lunes, 6 de julio de 2009

Capítulo 48

-Di nos quasi pilas homines habent-
(Somos juguetes en manos de los dioses)



Casi no podía dar un solo paso más…
Recorrer aquella distancia, por supuesto irrisoria en condiciones normales para un soldado con su preparación física o incluso más que factible sin duda para un slog de avanzada edad y algo más obeso de lo habitual, parecía representar la peor de las competiciones de resistencia en la que se le había podido ocurrir participar. Horas antes, al establecer el perímetro de seguridad, todo había sido más… sencillo (no exento de esfuerzo, en todo caso), pero también estaba mucho más fresco y concentrado y sobre todo menos ansioso.
Tardó aproximadamente unos treinta minutos en llegar al lugar que en otras condiciones (las normales) habría tardado apenas seis.
Y no podía más.
Pero el ansia desmesurada que recorría su interior por comprobar de nuevo y estudiar con más tiempo en aquella ocasión el extraño aparato instalado en el centro del espacio de aquella gruta, forzaba a su jadeante cuerpo a ponerse de nuevo en marcha incluso sin mayor ayuda que la de afirmarse levemente en los pequeños salientes de roca que le ofrecían las paredes de la montaña bajo la que habían decidido resguardarse.
Prácticamente había llegado a la entrada de la gruta. Estaba cada vez más cerca.
¿Y entonces?
¿Qué haría cuando se encontrase de nuevo frente a aquel pequeño monolito? ¿Qué haría cuando la pieza objeto de su obsesión se mostrase de nuevo ante el? Estaba casi seguro de que los sencillos escáneres de su periférico no le darían información relevante al respecto, pero debía en todo caso volver a analizarla. Ya no importaba nada más que no fuese descubrir qué era aquello. Tal vez el Capitán supiese qué hacer al respecto cuando entregase el informe.
Y la cuestión era que creía conocer… No estaba seguro, por supuesto, pero… creía recordar haber visto con anterioridad tal esquema estructural; no con aquella forma exacta, tal vez, y no bajo aquellas circunstancias, era obvio, pero la forma… La proporción (insistía para sí mismo) quizá no era la correcta; había algo mal… algún error en la escala; sus recuerdos no podían ayudarle mucho más, pero sospechaba que la solución podría encontrarse en las profundidades de su memoria.
Y allí estaba: tras casi cuarenta minutos la gruta que daba acceso a la cámara en la que se encontraba aquella suerte de… de…
-Calma. Toda la que puedas. – Susurró mientras detenía sus cansados pasos y observaba de lejos la estructura. - ¿Te has parado a pensar que esto sólo es algo en lo que estas centrando toda tu atención simplemente porque en unas pocas horas estarás muerto? Ambos. Mejor que lo aceptes cuanto antes…
¿Pero qué otra cosa podía hacer más que… “distraer” su tiempo?
Tras acercarse cansadamente a la forma y sentarse dificultosamente en el arenoso suelo, Isaías pasó los siguientes veinte minutos modificando algunas de las propiedades (siendo ortodoxos “no configurables”) del sencillo escáner de su periférico para aumentar su capacidad de penetración y registro desviando parte de la energía de su arma corta (con sinceridad no creía verse obligado a utilizarla), y la siguiente hora y media analizando concienzudamente parte por parte tanto el objeto de su obsesión como el área próxima circundante.
Pero continuaba pensando que (al menos parte de) la solución se encontraba en su propia memoria.
Tras casi cuarenta minutos a mayores de lecturas indefinidas y posiblemente desacertadas conjeturas decidió tomarse sólo unos minutos de descanso, tanto físico como mental, para más tarde continuar (inútilmente, se atrevía a concluir) analizando aquella figura.
Respirando cada vez con más dificultad (estaba exprimiendo al máximo los suministros personales de oxígeno), con todo su cuerpo al borde de la extenuación (le costaba incluso levantar la mirada) y tumbado observando la pétrea bóveda del espacio en el que se encontraba, continuaba repitiéndose a él mismo “¿Qué otra cosa puedo hacer”?
-Esperar y especular. – Habló pausadamente consigo mismo.
Según sus propios pensamientos, podía tumbarse allí mismo y tranquilamente dedicarse a construir la antesala de su muerte o intentar descubrir qué es lo que estaba analizando. Pero en realidad ambas decisiones confluían en lo mismo: esperar, esperar y esperar…
Aunque en ocasiones sobreviene lo inesperado.
-Esto no debería haber sucedido así… - La pugnada voz en forma de grito del Capitán Svarski sonó por encima del ruido provocado por la ventisca, e Isaías no pudo hacer más que dar un doloroso e incómodo respingo desde el lugar en el que estaba tumbado; con enorme esfuerzo logró incorporarse lo suficiente como para poder ver con claridad la silueta del Capitán e incar al menos una rodilla en tierra para tener algo más de estabilidad. Si tenía que ser sincero consigo mismo, estaba casi seguro de no ser capaz de levantarse más de lo que ya lo había hecho.
Víctor se encontraba en la entrada de la gruta, apoyado contra la rocosa y puntiaguda pared, soportando parte del enorme peso concedido por la gravedad del planeta con el brazo izquierdo, mientras que con el derecho asía no demasiado firmemente un arma corta de batería.
-Esto no debería haber sucedido así… - volvió a repetir a voz en cuello con la mirada fija en el rostro del soldado.
Isaías no pudo más que tensar todos los músculos de su cuerpo. Aún a sabiendas de que este no soportaría mucha más presión era de suponer que el Capitán se encontraría en peores condiciones; y ya no sólo por el pobre y macilento aspecto que presentaba.
Mil escenas pasaron a toda velocidad por la mente de Isaías; mil posibles desarrollos de la situación; mil finales en potencia; mil aleatorias variantes a cada cual más desaprensiva. Pero todas ellas no hacían más que ironizar sobre el inocente sueño de un plan universal que conectase los destinos de todos los seres vivos y todos los acontecimientos abordados por los mismos. Pensó en su momento que no podría ser más irracional y fútil la situación previa a su desaparición como ente vivo, pero por lo visto cualquiera podía equivocarse.
Plan universal. “Mierda”, pensó.
-Capitán. – La voz del soldado sonó carente por completo de intención. – Resolveremos esta situación; baje el arma… Juntos…
-No… no debería haber sucedido así…
Pero las palabras de Isaías parecían no importar en absoluto: Avanzando esforzadamente varios pasos hacia el interior de la estancia, el errático y débil caminar de Víctor contrastaba terriblemente con su mirada enchida de furia, desesperación e impotencia.
-No deberíamos haber sufrido aquel ataque… Ni debería haberme visto obligado a destruir la fragata… Ni deberías haber encontrado este depósito de energía…
Y disparó…
-Pero ya no importa… ¿No? Cierto… no importa… - continuó gritando mientras se acercaba errante hacia Isaías. – …que sepas la verdad o no la conozcas nunca… La verdadera razón por la que nuestro objetivo era este planeta desolador y prácticamente desconocido para la gran masa…
Y disparó…
-Existen cientos… miles de planetas depósito… algunos habitados… construidos incluso en su momento por la Corporación…y que conformaban hasta ahora las reservas de energía de la Confederación…
Y disparó…
-¡Pero están vacíos!… prácticamente… ¡vacíos!… Y los proyectos y las soluciones no sirven de nada si no se encuentra el elemento clave…
Y disparó…
-Aunque qué importa… ¿Verdad?... Tampoco sabes lo de la gran plaga… el genocidio… el secreto de los ocho… La confederación se hunde, soldado… No existe salvación posible sin energía… ¿De qué vale que hayamos sobrevivido?... Ahora lo veo claro…
Y disparó…
El primero de los disparos impactó en la figura de metal que dominaba el espacio de la gruta a escasos centímetros del rostro de Isaías, provocando tal ensordecedor y atronador sonido que su sentido del oido no se juzgó capaz de escuchar las palabras que el Capitán pronunció a partir de entonces ; el segundo se perdió a sus espaldas concediéndole así cierto precioso tiempo; antes del tercero el soldado intentaba levantarse para hacer frente a la descabellada situación y la ráfaga impactó de lleno en el hombro derecho casi cercenándoselo por completo; en el cuarto Isaías se deslizaba como podía buscando la protección de la metálica figura mientras apretaba con fuerza el lugar en el que dos segundos antes había un brazo.
El quinto supuso el final de la vida del Capitán de fragata Víctor Svarski.

Primero silencio.

Después, tras la protección concedida por la metálica estructura, el soldado comenzó a moverse lentamente. La sangre salía a borbotones y estaba empezando a marearse. La vista comenzó a nublarse y su sentido de la orientación intentó ofrecerle el ángulo correcto de visión para poder comprobar si ya todo había acabado. El dolor era insufrible, aunque seguro que pronto desaparecería.
Plan universal. “Mierda”, pensó.

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