que en lo que a ti se refiere, no han hecho justicia.

-¿Eso ha sido una broma o un cumplido?

-Ninguna de las dos cosas, Odded. Simplemente una imitación muy primaria de tus recursos linguísticos.

-Vale. – Continuó susurrando Odded al tiempo que esgrimía una sonrisa de complicidad. Por un momento Central había conseguido que olvidase el grave y embarazoso lío en el que sin duda, por lo que estaba comprobando, estaban metidos los tres. - ¿Y cómo está la situación ahora mismo?

-Hace cuatro minutos la orden de búsqueda ha sido desplazada a la Seguridad Aérea. Gracias a la artimaña del conductor del vehículo en el que llegásteis y al lugar en el que os encontráis, Seguridad Aérea no conoce todavía vuestra situación.

-Creí entender que la Confederación sabía exactamente dónde se encontraban todos y cada uno de los ciudadanos de su territorio en todo momento. – Odded decidió dejar de dar pequeños pasos de un lado para otro; estaba dejando el suelo como un lodazal ensangrentado. Sería mejor que se cambiase de ropa cuanto antes.

-Los estratos más altos de la sociedad no cargan con ese tipo de vigilancia, Odded, y este parece ser el caso del profesor Yoet Yke. Aún así sólo es cuestión de tiempo que identifiquen su descripción, rastreen la última señal de vuestros periféricos y os encuentren.

-¿Me han identificado a mi?

-Las Secciones ochenta y nueve y noventa y cuatro de Seguridad Aérea y la Sección veintitrés de Seguridad Convencional se dirigen en estos precisos instantes hacia tu habitáculo. Las Secciones ciento doce y ciento setenta y seis de Seguridad Aérea y la Sección dieciseis de Seguridad Convencional del bloque urbanita 14J están entrando en el habitáculo del estudiante Boreazan Veer.

Odded desvió su atención hacia el joven y estirado veridai que descansaba en aquella suerte de sofá, completa y aparentemente tranquilo y por completo ajeno a la situación.

-¿Qué le pasará? – preguntó Odded.

-Será llevado con toda probabilidad a la Sede de Seguridad más cercana, donde será interrogado y posteriormente puesto en libertad.

-¿Seguro? Entonces no es mayor problema…

-Espera un momento, Odded.

-...

-¿Qué sucede, Cielo?

-...

-¿Cielo?

-Odded. Si encuentran a Boreazan y lo trasladan para su interrogatorio abrirán su ficha para anotar el incidente en su registro de vida.

-Bien… No entiendo, Cielo ¿Cual es el problema?

-No tiene, Odded. No tiene registro de vida; casi toda la información sobre Boreazan Veer aparentemente existente en la datored confederada no es más que una ilusión, y lo poco que hay es muy probablemente falso. El hecho de que la Confederación todavía no haya reparado en tal situación es que la falsificación de los datos ha sido introducida directamente en la base de datos de Oeveey sin pasar antes por la Sección de Almacenamiento y registro de Datos que la Confederación posee en Toram, la principal de esta parte de la galaxia. Pero a poco que su expediente salga a relucir por cualquier causa, por carente de importancia o leve que ésta sea, lo descubrirán.

-Vaya. – Odded volvió a fijar su atención en aquel joven veridai con una historia algo más complicada de lo que se podía llegar a suponer en un principio - ¿Puedes hacer algo? No sólo por él, sino por nosotros. No se hasta que punto llegan tus habilidades. Tal vez podrías ponerme en contacto… no se… no se me ocurre nada. ¿Qué harías tú en mi situación?

-Salir del planeta de manera clandestina.

-¿Qué… - Odded no daba crédito. - ¿Es otra broma?

-No, Odded. Pero dejaremos esa opción como último recurso. Veré qué puedo hacer.

Odded ya no estaba tan tranquilo. Miró su periférico: las diez y treinta y seis del día seis de Septiembre del año tres mil ochocientos veinticuatro. ¿Qué diablos estaba haciendo en aquel tiempo y lugar? ¿Quién le había mandado despertar?


No nos digas que realmente no lo sabes, nuestro gran amigo Odded; la historia tiende a repetirse ¿No crees? Sólo falta que aparezca alguien como Beatrice. ¿La reconocerás? ¿Te darás cuenta entonces? ¿Llegarás a verlo claramente cuando ella aparezca?

Pero tranquilo; no te preocupes; no sufras innecesariamente desde un principio; no llores la muerte de alguien que todavía no ha muerto. Pero cuando suceda, cuando tu destino vuelva a alcanzarte, cuando el verdadero amor que alimenta tu existencia alcance la muerte, no te dejaremos caer en el más profundo de los abismos. Estaremos siempre a tu lado. La Parca nunca vencerá en modo alguno a la memoria.


El profesor reapareció por una de las innumerables compuertas de la enorme sala. Traía una bolsa grande y liviana que ofreció a Odded en cuanto llegó a su altura.

-Toma; pruébate esta ropa. Es de mi hijo Yko, y creo que te servirán. Puedes limpiarte y cambiarte en la sala tras esa compuerta. – Y añadió dirigiéndose a Boreazan. – Tu y yo esperaremos a que nuestro amigo Odded termine, preparando algunas bebidas que nos calmen un poco y nos ayuden a pensar qué hacer a partir de ahora; todos tenemos mucho de lo que hablar.

Poco después las bebidas ya estaban preparadas y un Odded limpio y reluciente los acompañó a otra sala, más pequeña y acogedora; empezaba a quedar claro que la decoración anterior había sido obra de otra persona; tal vez de la mujer del profesor, porque el, en cierto modo, reducido espacio en el que se encontraban (se trataba de un habitáculo de aproximadamente diez por diez metros por tres de alto) sólo tenía por elementos decorativos dos extraños pedruscos del tamaño de un puño, uno rojo y otro azul, situados sobre la superficie de una vieja mesa metálica de despacho. A mayores había tres sillas metálicas aparentemente bastante incómodas y tras la mesa, un amplio ventanal que presidía imponente la habitación.

-Por favor, no os quedéis de pie. – Dijo el profesor mientras activaba un panel oculto en la pared; al parecer toda la superficie lateral del habitáculo era como una especie de archivador: al presionar en ciertos lugares, una especie de profundo compartimento salía hacia fuera lentamente.

De uno de esos cajones extrajo el profesor una extraña y negra figura de forma piramidal con base triangular y una altura aproximada de cinco centímetros que dejó sobre la mesa.

-¿Una anulador corporativista? – Dijo sorprendido Boreazan inclinándose hacia delante en la silla.

-No, en absoluto. – Respondió con presteza Yoet. ¿Y cómo sabes tú lo que es?, pensó.

Ambos se miraron extrañados, y cualquiera que presenciase la situación desde el exterior (como Odded en este caso, por ejemplo) creería apreciar desconfianza y resquemor entre aquellos dos individuos; pero lo que en verdad expresaban sus miradas era extraordinaria curiosidad; como si se acabasen de conocer apenas tres días atrás, y no tres años; como si no fuesen profesor y alumno, sino unos completos desconocidos.

-Bueno, Boreazan; primero tus amigos del local y ahora esto… – El profesor, con expresión de duda, había roto el hielo. – Pero entiendo con absoluta certeza que ciertas historias sólo deben ser relatadas cuando el narrador se sienta preparado; así pues, lo dejo en tus manos.

Acto seguido oprimió un inapreciable botón en el pico de la pirámide y ésta comenzó a emitir un leve zumbido en absoluto molesto.

-Ahora es cuando deberías haberte sorprendido, mi al parecer no tan aventajado alumno - continuó Yoet. –, porque a pesar de que la Confederación no mantiene mi residencia en vigilancia como le sucede a las clases media y baja, tu estupefacto cuando estúpido comentario ha sido registrado por el Sistema Central de mi austera vivienda; sólo espero que nadie comienze a rebuscar en los archivos de sonido. – El profesor se dirigió entonces a Odded. – Podemos hablar con total libertad. ¿Quién quiere empezar?

El veridai se mostraba algo impaciente. De repente se incorporó de su asiento y comenzó a pasear intranquilo por el habitáculo mientras Odded intentaba volver a cerrar uno de aquellos cajones que había abierto sin querer al apoyarse contra la pared.

-¡Empezaré yo mismo, si no os importa! – Comenzó a decir un nervioso Boreazan. - ¿De dónde has salido? – Su pregunta iba dirigida al humano, quien se volvió hacia el joven, con actitud cansada. – Hablas de manera extraña y con algunas expresiones que sólo se encuentran en los documentos más antiguos; llegas al local y te metes en una situación que no te incumbe en absoluto ¡Y a mayores presenciamos tu muerte y tu resurrección! ¡Y por cierto que nadie que tenga barba se la recorta de tal manera!

-¡Boreazan! – Advirtió el profesor. - ¡Muestra más respeto a quien nos salvó de una muerte segura!

-¡Esa es la cuestión, profesor! Usted nunca estuvo en verdadero peligro, y aunque mi muerte era inevitable, sería una muerte rápida e indolora. Ahora que Szawmazs y sus hombres están muertos, el tiempo de vida que este humano me ha regalado lo pasaré imaginando cómo y de que cruel manera obtendré la muerte de manos de algún otro de los familiares de Szawmazs.

Boreazan apuró el zumo de su copa con gesto irascible.

-¿No tiene algo más fuerte?

El profesor se levantó pausadamente, con una profunda expresión de tristeza en su viejo rostro, y se acercó a otra de las planchas de la pared para presionarla y extraer del interior del cajón un curioso recipiente que dejó encima de la mesa; de paso se acercó al lugar en el que estaba Odded y cerró también la que accidentalmente el humano había abierto al apoyarse en la pared, de nuevo con gesto cansado.

-Escúchame bien Boreazan – comenzó a decir Odded mientras dejaba paso al profesor –, pues tienes otros problemas bastante más inmediatos de los que preocuparte antes de que te encuentren los familiares de tu amigo. - Esta vez fue Odded quien se sentó cerca de la mesa. – Por lo que tengo entendido varias unidades de seguridad… o secciones, que es como creo que se llaman… se encuentran dentro de tu habitácuo residencial en tu busca - la expresión del estirado veridai cambió de ira a asombro. –, y también algunas secciones se dirigen a mi piso… residencia, para interrogarme sobre lo sucedido en el local; imagino que a estas alturas ya estarán entrando…

El profesor tiró por descuido y con gesto nervioso la copa que tenía enfrente.

-Pero… ¿Por qué no están ya aquí?... en mi casa…

-Todavía no le han identificado, profesor; pero es cuestión de tiempo.

-¡Vale, basta! ¿Cómo sabes tú todo eso?

-Llevo conmigo mi… ¿Módulo Central? Es una placa pequeña y dorada…

-La plataforma principal del sistema central asignado a tu habitáculo, sea cual sea. – Ayudó impaciente Boreazan.

-Si, exacto. En esta mochila. Estos cables conectados a ella…

-¿Vas a darnos lecciones sobre lo que claramente conocemos mejor que tú?

-Boreazan, por favor; simplemente escucha lo que Odded tiene que decirnos. Intenta relajarte.

-Como decía, esta Central me ha avisado de la situación…

-¡Imposible! – Boreazan no podía soportarlo más. - ¡Ninguna plataforma central de habitáculo puede acceder a tal información! ¡Simplemente son conectores a la datored confederada con unas prioridades de enlace y comunicación muy definidas y primarias! – Dijo buscando la aprobación del profesor.

Aquello era muy interesante. Si Central era algo más que un simple sistema Central de habitáculo, posiblemente no habría sido cedida por la Confederación… ¿Habría sido entonces cosa de los protectores? Desconocía cuales habrían sido las evoluciones de esa secreta sociedad con el paso de los años. Tal vez había metido la pata comentando lo de central, pero ya no había vuelta de hoja.

-Mira… sólo intenta imaginar que lo que digo es cierto; – respondió Odded. – como antes afirmaste, apenas conozco lo más basico de esta sociedad.

-Perdona mi indiscreción, pero… - El profesor terminaba de limpiar el derramado zumo sobre la mesa. - ¿Podemos saber de dónde eres?

-Vaya… creo que es información pública. Puede buscarlo en la red de datos y leersela a su alumno si quiere. A lo mejor así sabría algo de aquel al que tanto parece odiar.

Boreazan no dejó que el profesor buscase aquella información; conectó, con el permiso de Yoet, su periférico a una (ahora la veía Odded) pequeña pantalla camuflada sobre la superficie de la mesa. Ambos, profesor y alumno, leyeron con calma la ficha del humano.

-Así que somos colegas. – Dijo el profesor observando todavía el monitor. – Es más: - Levantó la vista en dirección a Odded - creo que Boreazan se había matriculado en una de tus clases para este período educacional.

El veridai se había sentado de nuevo en la silla vacía, con la copa llena de un líquido pardo-rojizo que al parecer había aceptado como suficientemente fuerte; estaba ausente, y pronto Yoet y Odded comprendieron que saldría de aquel estado sólo cuando él mismo quisiese; no podrían convencerle.

-Ya ha visto mis datos.

-Sé lo que he visto. – Respondió el anciano dagarv. – Pero nada de lo que aquí está plasmado explica en modo alguno lo que hemos presenciado en el local.

Así que era eso, pensó Odded. Si hubiese sido un poco más cuidadoso, no estaría viviendo de nuevo la siempre penosa situación de tener que explicar su condición.

Sin embargo un pequeño piloto azulado se iluminó de repente en una de las esquinas de la mesa. El profesor conectó uno de los cables de su periférico a otra entrada del tablero metálico (¿Cuántos secretos más tendría aquel mueble?) y observó durante un par de segundos la pantalla.

-Tendréis que disculparme un momento. – Comenzó a decir. – Mi hijo Yter ha salido del compensador neuronal y mi mujer ha llegado. Volveré a estar con vosotros en dos minutos. – Dicho lo cual se incorporó y salió de la estancia.

Odded se levantó de nuevo y se acercó al amplio ventanal; en el exterior continuaba lloviendo, tal vez con más fuerza que antes, lo que por otra parte no desmerecía en absoluto el terrible por increíble paisaje que su mente tardaría todavía unos días (¿Semanas?) en asimilar. El tráfico seguía siendo muy intenso (¿Se reduciría en algún momento?), pero a pesar de que las vías de tránsito no parecían estar alejadas más que unos pocos metros, dentro del habitáculo el sonido de exterior era completamente nulo. Decidió entonces concederle un momento a sus nuevas ropas, algo llamativas para su gusto aunque cómodas, lo que le recordó la imperiosa necesidad de hacerse con ciertos productos, ya fuese ropa, comida… o armas.

-Boreazan. – Empezó a decir Odded sin apartar la mirada del tráfico existente más allá del ventanal. – Mi Central… mi amiga se está encargando de nuestra situación con respecto a la Confederación; o al menos… hará lo que buenamente pueda. Además me ha dicho que tu situación se verá muy comprometida en cuanto comprueben los datos de tu ficha. – Intentó fijarse en la reacción del veridai pero no advirtió cambio alguno en su expresión. - Me habló de algo relacionado con tu registro de vida y la mayoría de los datos que muestra.

Boreazan miró entonces furioso al humano.

-No tienes ningún derecho… - Comenzó a decir. - ¡No tienes ningún derecho a ayudarnos! – Gritó.

-Cálmate, por favor. En el fondo sólo intento exlicarte que en ocasiones…

-¡Cállate! – Boreazan se había levantado de la silla y caminaba nervioso por la sala. - ¡Llevo tres años de profunda amistad con el profesor y es la primera vez que entro en su residencia! ¿Y tú? ¡Acabas de llegar!; por mucho que nos defiendas y por mucho que leamos tu ficha no te conocemos absolutamente de nada. ¡No tienes derecho a estar aquí!

Así que se trataba de eso: sencilla y puramente sentimientos; envidia, en este caso. Una emoción que podía luchar y vencer al hecho de haber presenciado una muerte y una resurrección; como si fuese lo más habitual.

Sin embargo, por muy injustificada que estuviese la envidia en aquella situación y por muy equivocado que estuviese el joven veridai, Odded no podía permitirse echar más leña al fuego. Lo único que podía intentar era hacer ver a Boreazan que Odded sólo estaba allí por una razón; una razón bastante más importante y poderosa que la relación del alumno con el profesor, o los posibles problemas del veridai con la Confederación en caso de que saliesen a la luz; una razón que escapaba incluso a su propio entendimiento ¿Dónde estaba Central? Bueno… en la mochila, claro; pero ¿Dónde estaba realmente cuando tanto la necesitaba?

-Creo que podrás entenderlo si lo intentas al menos un poquito, aunque tengas que abrir tu mente para asimilarlo. – Comenzó a decir Odded algo irritado mientras se acercaba lentamente hacia el veridai. – La mayoría de las ocasiones no se por qué hago lo que hago, aunque sepa imperiosamente que tengo que hacerlo. Ya me ha pasado más veces, aunque no creerías en qué tipo de situaciones ni en qué tipo de lugares; esas historias las dejaré para más adelante. Pero al final de todos y cada uno de estos acontecimientos acaba pasando lo mismo: una situación pequeña y aparentemente poco importante termina por convertirse en un asunto global que suele implicar a toda la sociedad existente.

-Tonterías.

-También eso; suele ser una respuesta habitual al principio. Mira: cada historia puede ser muy similar a la anterior, y en ocasiones muy distinta en apariencia, pero siempre, en todas las ocasiones, el fin último es el mismo.

Aquel joven todavía no daba muestras de entender (ni siquiera aceptar de momento) nada de lo que Odded estaba diciendo. El humano volvió a alejarse hacia el ventanal con paso tranquilo.

-Esta vez imaginé que tendría más tiempo para acostumbrarme a este lugar, y aunque todo es muy distinto, la esencia humana… quiero decir, la esencia de todas las razas… creo que no ha cambiado en absoluto. Sólo quiero saber una cosa, y si pudieras ayudarme…

El veridai miró al humano; lo de pedirle ayuda podría funcionar, pensó Odded; hacerle sentir que era necesario, sobre todo cuando Boreazan creía imaginar que su maestro comenzaba tal vez a apartarlo de su lado. Pero es que en este caso no se trataría solamente de una triquiñuela; era verdad que necesitaba su ayuda.

-¿Cómo podría?... Vale. Imagina que todo lo que te he dicho es cierto: Solo quiero saber… ¿Qué crees que puede ser tan importante como para que me haya visto obligado a actuar y salvaguardar tu vida en el local? ¿Qué es tan necesario de tu existencia como para que el destino aparte la muerte de tu paso? Creo que tú eres la pieza clave…

La compuerta de acceso del habitáculo se abrió y en el umbral apareció el profesor Yoet, acompañado de una hembra… extraña (de eso no quedaba duda, para el humano) y un joven… también raro, a ojos de Odded, quien no pudo evitar lucir una expresión mezcla de sorpresa y admiración.

¿Cuatro brazos?

-Mi familia insiste en que os quedéis con nosotros a pasar la noche.

Las palabras del profesor denotaban la derrota en algún tipo de discusión anterior. Yoet se dedicó a hacer las presentaciones, y su mujer, Kládera, se mostró eufórica por tener al fín allí al más aventajado alumno de su hombre; aquel del que tanto hablaba Yoet noche tras noche cuando llegaba a casa; aquel sobre el que tantas alabanzas había oído recitar. No aceptarían un no por respuesta de aquel veridai; se quedaría, al menos a comer algo.

Una muy ligera sonrisa (pero sonrisa, al fin y al cabo, apreció Odded) apareció en el rostro del veridai, quien al poco conectaba bastante bien con Yter, hijo menor del profesor y de aproximadamente la misma edad que Boreazan (sólo aparentemente a ojos del humano, ¿Pero qué podía saber él?).

Yoet se volvió hacia Odded, a quien se estaba presentando Kládera.

-Tú también te quedas. – Advirtió en tono de falsa amenaza. – En absoluto hemos terminado nuestra charla.

-Estoy de acuerdo en lo de la charla profesor, pero ahora debo irme. – Y añadió en un tono de voz bastante bajo. - Debe convencer a su alumno; dígale que se quede a dormir aquí. Yo les avisaré en cuanto sepa algo más de su situación.

La preocupación volvió al ánimo del profesor.

-De acuerdo, de acuerdo… por favor, no deje de hacerlo, a cualquier hora. De todas formas quedemos mañana, aquí mismo, en mi residencia, los tres.

Poco después Odded se encontraba en un vehículo que el mismo profesor había encargado, pero sin un destino ni rumbo fijos. Un paseo por la ciudad, le había dicho Odded al conductor, haga tiempo, vaya despacio. Todavía no podía volver a su piso, no al menos sin saber dónde diablos se había metido Cielo… Central… o como diablos se llamase.

Tendría que empezar a pensar en un nombre apropiado.

Mientras observaba la ciudad de Oeveey desde las alturas, pensaba que una de las cosas a las que todavía no terminaba de acostumbrarse era llevar a alguien, en cierto modo, en la mochila de su espalda. Y menos aún podía aceptar que ese alguien estuviese realmente en algún otro lugar, buscando quién sabe qué cosas y de qué modo, cuando era tan importante su presencia cerca de él.

Porque necesitaba de sus consejos.

Porque ella era el único punto de apoyo con la realidad del tiempo y el lugar en el que se encontraba confinado.


Porque sin ella él mismo no tenía ninguna oportunidad.

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