lunes, 4 de mayo de 2009

Capítulo 46

-Velis nolis-
(Quieras o no quieras)



Aquel podía considerarse un día a destacar (incluso seguramente sería recordado y celebrado por el personal administrativo en años venideros) a causa de la masiva afluencia de visitantes: Se habían inscrito c-u-a-t-r-o ciudadanos en el transcurso completo de toda la mañana (más que en las últimas dos semanas juntas), y por alguna extraña y del todo incomprensible razón no sólo no eran clausuradas las dependencias del complejo si no que el servicio seguía manteniéndose activo a lo largo de los años y recibiendo cada vez más y más fondos.
Únicamente cuatro.
Sinceramente todavía no podía creerselo, aunque en realidad sucedía algo similar con varios de los servicios que la Confederación mantenía a disposición de la ciudadanía, como por ejemplo… las salas de representación holográfica: estaban destinadas (tenían que haber sucumbido ya, en todo caso) a una inevitable desaparición. ¿Podía denominarse tal despliegue de medios “un eficiente y útil aprovechamiento de recursos a disposición del usuario”? Pues no; por supuesto que no.
En todo caso la culpa última era del elector, quien prefería no franquear los aburridos y cansados (y por desgracia tan extendidos y habituales) controles de seguridad distribuidos por doquier, para realizar sus búsquedas directamente en la Sede de Consulta de Datos; era pues lógico pensar que habitualmente se realizasen las búsquedas desde cualquier otro lugar, y en absoluto se les podía reprochar. Ella habría hecho lo mismo si no desarrollase su trabajo precisamente allí.
Sin embargo, realizar las consultas desde allí, identificándose como ciudadano confederado e identificando también el origen del estudio a realizar, permitía franquear un mayor nivel de seguridad y contenidos, por lo que las investigaciones conseguian más datos y más completos para una mejor comparativa o estudio, dependiendo del caso.
La Sede de Consulta estaba en la Zona política de Oeveey (más concretamente en la base de la Sede Educacional), por lo que a mayores, las posibles visitas que se pudiesen realizar por simple curiosidad o deseos de conocimiento sobre los entresijos del sistema de almacenamiento de datos, eran todavía más rechazadas por la sociedad en general por el engorro añadido que suponía un desplazamiento hasta el lugar. Por lo demás, cada año bajaba el número de inscripciones en el sistema de educación, por lo que tal vez en el curso siguiente la media de asistentes al la Sede de Consulta llegase a medio visitante al día, por decirlo de algún modo.
Por si aquello fuese poco, no todo el mundo podía acceder al servicio de consulta (los permisos tenían que ser estudiados y concedidos, por supuesto, con el consiguiente tiempo de espera), y con tanta traba sólo pasaban por allí (incluso demasiado de vez en cuando) algunos investigadores sumergidos en proyectos de mayor o menor calado, estudiantes a los que se les había encargado determinados trabajos de recopilación completa (pobres desdichados) y muy ocasionalmente, a razón de uno o dos a lo largo de todo el año, algún ciudadano que pedía una entrada de búsqueda libre mediante la presentación de un permiso especial.
Por eso recordaba incluso el nombre del ciudadano que aquella misma mañana había entrado en las instalaciones con uno de aquellos permisos, concedido ni más ni menos que por el máximo responsable de la Sede Educacional de Oeveey; aquel inquieto veridai se había presentado nervioso e impaciente con uno de aquellos permisos tan inhabituales y difíciles de conseguir.
Pero aquella peculiar situación no era más que una (agradable, eso por seguro) excepción a la insípida regla; un cabo suelto que provocaba únicamente cierto interés; una guinda para un pastel hecho indiscutiblemente de aburrimiento.
Y por si aquel insoportable ostracismo fuese poco, tardaba casi una hora en llegar al trabajo. Todas las jornadas.
-Me aburro… – Dijo resoplando mientras abría y cerraba archivos al azar desde el solitario puesto de registro de entradas. Absolutamente indiferentes a los continuos susurros de hastío, pequeños droides de limpieza vagaban perezosos por la amplia sala principal realizando lentamente su trabajo.
-Siempre hay algo que hacer aquí, Natasha. Sólo hay que buscarlo.
La voz metálica surgida del droide antropomorfo que se mantenía de pie a su lado no hizo más que provocarla; sin duda, tal como había transcurrido la mañana hasta el momento, sería la última vez que llevase la placa de su Sistema Central de habitáculo al trabajo; y más introducida en el cuerpo mecánico que le había conseguido no hacía mucho.
-Deberías bajar el volumen… - Aconsejó. - Pero dime Ita, ¿Cuándo decidí adquirir esta carcasa para ti? – Preguntó tintando sus palabras con un ligero tono de desdén.
-Hace tres meses…
-Ya; vale. No hace falta que contestes. – Interrumpió irritada. – No debería habértela comprado.
Como no debería haber hecho muchas cosas a lo largo de toda su vida, de entre las cuales desearía cambiar la mayoría y se arrepentía prácticamente de todas las demás.
Natasha había sido una eotdllene muy atractiva (para los de su misma especie, por descontado) y con un muy prometedor futuro que poco a poco discurría decantándose por la filosofía, a través siempre de la asombrosa y absorvente especialidad en epistemología. Su paso por el período educacional superior, hacía ya sesenta y tres años, había estado perlado de triunfos: obtenía los máximos reconocimientos, las mejores puntuaciones y los más agradables y meritorios halagos de parte de las mejores mentes de Oeveey.
¿Cómo había acabado entonces como personal de registro de entradas de la Sede de Consultas? Todos los días (absolutamente todos, sin excepción alguna) se hacía exactamente la misma pregunta, y también todos los días se lamentaba tras encontrar la respuesta adecuada.
-Natasha ¿Te encuentras bien?
Las amables cuando monótonamente entonadas palabras de Ita lograron por lo menos sacarla del aislamiento en el que se estaba sumergiendo lentamente, al igual (también) que todos los días aproximadamente a la misma hora. Del mismo modo, como siempre, secó las primeras lágrimas que se le escapaban y empezaban a resbalar por sus huesudas y cada vez más negruzcas mejillas.
-Si… - Respondió. – Estoy perfectamente; gracias por el interés, Ita.
Decidió hacer algo; cualquier cosa con tal de sentirse mínimamente útil y apartar de su mente la soledad y la pena que de continuo terminaban por atenazarla. Al poco había resuelto disponerse a recomprobar las actividades de aquellos cuatro ciudadanos; los mismos que precisamente un día como aquel hacían uso de los amplísimos recursos de la Sede de Consultas… aunque en realidad fuese un acto completamente inútil: el programa central de la Sede se encargaba de hacerlo a cada instante; como sucedía con casi todo lo demás; ¿Para qué entonces iba a hacer nada?
Y también como siempre acabó por no hacer nada.
-¿Te disponías a ocupar tu tiempo en algo de interés?
-Claro; por supuesto… - Dudó. - Pero ya no importa.
Su mirada regresó a la pequeña pantalla principal y sus ojos comenzaron a buscar ávidamente algo que hacer. Podría reorganizar los archivos personales de su residencia, o prepararlo todo para encargarse personalmente de preparar la comida…
No; nada de eso. Se quedaría sentada, como todos los días antes que aquel (y los que faltaban por venir), esperando que alguien o algo requiriese su atención y/o ayuda con el trámite de permisos o la búsqueda de datos. Aquellas eran prácticamente sus únicas funciónes.
-Ita… - Dijo de repente entre susurros interrumpiendo sus pensamientos. Hasta sus oídos había llegado un tenue eco; un sonido difícil de precisar; un golpetear rítmico y uniforme y muy muy apagado que llamó intensa y poderosamente su atención por encima de todo lo demás. - ¿Oyes algo?
-Yo…
-¡No respondas! – Interrumpió irritada. – Escucha…
Generalmente (en realidad siempre y en todo momento, si tenía que ser sincera) era el silencio el que dominaba aquel anodino y amplio espacio de trabajo (los investigadores que se acercaban para ampliar sus estudios se encerraban en pequeñas cabinas de trabajo situadas en los niveles inferiores del complejo desde las cuales era imposible escuchar nada, y los droides de limpieza y servicio estaban configurados de tal forma que emitían la menor cantidad de sonido dentro de lo tecnológicamente posible), pero aquella leve, rítmica y sobre todo muy apagada resonancia aparecía cada vez más cerca y se sucedía con más rapidez.
Una confusa Natasha se quedó completamente inmóvil (poco más o menos sin respirar detrás de su mostrador) sólo para intentar localizar y definir aquel tipo de sonido al que desde luego no estaba en absoluto acostumbrada. ¿Cómo iba a estarlo? Incluso las (de vez en cuando) palabras de Ita la sacaban de quicio por el alto tono con el que las enunciaba. ¿Cómo no iba a llamar entonces poderosamente su atención aquel sonido?
Tras incorporarse silenciosamente se separó de su módulo de trabajo y se acercó despacio y con suma cautela hacia el centro de la amplia sala de recepción, intentando (casi con desesperación) localizar de una vez por todas aquel (desconcertante, sin duda) acompasado sonido. ¿De dónde provenía? El rítmico golpeteo se acercaba cada vez más, y las ciclópeas dimensiones del espacio en el que se encontraba no ayudaban, con sus reverberaciones, a localizar el (a cada instante) cada vez más cercano origen; de echo, llegó un momento en el que estuvo ya tan cerca que no cupo la más mínima duda acerca del origen de tal disrupción en el ambiente y también, por supuesto, de quien procedía.
-Natasha, creo conocer el origen…
Justo en aquel preciso instante, interrumpiendo la poco precipitada conclusión de Ita y mientras Natasha volvía su mirada hacia una de las galerías que llevaban a la zona de consultas, una del todo inusual imagen colapsó la completa atención de sus pensamientos: una verde y estirada figura se adentraba a toda velocidad y completamente desbocado en la sala de recepción y permisos, supuestamente (quería creer) en dirección a la salida. ¿Pero qué se creía aquel veridai? Natasha no salía de su asombro, sintiéndose al mismo tiempo cada vez más indignada; el permiso que había conseguido (y quién sabía cómo, por cierto) no le daba derecho a salvar corriendo y tropezando de aquella manera la siempre tranquila sala de recepción.
Entre los torpes movimientos ocasionados por la rápida maniobra evasiva de uno de los pequeños droides de limpieza, aquel desgarbado joven (y poco grácil, por añadidura) no pudo menos que comenzar a trastabillar y tropezar con varios de los módulos de descanso hasta, milagrosamente, alcanzar indemne la compuerta de salida y saludar sin detenerse a la recepcionista con una agradable, alegre y, en cierto modo, sorprendida sonrisa.
Natasha no daba crédito a lo que sus ojos habían presenciado: una total falta de maneras y de saber estar del todo inapropiadas para un lugar como aquel (para cualquier lugar, en realidad) desembocaban en una situación que no podía ser más insólita y menos educada, formal y de peor gusto.
Pero… pero fue tal la sorpresa y sobre todo el sobresalto, que la hasta entonces completamente aburrida y amargada Natasha comenzó a reir, primero poco a poco, y luego indecorosa y escandalosamente, con tamaña fuerza y energía que el retumbar de sus carcajadas acabó extendiéndose por todo el espacio de la sala de recepción, llegando también con toda seguridad hasta algunos de los habitáculos de compañeros de la Sede: Los droides de limpieza detuvieron por un momento sus labores; Ita giró levemente su cuello hacia un lado tras quedarse (posiblemente por primera vez en muchísimo tiempo) sin palabras; incluso un operario de reparaciones de la segunda planta acabó contagiado por las sonoras carcajadas que llegaban hasta sus oidos.
Nunca se había reido con tal intensidad en toda su vida, abrazándose el abdómen del dolor y palpándose las mejillas a causa del hormigueo, y dudaba de hecho que volviese a repetirse en alguna otra ocasión a lo largo de lo que le quedase de existencia.
Nunca se había divertido tanto.
Boreazán sólo alcanzó a percibir ligeramente el comienzo de las risas de la recepcionista, pues en cuanto hubo franqueado la compuerta principal de la Sede de Consultas, sus pensamientos se orientaron únicamente hacia la mediocre Leak estacionada en el espacio habilitado para tal efecto.
Tenía que hablar con el profesor de inmediato, y tenía que hacerlo en persona (no había otro modo), por lo que nada más sentarse y encender los (poco fiables, por desgracia) motores del pequeño vehículo monoplaza arrancó a toda la velocidad de la que podía disponer para acoplarse al tráfico existente en los niveles más bajos de circulación. Tardaría aproximadamente unos cuarenta minutos en llegar, por lo que decidió revisar mentalmente durante el trayecto todo lo que había encontrado. Por supuesto había descargado todos los documentos encontrados a su cuenta personal, por lo que antes incluso de cruzar palabra alguna con Yoet, lo dispondría todo para que el profesor los visionase antes de que ambos discutiesen sobre lo encontrado.
¿Qué sentido tenía? ¿Cómo era posible que hubiese más de uno?
Y sin embargo… sin embargo era lógico pensar que Odded no era el único con aquella asombrosa habilidad.
Aumentando la velocidad un poco más de lo razonablemente seguro se elevó varios niveles entre el tráfico.
Había empezado la búsqueda acordada con Yoet poco después de que éste saliese de su propio despacho y dejase sus nada modestas instalaciones a su entera disposición; tras planear concienzudamente el periplo que habría de consumar (ya había realizado con éxito difíciles búsquedas para varios de los más distinguidos instructores educacionales de Oeveey, por lo cual se había labrado cierta fama entre los estudiantes) comenzó a abrir varias vías de investigación.
Pero parecía… parecía como si nada diese resultado; es decir… tras varias horas de búsqueda llegó a sentirse completamente inútil; como un neófito perdido en un vasto mar en el que nunca podía situar el norte. Todas las vías abiertas llegaban a un punto muerto que no permitía abrir o seguir nuevos caminos… nuevas indagaciones, por poco importantes o del todo inservibles que pudiesen parecer en un principio.
¿Cómo había empezado la búsqueda?
El registro de vida de aquel humano era en verdad impecable. Parecía de hecho perfectamente estructurado según el ideal registro deseado por la Confederación. Todo estaba perfectamente entrelazado. Y sin embargo, aún a pesar de no haber encontrado nada extraño en el registro de Odded, podía cotejar toda aquella información con los datos relacionados en cada uno de aquellos lugares en los que el humano había estado, para comprobar, de algún modo, si lo existente en su registro coincidía con los registros de otras personas coincidentes en tiempo y espacio (al menos aproximado) con el humano.
Aquella primera vía prometía algún hallazgo tarde o temprano (¿Quién no tendría algo que esconder? Incluso sin contar con lo de volver a la vida de aquella manera), pero al poco descubrió absorto (estado que sería habitual en Boreazán durante toda la noche) que todo coincidía para no dejar ni un solo cabo suelto. Aunque sencillamente fuese del todo imposible: Nada encajaba tan a la perfección.
Y así estuvo toda la noche.
Casi abandonándose a la desesperación y recibiendo las primeras luces del amanecer apagó la consola principal de la vieja mesa metálica y se reclinó desperezándose y exasperado en el módulo de trabajo del profesor; y fue entonces cuando lo vio perfectamente claro.
Si Odded quisiese esconder algo aquella sería precisamente la forma correcta de componer su registro de vida; era lógico pensar pues, que todos (absolutamente todos, si se enfrentaba con alguien lo suficientemente metódico como para componer aquella historia) los caminos realizados a partir del registro llevasen a ninguna parte, por lo que decidió comenzar de nuevo la enormemente ardua tarea que tenía entre manos desde otro punto de comienzo; pero no podría hacerlo desde la residencia del profesor: Tendría que acceder a la Sede de Consultas y realizar las investigaciones desde allí mismo.
Una vez en la Sede (no le resultó demasiado complicado falsear un permiso especial para poder disponer de todas las supremacías de búsqueda) se dedicó a enviar decenas de miles de pequeños e invisibles sistemas trowo a los confines confederados en busca de algo con lo que pudiese comenzar con alguna garantía. Cada sencillo y estúpido trowo contenía cientos de parámetros de búsqueda auomatizada predeterminada por el propio Boreazan, que se interconectaban con los mínimos resultados que otros trowos iban desenlazando en la inmensa datored confederada sin necesidad de pasar por los lentos trámites de petición de información. Aún así tardó aproximadamente (aunque el tiempo comenzaba a resultar una dimensión bastante confusa en la mente de Boreazan) cuatro largas y tediosas horas.
Pero mereció la pena; rotundamente.
Los pocos trowos que regresaban de la búsqueda traían únicamente migajas, pero de una importancia y relevancia tales que Boreazan no dudó en ningún momento haber descubierto, posiblemente, lo más importante desde el desarrollo de los portales de desplazamiento:
Una raza que no podía morir.
Aún así sólo eran migajas. Era como si alguien se hubiese esmerado concienzudamente en recoger la mesa de comidas con un método tan desesperadamente eficaz que incluso los minúsculos restos de alimento no podrían ser aprovechados por ningún animal. Pero había quedado algo, y a Boreazan le bastaba.
Aunque lo que afirmaban sin lugar a dudas aquellos hallazgos (breves noticias sueltas sin relación alguna entre ellas, confusas grabaciones de cientos de años atrás que casi no permitían ver más que lo que en realidad se desease observar, registros de ciudadanos ya fallecidos de los que se disponía de nuevo con apenas unos ligeros y casi inapreciables cambios, confesiones perdidas de residentes de las periferias que afirmaban cosas imposibles, accidentes catastróficos de entre los cuales alguien salía por su propio pie y desaparecía para siempre, notas dejadas por particulares en sus propias cuentas que narraban aterradoramente cómo habían sido salvados de morir por alguien que incomprensiblemente no había muerto, imágenes imposibles de quiméricas curaciones, situaciones imposibles para cualquier raza existente sobrellevadas apenas sin problemas por personajes anónimos, documentos personales que afirmaban en medio de la locura la existencia de personas perpetuas) era que en efecto existía alguien o algo tremendamente poderoso e influyente (dudaba muchísimo que fuese el mismo Odded) que se preocupaba enormemente de que todo aquello no fuese descubierto en ningún tiempo ni lugar por nada ni nadie.
Habia cientos de ellos.
Aparecían en la historia y volvían a desaparecer, sólo para regresar de nuevo y terminar por desvanecerse del mismo modo que el anterior.
Nada los vinculaba entre ellos y no eran por fueza de la misma raza, aunque fuese en la Tierra donde creía entrever el origen de tal peculiar y, por qué no decirlo, aterradora saga de extraordinarios.
Incluso creía haber encontrado un documento de hacía mil ochocientos años en el que el mismísimo Odded hacía su aparición.
Inconcebible.
Aumentó la velocidad un poco más y continuó ascendiendo. El resto del trayecto supuso para Boreazan una angustiosa espera, y para cuando llegó a la compuerta de entrada de vehículos de la residencia del profesor Yoet apenas podía mantenerse firme sobre el vehículo a causa del sueño, del cansancio tanto físico como mental, y del nerviosismo que atenazaba completamente la totalidad de sus músculos. Además había vuelto a llover y estaba completamente empapado.
Tras pedir confirmación de abertura dejó su Leak al lado de un vehículo grande, espacioso y muy moderno (un Amtho-Zotcht brillante y negro, seguramente del hijo mayor del profesor) y entró en el habitáculo principal de la residencia, donde se encontraban precisamente el profesor Yoet y su hijo Yter examinándolo (sobre todo Yoet) con mirada inquisitiva.
-Yter, por favor; déjanos solos. – Sentenció Yoet. – Debo hablar urgentemente con mi joven pupilo.
Tras mirar a uno y a otro, Yter se despidió de su padre y de Boreazan para desaparecer tal vez algo molesto por una de las muchas compuertas de acceso a las diversas salas de las que se componía la impresionante residencia del profesor Yoet. Al momento, los que todavía quedaban en la sala principal se dirigieron al despacho que había sido ocupado temporalmente por el veridai durante toda la noche.
-Cambia tus ropas, Boreazan – Propuso mientras se dirigía hacia su habitáculo de trabajo. – En el habitáculo de descanso de mi hijo Yko encontrarás lo que necesites…
Pero Boreazan no respondió, y tras adelantarse a Yoet entró en la sala y conectó varias de las salidas de su periférico en la pantalla de la mesa metálica, mientras instaba fervientemente a su profesor a sentarse en uno de los módulos.
-Antes de nada quiero que vea todo lo que he encontrado. – Dijo nervioso mientras tecleaba vertiginosamente las órdenes en su periférico para abrir los documentos hallados. – La tarea en la que estuve trabajando toda la noche y toda la mañana.
-De eso mismo quería hablarte. – Respondió cauto sin sentarse todavía en el módulo de trabajo. Yoet miró pacientemente a su alumno, intentando comprobar cual era en realidad, oculto tras aquella especie de ansiedad, su verdadero estado de ánimo. Aunque en realidad poco importaba cómo le podría afectar lo que tenía que imponerle, pues no cabía ninguna otra opción. - Quiero que dejes de investigar al humano. – Concluyó.
Extrañamente, tras varios segundos de silencio ni el énfasis que Boreazan ponía en lo que estaba haciendo ni su expresión variaron en absoluto, casi como si lo que había acabado de escuchar hubiese sido simplemente una broma. No era en absoluto ninguna broma, pensaba Yoet, quien no llegaba a atisbar nisiquiera una parte de lo que Boreazan iba a mostrarle pero que tenía muy claro que no se seguiría trabajando en aquella búsqueda. Costase lo que costase.
-¿Me has oído?... – Resolvió decir mientras paseaba de un lado para otro del habitáculo. - He dicho que dejes de investig…
-Ya es tarde, profesor. – Reconoció su alumno al tiempo que volvía a ofrecer ansioso el módulo principal de trabajo para que su maestro se sentase. – He guardado lo poco que he encontrado; pueden parecer restos sin sentido, sin conexión alguna… - dudó unos instantes - …pero no; no deberíamos adelantarnos e intercambiar ninguna opinión a lo largo de la siguiente hora – concluyó cortando sus palabras de raiz mientras hacía ligeros y expresivos aspavientos con los brazos. -, tiempo que usted tardará en revisar… - La expresión de Boreazan cambió ligeramente en aquel preciso instante, pasando de la inicial satisfacción a una cauta extrañeza. - …los documentos que…
Enseguida volvió a teclear varias órdenes en su periférico mientras su gesto cambiaba más y más, hasta volverse totalmente ceñudo y contrariado. El profesor se acercó confuso a la pantalla de su mesa de trabajo para intentar atisvar cual era la razón de la preocupación de su alumno, pero lo único que llegó a ver fue la pantalla de disponibilidad operativa habitual de su sistema central.
-¿Sucede algo? – Preguntó impreciso.
Boreazan se había quedado completamente inmóvil, sentado por fin en el módulo principal de trabajo del profesor, acercando sus manos a su rostro para casi arañarlo; su expresión se mantenía indemne, en el mismo estado, hasta que con aquel estúpido gesto miró directamente a los ojos de Yoet para simplemente pedir ayuda con la mirada.
-No… no está; - alcanzó debilmente a decir. - …ni… estoy.
Aquellas vagas palabras sin sentido alguno para Yoet hicieron que el profesor conectase su propio periférico en la pantalla de su sistema central.
-¿Qué sucede? – Preguntó algo alterado sin esperar en realidad ninguna respuesta. La base de datos de su sistema central de habitáculo no mostraba la última interactuación de Boreazan que él mismo había comprobado con sus propios ojos. ¿Cómo era posible? No había ni podía existir razón alguna para que su sistema no reconociese las últimas entradas de Boreazan (por supuesto olvidando la intervención de algún tipo de anulador corporativista...)
No.
No podía ser.
Yoet desvió fugazmente su mirada hacia los cables del periférico del veridai, todavía conectados al sistema de su residencia. Tampoco eran reconocidos. ¿Qué significaba todo aquello?
Tenía que pensar un momento; sólo unos segundos.
Boreazan continuaba sentado en el módulo de trabajo, absorto, ensimismado, completamente ausente ante las operaciones que Yoet estaba llevando a cabo. Había aparecido en su residencia para mostrarle algo (una información verdaderamente impresionante; algo que había encontrado aún con la dificultad añadida del sistema central del humano), y al poco sucedía aquello… tan del todo inhabitual y sobre todo… de manera tan oportuna.
Decidió tramitar una petición de información a Registro de datos; pediría el registro de vida de uno de sus alumnos: Boreazan Veer; algo sencillo.
Y esperaría.
Esperó exactamente tres minutos, tiempo en el cual observó información adicional que le ofrecía el sistema central: la temperatura de tres de los habitáculos de descanso de la residencia había sido aumentada en medio grado para compensar la pérdida de calor debido a la ventilación, su hijo Yter estaba en aquellos momentos en su habitáculo de descanso, seguramente revisando las últimas notas de sus estudios y un mensaje entrante pedía ser leído y tal vez contestado.
-Que espere… - Susurró; fuese quien fuese.
Al cabo llegó la información tramitada por la Sección de Almacenamiento y Registro de Datos, sólo para mostrar un aviso sobre la inexistencia de la información requerida.
¿Significaba aquello que…
¿Qué significaba aquello?
Boreazan se incorporó lenta y pausadamente del módulo en aquellos instantes sin mirar en ningún momento a la pantalla. Con la misma calma se acercó al ventanal situado tras el módulo que había precisamente abandonado y macilento se detuvo apoyando el peso de su agotado y frágil cuerpo en el diáfano material.
Yoet no sabía qué hacer; ni siquiera qué pensar al respecto. ¿No existía? ¿Cómo que no existía?
Comenzó a mesar sus blancos cabellos tras desconectar su periférico y separarse de la mesa de trabajo; un pequeño pero brillante piloto azulado informaba de nuevo de la fastidiosa persistencia del mensaje destinado directamente al profesor. Yoet miró al Joven veridai y de nuevo al piloto indicador, y decidió comprobar qué rezaba el oportuno escrito directamente en su periférico.
Fue así como descubrió el pago de una antigua deuda; una deuda que a partir de entonces quedaba sin lugar a dudas perfecta y definitivamente saldada; una deuda que en aquel momento le permitía saber con exactitud qué era lo siguiente que habría de suceder y cual sería sin duda su siguiente paso.
Definitivamente alterado se acercó con celeridad a Boreazan para agarrarlo por un brazo y sacarlo de inmediato del habitáculo. El joven veridai, quien por un momento consideró protestar ante la inesperada reacción del profesor, no tuvo más remedio que hacerlo definitivamente ante la bofetada que Yoet le propinó ante su total falta de resistencia.
-¡Reacciona! Vas a salir inmediatamente de aquí. – Constató mientras dirigía firmemente a su alumno hacia el habitáculo en el que se guardaban los vehículos. – Llévate el Zotcht y vete… no se a dónde pero vete… lejos; muy lejos. Y llévate esto. – Añadió.
Para cuando quiso darse cuenta entre sus manos descansaba el anulador corporativista del profesor, se encontraba encajado en la cabina del vehículo y estaba todo listo para su partida.
-¡Un momento! – Protestó al fin. - ¿Qué pasa? ¿A qué viene…
-Calla. – Interrumpió impasible Yoet mientras dejaba hábilmente conectadas las células de energía, los parámetros de conducción y se disponía por fin a cerrar la cabina.
-Pero…
–Calla y escucha: Al parecer varias secciones de seguridad se dirigen hacia aquí en estos instantes. Vienen a por ti, y sea lo que sea lo que has encontrado es seguro que no lo volverás a encontrar. Lo habrán borrado, como hicieron con tu registro y seguramente con toda huella que hayas podido dejar en las bases de datos. Como querrán hacer contigo…
-¡Pero no tengo… ¡Pero si no he hecho nada!
-¡¡HE DICHO QUE TE CALLES!! – Gritó el profesor perdiendo de una vez por todas los pocos nervios que todavía le quedaban. No era una persona acostumbrada (en modo alguno) a aquel tipo de situaciones. No; en absoluto. Nunca había presumido de frialdad ante imprevistos (en contadas ocasiones se había enfrentado a ellos, y nunca jamás bajo aquellas mismas características) y siempre había evitado en la medida de lo posible aquellas situaciones que pudiesen desembocar en conclusiones peligrosas o aún comprometidas para su persona. – Recuerda bien estas palabras, Boreazan: – continuó algo más calmado - no te fíes de Odded; es muy posible que su Sistema Central haya tenido que ver con esto.
Nunca había sido un espía al uso, en cierto modo. Además, era del todo inhabitual que de manera consciente un espía realizase de manera deliberada, incorrecta y deficientemente (del todo; fatal; completamente al revés) su trabajo durante innumerables ocasiones y a lo largo de los años.
Tras calmar todavía más su mirada, cerrar la cabina y abrir la compuerta de la sala de vehículos se dirigió apresurado hacia uno de los monitores-cominucadores habilitados en aquel espacio, justo a tiempo de ser testigo de la aparición en el exterior de la compuerta principal de su habitaculo residencial de dos Secciones de Seguridad de Bloque Urbanita. La Confederación llamaba a su puerta, y en aquellos precisos instantes su extrañado hijo se disponía a responder a la llamada.
Yoet volvió su mirada hacia Boreazan y con un imperativo y furioso gesto le instó febrilmente a salir de inmediato. No podia perder más tiempo y el, a diferencia de su querido pupilo, no corría peligro alguno.
Vete; fuera; huye. No te preocupes por mí. ¿Qué pueden hacerme?
Ya nos veremos.

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