martes, 24 de marzo de 2009

Capítulo 44

-Lupus in fabula-

(El lobo del cuento)


En aquel desolador y apartado planeta no había ni el más mínimo lugar para la esperanza.

Isaías observaba impávido la interminable extensión de tierra que se mostraba ante sus ojos y allí, de pie, apoyándose en la abrupta pared de roca para intentar sobrellevar más fácilmente el enorme peso que soportaban sus doloridos huesos, comprobaba con asombrosa serenidad cómo la superficie que había reconocido horas antes (aquella misma en la que había conformado un por seguro inútil perímetro de seguridad) y toda la que amenazadoramente se extendía ante el, mostraba exactamente lo mismo que el planeta les había revelado nada más tomar tierra la primera vez: Tierra y arena, pequeñas rocas y todavía más pequeños arbustos (aunque al menos aquello era algo ¿No? Era vida, al fin y al cabo…) y enormes… colosales… ciclópeas formaciones rocosas separadas sin duda entre si por varios cientos de kilómetros.

Precisamente como aquella en la que se encontraban refugiados.

El calor, cuya fuerza comenzaba por entonces a remitir muy gradualmente a causa de la lánguida puesta de sol, se hacía por momentos razonablemente soportable. Aquellos instantes en los que el brutal entusiasmo de la gran estrella remitía amablemente eran aprovechados precisamente por el soldado para (con la autoimpuesta justificación de vigilar la zona circundante a su improvisado refugio) deliberar pacientemente consigo mismo y estirar las piernas; pues incluso a pesar del enorme esfuerzo que suponía moverse siquiera ligeramente (por no comprobar el terrible e intenso cansancio que provocaba desplazarse la distancia que había recorrido la última vez) Isaías buscaba con desmesurada codicia tales esfuerzos; le hacían sentir, de alguna manera, que no estaba todo decidido; que aún había vida y esperanza (sobre todo dulce aunque a cada momento más angustiosa y quebrantada esperanza) dentro de aquella carcasa corpórea que al final, por supuesto más temprano que tarde, terminaría siendo pasto de… de las alimañas, tal vez.

-…si las hubiese. – Concluyó consternado y profundamente sumido en sus pensamientos.

Definitivamente sería pasto del calor y del viento; de la arena y la piedra; del sol y del tiempo. Pero también del desconcierto y de la siempre espinosa y cruel duda, pues todavía no estaba en absoluto seguro (ni sabía si llegaría a estarlo) de lo que había encontrado, de lo que había visto…

Al momento apartó rápida e impulsivamente aquella desalentadora visión de su cabeza para de nuevo evaluar las circunstancias en las que se comprobaban exasperadamente inmersos; no volvería a pensar en aquel extraño… en aquella inusual…

No volvería a pensar en ello hasta que el Capitán recuperase el conocimiento.

Lentamente desvió su mirada hacia el Capitán y comprobó aliviado que seguía profundamente dormido y algo más tranquilo; de momento el informe de su hallazgo tendría que esperar. Pocas horas antes, entre los confusos, preocupantes y absurdos delirios de su superior, se había visto obligado a inmovilizarlo con fuerza para poder suministrarle una cápsula de Pro4tec, un medicamento al parecer destinado a regular las afecciones derivadas de las insuficiencias cardíacas. Sin embargo, y a pesar de que los problemas de corazón del Capitán se comprobaban evidentemente relevantes en aquella situación, había en efecto algo más: Respiraba con enorme dificultad, sufría una fuerte tos, tenía fiebre muy alta y sobre todo deliraba: de sus labios no salían más que absurdas elucubraciones dignas de una ilimitada imaginación desbordada y asustada.

Precisamente todo lo que el Capitán había terminado por contar en sueños , formaba parte de un peculiar y extraño caos al que Isaías por el momento no encontraba sentido ni estaba seguro de querer hacerlo. ¿Qué había dicho el Capitán entre entelequias y ficciones sobre combustibles y energía? Sobre el principio del fin; sobre la muerte de la Corporación; sobre los depósitos de recursos; sobre la… (¿Cómo la había llamado?) la “Gran Mentira”; y más sobre afrontar el futuro con… ¿Con qué? ¿Y por qué? ¿Qué había querido decir con todo aquello?

No eran más que ideas incoherentes, dogmas desatinados o retazos de pesadillas, seguramente, que no le dejaban descansar en paz; y tal estado no hacía más que empeorar la situación.

Debido a la escasa cantidad de oxígeno presente en la atmósfera del planeta, el Capitán consumía las reservas individuales a una velocidad que no se podían permitir. Casi con toda seguridad los síntomas indicaban la irrupción de un virus menor (para lo cual ya había puesto remedio con otro fármaco), y a pesar de que el medicamento parecía haber surtido efecto, no se podría conocer el verdadero alcance de la situación hasta que recuperase el conocimiento.

Por el momento no podía hacer nada más, pero aquello suponía una nueva complicación de la que habría que estar pendiente.

-Por si fuese poco. – Susurró. Al poco volvió a centrar su cansada mirada en el abrumador horizonte.

¿Concluiría su existencia definitivamente de aquella manera? ¿No…No había alternativa alguna? ¿Se perdería de tal manera y para siempre lo que había vivido? ¿Todo lo que había llegado a aprender y a experimentar?

Nunca habría podido predecir (ni tan siquiera imaginar en la más absurda de sus quimeras) que su presencia en el universo concluiría de aquella manera; de un modo tan falto de… de proeza alguna y tan… tan…

-Tan ordinario…

Aquella era la palabra correcta: Ordinario. Siempre había pensado que… que toda su vida formaba parte de un plan perfectamente preconcebido; como las vidas de todos los demás. Que desde cualquier lugar sus actos influían de algún modo en algún otro lejano planeta; que las decisiones tomadas en cualquiera de los lugares en los que había estado habrían dejado una huella formidablemente indeleble en mucho más de lo que él mismo pudiese siquiera imaginar.

¿Cuál había sido la situación más manifiesta? ¿Cuándo había decidido que sus actos influirían más allá de lo que el mismo podría directamente influir?

Había sucedido en Graim, en las brutalmente sofocadas revueltas impelidas por la familia Vezsmna. De aquello hacía ya nueve largos años y se habían sucedido en su vida muchas otras cosas, pero no lo olvidaría nunca: Había dejado escapar a aquel chaval y a su amigo veridai en plena zona de combate, sin más razón o justificación que la de variar de manera consciente y sensiblemente la vida de aquellos pobres desgraciados y por ende, el curso de las vidas de aquellos con los que a partir de entonces se habrían de cruzar. Si hubiese seguido el protocolo de actuación confederado los habrían trasladado a la base, y de allí al planeta Zarión posiblemente para su interrogatorio… sin importar el contexto, la naturaleza de su presencia en los alrededores del campo de batalla ni su identificación, posiblemente actualizada y en regla (¿Por qué no? ¿Tan descabellado sería pensar que aquellos dos jóvenes no tenían ninguna relación con las revueltas?)

Es decir; aquello era lo que debería haber sucedido.

Variando reflexivamente y de manera forzada aquella senda, dejándolos escapar, había transformado también la dirección de todas las demás incluyendo por supuesto la suya propia: Sucederían cosas que no deberían haber sucedido… (por decirlo de algún modo)… y se darían situaciones que no deberían haber existido; y todo ello sería provocado por atreverse a cambiar el correcto discurrir de los acontecimientos.

En muchas ocasiones regresaban a su mente aquellos dos desgraciados. ¿Habrían realmente cambiado las cosas al tomar aquella decisión? El veridai parecía demasiado inteligente como para estar mezclado en la reyerta; demasiado inocente y perdido, además. Nunca podría llegar a olvidar su aterrorizada mirada; sus ojos pidiendo ayuda y su cuerpo temblando de puro miedo… como tampoco podría relegar el recuerdo de su joven amigo gimoteando y tiritando; sin duda sólo se trataba de dos pobres desventurados que se habían visto de repente envueltos en un ambiente demasiado cruel e ilógico para ellos como para poder ser admitido como real; no parecía en absoluto su lugar… pero en realidad… ¿Cómo podría saberlo? Había actuado sin lógica alguna, esperanzado (ahora lo veía) de manera tan inocente e ilusoria que casi le daba vergüenza recordarlo; siquiera llegar a creer en la existencia de un esquema que relacionase los actos de todos los seres vivos existentes a lo largo de todo el universo conocido.

Tonterías; no había ningún plan. No había nada preconcebido; todo lo que había creido conseguir en toda su vida no era más que polvo y cenizas.

Una decepcionada cuando inevitable sonrisa asomó en el rostro de Isaías.

Simplemente, concluía, le habría gustado imaginar… más bien creer (absurda pretensión) que absolutamente todas las piezas de su vida, al fin y al cabo, acabarían encajando de manera tan perfecta en el tiempo y en el espacio que terminarían por revelar que sus actos habían llegado a influir en apartados lugares, en desconocidos ciudadanos y en importantes decisiones y cambios; había llegado a pensar además que su muerte valdría realmente para algo.

Es decir, para algo más que para figurar en los registros confederados.

Isaías relajó su mente e hizo memoria y sinopsis de su trabajo para la Confederación: Soldado Isaías Rester; categoría de Rango tres en la escala militar, con tres mil novecientos noventa y un días de servicio en el Ejército Convencional y trescientos noventa días en el Especial. Treinta y ocho muertes confirmadas en combate e intervención activa en ocho misiones de reconocimiento de carácter violento.

En realidad nueve misiones, contando la desplegada en la fragata. Y bastantes más muertes y muchas más cicatrices. Pero… ¿A quién le importaba? ¿Sólo a el? Es decir: incluso… ¿Le importaba a él mismo?

Isaías volvió a comerse con la mirada el horizonte que se abría ante él mientras deseaba fervorosamente seguir ocupando su cabeza con cualquier cosa que no se pudiese relacionar en modo alguno con el extraño hallazgo que había realizado horas antes.

Por ejemplo… la comida.

En principio la cantidad de provisiones que todavía mantenían en reserva podría ser racionada de manera que durase tres… tal vez cuatro días…

-¿Y qué? – Preguntó de repente a voz en cuello al tiempo que una ligera sonrisa de dejadez asomaba de nuevo, otra vez, en su serio rostro – Para entonces ya estaremos muertos… - Concluyó con la respiración entrecortada por el esfuerzo.

Además, lo que apenas había era oxígeno, y ante tal perspectiva Isaías no pudo evitar soltar una sonora, desesperada y única carcajada.

Fuera de la nave costaba respirar más de lo que inicialmente habían supuesto según las lecturas (como pudieron comprobar al poco de aterrizar) aunque se mantuviesen tumbados a la sombra y realizando el mínimo esfuerzo físico imaginable: mantener la calma, respirar pausada y profundamente y no moverse en absoluto. En aquellas condiciones, bajo el peso que les proporcionaba la enorme gravedad existente en aquel mundo, incluso levantar un brazo o cambiar de posición en el suelo implicaba gastar unas energías que no podían permitirse derrochar. Cada poco tiempo se veían obligados a utilizar los receptáculos individuales de oxígeno para así compensar la dificultad con la que eran capaces de respirar, pero aproximadamente en unas cinco horas (racionando las cápsulas como las racionaban, volvía a calcular Isaías, y quedando solamente una para el Capitán y tres para él mismo que seguramente tendría que compartir) se verían obligados a hacer uso de la reserva de oxígeno disponible en el caza; a partir del preciso instante en que se encerrasen en la pequeña nave, tendrían apenas treinta horas de aire perfectamente respirable…

Isaías no podía evitar el oscilante discurrir de sus pensamientos:

Tenía que volver a verlo.

No lograba sacárselo de la cabeza ni podía esperar más; era así de sencillo. Había sido un hallazgo tan… peculiar que todavía en aquellos momentos y tras pensar mucho en ello no sabría decir qué conclusión había extraido del descubrimiento.

El Capitán continuaba dormido, entre balbuceos y temblores, tumbado sobre el arenoso suelo de aquella grieta (al menos la fortuna les había brindado una buena protección contra el implacable viento), y con un poco más de suerte (confiando en no pedir demasiado) Isaías podría estar de vuelta antes de que despertase y con el tiempo suficiente para entregarle un informe del descubrimiento mucho más elaborado.

Fue en aquel preciso momento cuando los pensamienos del soldado forzaron su inmediata y necesaria puesta en movimiento con un único y sencillo objetivo: Tenía que volver a verlo.

Con un rápido vistazo confirmó la reserva de energía de la V-Brückle por mucho que realmente considerase que no la necesitaría: el piloto de la batería lateral informaba de poco más de la mitad de la capacidad energética disponible y eso sin duda sería más que suficiente. Mientras sopesaba volver a enganchar las placas protectoras a sus vestimentas (pensamiento que pronto rechazó por poco práctico), deshechó también por completo la idea de llevar consigo el rifle (estaría entre espacios demasiado reducidos como para que fuese un arma eficiente en caso de verse obligado a usarla) y se puso lenta, silenciosa y pesadamente en camino.

Tardaría aproximadamente una media hora en llegar al interior de la otra grieta, la pequeña, y observar detenidamente y con paciencia el… ¿El artefacto?... La estructura… o pedestal. Si; posiblemente aquel concepto definiese (ligeramente) la apariencia del objeto: un pedestal metálico muy estrecho, con entrantes curvos y salientes afilados todo a lo largo, y de aproximadamente un metro de alto clavado en el suelo de roca, con una profunda oquedad del tamaño de un puño humano en su parte superior. No había decoración alguna ni señal que pudiese relacionar su forma con algún tipo de funcionalidad concreta, pero era lógico pensar que estaba allí, y no en otro lugar, por alguna razón.

Ni siquiera sabía bien cómo definirlo, pensaba; pero tenía que volver a verlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario